miércoles, 29 de mayo de 2013

Pozo Negro




Un altar de renuncias, lamiendo mis ojos,
Tejiendo memorias y guiones mal escritos
A la hora de los dóciles instintos,
Lleno de nombres y fechas y muertes.
Acaso todos los lenguajes de la guerra
entre los cuerpos malditos.
Acaso la insana profusión del amor.
Acaso el tabaco y su humo escupido.
Yo soy, inválido, el actor perpetuo,
El sabio de las sombras, la materia.
Y aunque resista esta piel de años,
Esta máquina de torcer olvidos,
Este cerebro inundado de errores,
Siempre giraré sobre los restos,
Las plegarias imposibles de tu boca
En mi boca en tu mano en tu sien. 


Over.
 

viernes, 24 de mayo de 2013

Otro fragmento.





Lo entendí sin haberlo visto antes, tu cara en el porvenir, y de repente, mientras cogíamos, llorabas con fuerza, un llanto que no era de angustia ni de dolor, ni siquiera de bronca, más bien una respuesta emocional del vértigo, el amor neutralizando el mundo, como un alivio general y dulce en todo el cuerpo, y ya no importaba yo ni nadie ni nada, por eso el cuerpo eligió el llanto como lenguaje, para imponer su desconcierto ante una forma inmaculada de la felicidad.


Over.
 

jueves, 23 de mayo de 2013

El otro, el otro poema.





Entra la nieve oscurecida de noche, por la ventana mal cerrada, y de repente la magia es agua. Una mujer grita detrás del piano. Estoy anclado en lo que supuse. Ahora necesito tomar una posición frente al poema de Gianuzzi. Ya dije algo al respecto. Hablé de su obra como quien habla de la infancia. Así de grande y vago. Pero ahora son estas palabras:


EL PUESTO DEL GATO EN EL COSMOS

Uno siempre se equivoca cuando habla del gato.
Se le ocurre por ejemplo que junto a la ventana
el gato se ha planteado en el fondo de los ojos
un posible fracaso en la noche cercana.
Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite.
A uno se le ocurre que medita, espera o mira algo
y el gato ni siquiera siente al gato que hay en él.
¿Cómo admitir detrás del movimiento de la cola
una motivación, un juicio o un conocimiento?
El gato es un acto gratuito del gato.
El que aventure una definición debería
proponer sucesivas negaciones al engaño del gato.
Porque el gato, por lo menos el gato de la casa,
particular, privado e individuo hasta las uñas,
comprometido como está
al vicio de nuestro pensamiento
ni siquiera es un gato, estrictamente hablando. 


Protesto. La nieve es agua, eso ya lo dije. Pero no dije que la palabra gato y la palabra sensatez se llevan muy mal. O lógica, o racionalidad, o lo que sea. Por eso, cuando leemos esta línea Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite, nos golpea Borges con esa sentencia en El Sur: (…) porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante. Y dudamos como dudamos entonces, cuando le suprimíamos memoria al gato, y todo quedaba reducido a los reflejos y el instinto. No señor, es como destruir una efigie o un relicario, anularlos de sentido. Peor aún, es la tragedia de no comprender, y así llevarlo a una seca y pobre lógica.

Veamos, cuando escribe: El gato es un acto gratuito del gato, podríamos remplazar la palabra gato y arriesgar cualquier otra cosa: hombre, mujer, amor, injusticia, etc. Inmolar la gratuidad del ser en esa línea es reprobable. Sí, señor. Y por qué no forzar la declaración: nuestro pensamiento es un vicio del gato, y que me vengan a acusar de lo que sea. Al final de cuentas, Joaquín, tenías razón: Uno siempre se equivoca cuando habla del gato. Siempre.

Por eso, quizás por todo lo anterior, me sigue ganando este otro poema de Gianuzzi, más cercano y genial. Mucho más soberbio.  

Fábula

El muerto movió los pies en el ataúd.
Todos los vimos, pero la mosca huyó de la mejilla
Espantada por ese desatino de la creación.
¿Un accidente de la materia? ¿Un resto de memoria humana
En la congelada estructura del átomo?
Por alguna razón no merecemos la revelación de las cosas secretas.
Por eso concluimos, mientras lo enterábamos:
El pobre estaba tratando de inventarse un lenguaje.


Over.


Serpientes y Vida. La tercera de Iosi Havilio.




Me pregunto, escrupuloso, si hay un ligamen entre esta novela y la anterior del mismo autor, Open Door. Me pregunto si atesora esa afirmación alguna diferencia, si la enaltece, la neutraliza o la obliga a otra lectura. No me contesto nada, no quiero, no me interesa. Porque volvió la misma abundancia de vacíos y pasos inútiles. La total aquiescencia de vivir de una innominada mujer que ahora tiene a su hijo.

Paraísos se va abriendo con una naturalidad que no sorprende. La certeza incuestionable de que lo que cae, termina cayendo, más tarde o temprano, en la tierra que lo frena. Y así va nuestra protagonista, lanzada desde el campo a la ciudad, para hundirse sin reparos en el bajofondo: un camino que emula su interior, el desarrollo de la caída en la que ya venía desde hacía años.

Esta vez, por qué no decirlo, el argumento pierde más sustento aún, es menos asombroso y resalta menos la hondura de un derrotero que el esbozo de una adultez reflexiva y agobiante.

Vuelve Eloísa como el faro adolescente, motor de las drogas y el sexo sin romances. Aparecen la muerte inexorable, la candidez del diferente, la brutalidad del alcohol y la pobreza, la soledad del extranjero, y el escenario que va acompañando todo la narración: el zoológico.

Por momentos, sólo por momentos, pareciