miércoles, 29 de agosto de 2012

Baja el sol




Ahora, el sol suburbano es una tímida línea que no alcanza tu rostro. Ves ahí, detrás de la ventana, la bruma que sube en forma de gotitas que se pegan al vidrio. Hace tiempo que sospechás que la oscuridad tiene dientes torpes. La tristeza llegó a tus ojos y el día se desarma en horas vencidas. No querés oír lo que pensás porque te da miedo entender, porque sabés que siempre te respondés lo mismo y que ese túnel te devuelve a la pregunta y de ahí a la respuesta y al mareo otra vez. Escuchar tangos es otra forma de esa repetición, una línea paralela que pone en duda todo límite. Va sonando: “...con el gesto de quien se ha muerto mucho”. Lo escuchás y ya no pensás que detrás de tanta muerte viene cierta resurrección, es como si al volver dejaras una parte para siempre. “No deberías haber vuelto”, te dicen y vos entendés que están equivocados, que en realidad nunca volviste y que por ahí pasa todo. Y ahora, mientras tus ojos no ven en la penumbra, mientras te alcanza la telaraña de lo que fuiste, mientras la cicatriz de una herida incierta te propone un pacto, justo en ese momento recibís la carta. Te gustaría tanto no entenderla, que hubiese cierta aproximación a una esperanza vedada. No te llega nada de eso. Es claro.
   
        Estoy sólo y hoy a la noche me van a matar. Me siento sólo aunque miles de hombres y mujeres encuentren en mi nombre el mismo significado que en coraje, valentía, honestidad. Me siento sólo porque llueve y escucho los golpes de las gotas sobre las hojas de esta selva inmemorial. Sé que hoy a la noche terminarán mis días. Sé que habrá una emboscada, y no puedo evitarla, no puedo salvarme hoy. Mi lucha cobra sentido con mi muerte a manos del tirano. Me río cuando pienso en eso. He peleado tanto por mi pellejo, tanto desde aquel día en que nos reunimos por primera vez. Ahora creo que a esos hombres los movía el hambre y no la justicia. Yo hablaba de derechos, de reivindicaciones, de tierras robadas, pero sólo a unos pocos se le encendían los ojos. Yo venía de la universidad, de viajes ridículos, agobiado por una sociedad que hablaba de igualdad en las mesas de los restaurantes más refinados. Eso era todo una mierda de la que yo también me alimentaba. Y hoy, así nomás, me van a matar. Espero que todo siga, que se demuestre que el perro muere pero la rabia sigue bien viva.
 Me tienen miedo, lo sé, saben que organizo la furia, y por fin se deciden a borrarme. Yo también tengo miedo, pero no por estos rufianes chapuceros que sólo les divierte mostrarle su poder a las esposas gordas y feas que tienen. Envalentonarse frente a prostitutas que sólo quieren el dinero. Tengo miedo porque la desesperación es una tensión que hay que saberla controlar. Sé que muchos serán comprados. Que antes no lo hicieron porque creían. Hoy me van a matar y debo dejar que lo hagan. Podría quedarme en casa, en esta húmeda habitación que huele a lluvia y coraje. Podría desaparecer un tiempo y no me encontrarían. Pero no, debo encontrarme con el tirano para hablar sobre el pacto. Debo sumarme al show para que después me disparen. Bueno, supongo que serán tiros. En estas últimas horas te escribo a ti, amigo, que te has vuelto, (¿De veras has podido volver?). No te juzgo, ya lo hemos hablado antes, y quizás dudes de lo que escriba ahora, pero hay veces que me surca cierta envidia por las venas. No voy a negarte que al verte ir con la misma sucia ropa con la que llegaste, entre el inmenso odio que acercabas hasta mí, parte del desdén se desteñía en ganas de acompañarte. Pero no. Yo había empezado esto y no podía hacerlo. Sé que dejo organizado todo el sur, como habíamos planeado, y que el norte parece a punto de ceder. Eso me tiene preocupado. Es lo único que me hace dudar. Hoy hablaremos de las tierras altas, de los impuestos y la desmilitarización. Está todo eso de la presión internacional, del mundo que pone los ojos en todo esto y que no pueden dejar de cumplir. Amigo, debo decirte que no creo en nada. Sí, ya sé que fui yo el que te convenció de que no era así, pero a nadie le importa nada, me van a matar y yo muero así, seco, triste y abatido. No porque la lucha no haya servido de nada, no es eso. Siento que llegamos hasta donde quieren que lleguemos. Quizás borrarnos a todos con una bomba signifique menos dinero, simplemente eso. La gente está bien anestesiada con el comfort, las cuotas para todo, esa inservible clase media que gobierna porque es dócil y fácilmente gobernable, entiendes, les ponen la zanahoria cada vez más cerca y ahí van, tan idiotas parecen. Por otro lado están los intelectuales que tienen profundos fundamentos para todo. Es que estudian para eso, para que la culpa no los levante a la noche y les exprima el cuello. Su “lucha” es desde la palabra, y hablan de mí, de mi ideología, pero qué ideología, hace más de quince años que no pienso en nada, que voy cuidándome el culo cada dos pasos. Estoy pensando en el mundo, en todas esas hojas llenas de sangre falsa. Yo vi morir, aquí, en medio de mis brazos, hombres y mujeres que peleaban por un pan menos duro, eso sólo. Amigo, me van a matar esta noche, y como te dije antes, siento que es la única manera de saber si esto sigue. ¿Me preguntas en qué pienso? Bien, te lo diré. Estoy solo y eso me descompone. Me gustaría despedir a alguien. Siento sus manos aún, calientes sobre mi rostro mientras se apagaba. Cuando la conocí pensábamos en comprar una casa barata en el campo. Ella escribía bien, ¿no? Tú la recuerdas bien, te gustaban los poemas. Eso de: “dejar que el sol descanse y no asustarlo”, decía algo así, creo, que en el campo uno no asusta al sol, qué hermoso. Me va a matar la misma mano que la mató a ella. No siento que nos haya ganado. Es lo que te dije, es la única manera de saber qué será de todo esto. A mí me llegan otras imágenes. El día que la conocí en la playa, mientras hablaba del fuego, tiritando, yo ya la quería, te lo juro. Sigue lloviendo y no para, me voy con esta agua eterna, y te dejo estas palabras que ojalá lleguen a tus ojos. Adiós amigo, espero que no me duela, que sea rápido, ¿y a ti?, ¿A ti te duele algo?”

       En el campo no se asusta al sol”. Estás en la ciudad, llena de letreros que indican todo. Quién se puede perder en tu ciudad. Vas hasta la ventana y te parece escuchar la descarga. Tenés la parca sensación de que nunca dejarás de escucharla. Todos los días, y el sol no tendrá descanso. ¿A ti te duele algo?    


Over.


viernes, 17 de agosto de 2012

Ampliando para enfocar.



 Contrariamente a las críticas generales, no encuentro en el personaje de esta novela de Houellebecq, la descripción de un típico treintañero deprimido; más bien, la enfermedad protege la narración, nos engaña, logra tolerar su personalidad inquisidora y brutalmente enfática.

También suele describirse a esta obra como un reflejo de época, el nuevo vacío existencial que talla el consumo y las tecnologías. Y tampoco termino de coincidir.

Estamos ante una novela que sigue los conocidos tópicos de El Extranjero, de Camus, con un personaje que flota (eso es El Extranjero, un hombre que flota en la marea que lo sostiene) y en el vaivén, siente el ahogo del destino gregario. Para este tipo de personas, la sociedad es un muestrario de fracasos y sombras, atenazada por un deber ser impuesto y consensuado.

El ancla adolescente, la perenne felicidad, la belleza como antídoto circunstancial pero determinante. (Cómo iba esa canción: “Buenas y malas / noticias para vos / la belleza es / lo que te da felicidad”) Ahí va nuestro personaje a la deriva de un trabajo vacío, un amigo que se hunde en su fealdad, las mujeres que trepan en el aire, los jefes, los jefes de los jefes, las escalas en la vana escalera social.

En algún momento llegan los médicos, porque los médicos siempre llegan, tarde o temprano: los eternos gurués de la tribu. Hay oxígeno para un alma oscurecida. El odio se acomoda siempre entre las negruras. Hay amor como antídoto que siempre se acaba antes, y nunca parece volver a tiempo.

Lo entendemos en una frase: “No es que me sienta muy bajo; es más bien que el mundo a mi alrededor me parece alto.”

Después están los manotazos en la tempestad: fábulas de animales, ensayos sociológicos, pensamientos-tela-de-araña.

Yo conozco personas así. Yo conocí personas así. Yo soy uno de ellos. 


Over.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Este, decía usted...



Es, por qué no, una humorada anacrónica, hay que tomarla así, como una nostálgica necesidad de reanimar viejas discusiones, cuando no existían pruebas ni certezas, y el campo era amplio, y todo el mundo podía tener razón, según el tono de su voz o la paciente persuasión que ostenta un buen discurso.

De no ser así, que en las postrimerías del siglo XX (porque el siglo XXI apenas empezó), sigamos con estas diatribas que tienden a fundamentar lo errado, digo, que después de tantas pruebas, certezas y hallazgos, todavía haya individuos dispuestos a dar cruentas batallas en lo concerniente a la salud mental, es, por lo menos, descabellado. O intolerable. O triste.

Una vez más, ahora en la Revista Ñ, se publica un artículo sobre la endeble contraposición entre el psicoanálisis (sí, leyó bien) y la medicación psiquiátrica. El aterrador mundo de los ansiolíticos y demás psicotrópicos y el magistral comando del psicoterapeuta, enfrentados con fiereza, anudados en una lucha sin sentido.

Dije: lucha sin sentido. No dije: pelea que daña a todos menos a los contendientes. Vamos al barro.

Es fama la historia que habla de una mujer esquizofrénica, “habitué” de guardias psiquiátricas. La mujer refería su continuo oír de voces que la aturdían dentro de su cabeza, que le hablaban, le daban órdenes, la sometían. Hasta que un médico, ya cansado de su relato, decide aplicarle una buena dosis de halopidol, conciente de que las voces se borrarían por un buen tiempo.

Dicho y hecho, la mujer mejoró su condición. Por eso, cuando el psiquiatra la vio en la guardia, supuso que la mujer venía por otra dosis. Contrariamente, la mujer refirió otro problema: “Doctor, ahora que las voces no están, me siento terriblemente sola. Las quiero de vuelta, por favor”.

Ahora bien, ¿lo descripto habilita a cualquier persona a suponer que una terapia psicológica es más efectiva, prudente o recomendable que la inyección de Halopidol? ¿Acaso es aceptable que se intente a través de la palabra, el alivio a un síntoma “eliminable”?

En este texto, la innecesariamente rebuscada María Moreno, quiere decir algo que no termina de decir, exponiendo su experiencia, pero enredada en un complejo desarrollo discursivo, cuando en realidad, lo que no debería haber en dicho texto, es complejidad.
Esta bien, aplausos para la escritora/paciente. Listo, silencio.

Ahora quiero hacer hincapié en esta declaración tan, pero tan “psi”:

Si me apuran podría decir, si no que soy más feliz, que puedo tomar la porción de felicidad que me permite el síntoma
” .

No, por dios, qué triste máscara para la mediocridad. Cuando la autora dice “felicidad”, ¿no está acaso utilizando un errado sinónimo de goce? ¿No es, por cierto, una apología de la vulgar posibilidad de “hacerse amigo de la enfermedad”?

Concluyo obviedades:

Que nunca nadie debe hacerse amigo de ninguna enfermedad. Es matar o morir. O que te maten, lo cual es bastante más penoso.

Que no hay dos veces de nada, que sólo hoy importa, y que nunca, pero nunca debe ser trocado por un anunciado mañana mejor.

Que se termina, pero antes hay demasiado tiempo.

Que hay pastillas que te ayudan a dormir, a sentirte mejor, a no tener alucinaciones, a no querer meterte el tiro. Nada más, el resto es vida, y es ahí dónde debería entrar la terapia.

Pero bueno, no soy nadie para hablar de estos temas, mejor pongo un disco de Ana Cañas, y mientras canto me hago el idiota.



Over.


martes, 7 de agosto de 2012

La otra arena.




-         Es como que todo se me mezcla
-         Como arena en la memoria.
-         Gente y caras y nombres, es difícil.

Claro que es difícil, puedo ver la palabra difusa en tus ojos, buscándome y conociéndome por momentos, ¿quién soy cuando dudás de mí? Me hablás y enseguida ya te perdiste, y yo te miro la frente y mi cerebro imagina tu cerebro, señales que se apagan. Te hablo un poco en inglés porque te gusta, y vos impostás el acento sureño de los Estados Unidos, pero en realidad hablás bien, conjugás a la perfección, se te nota que te das cuenta. Pero te irás, ahora o en diez minutos, y yo no habré sido más que una secuencia perdida, un eslabón que te impide volver porque ya no se encadena a nada. Saltos en el tiempo.

-         Sabés, es un peligro no acordarse de la cosas. Estás preso. A veces me pregunto quién se acordará de cosas que yo sólo viví.

Me quedo boquiabierto mientras te perdés en las palabras. ¿te das un idea de lo que acabaste de decir? Te pregunto:

-         ¿Te das una idea de lo que acabaste de decir?

Y me guiñás un ojo. Pienso en tantas cosas. Quien ve lo que queda perdido con la muerte del que observa. Yo sólo en mi habitación y una sombra que se confunde. Nadie lo habrá visto ni lo verá, y al morirme me iré con todo eso. Berkley hablaba del último observador, de Dios, claro. Sí, pero en medio. Quién guarda todo. Quis custodiet ipsos custodes. Quiénes ven a los que ven.


Over.
 

viernes, 3 de agosto de 2012

Pozo negro



How long, jaulón, how long?
Plásticas plantas plegables.
Los balcones que lloran la ciudad,
La ciudad que se agota en los balcones,
Estas manos que la escriben. Tus ojos.
How long, jaulón, how long?
Este goteo de humo entre los ojos.
Tus muros y mis lobos,
nuestro diques.
Esta lícita muerte anónima,
pactada al filo del olvido. 


Over.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Qué, cómo!


Antes de leer El frasquito, no sabemos nada. Un libro pequeño, con cierta fama, cada tanto reeditado. Cuando empezamos a leer, no pasa demasiado tiempo para que nos golpee. Pero hablo de un golpe que no se sabe de dónde viene, hasta el punto de dudar del mismo.

Uno espera un hilo, una baranda en la oscuridad, que por dios nos digan, es por aquí, ya pasa. Nos desenfrena. La desesperación por el qué, el cómo, el dónde. La primera luz llega para el segundo adverbio: terminamos por aquiescer su forma, alguien no está diciendo algo de este modo, no hay otra. Pero el qué. Dice Goss: “Que nos cuenten un sueño, no es lo mismo que soñarlo, aún cuando se trate del mismo sueño, parte por parte”. Ahí está, la materia informe del qué: alucinaciones, sueños y cambios de narradores (¿acaso hay un narrador?). El desafío de contar algo desde un lugar inexistente, contado por nadie, hundido en un qué sucio. Entonces llegamos al dónde, buscamos el fondo de la piscina, antes de agotarnos. Y no hay fondo, ni agua ni piscina, pero ahí estamos.

Si al terminarla, alguien nos dice: esto es una porquería, tendrá razón. Tendrá la misma razón del que diga que es un asco, del que diga que es urgente y movilizadora, del que diga que quiere leerle otra vez, y otra vez más.

Quizás, lo mejor de la novela de Gusmán, es que no podemos decir nada, que compartiremos el rito de haberla leído, sin más que hablar. Citaremos, quién sabe, esos lagos de normalidad que destellan por momentos. Y nada más.

El Frasquito.    


Over.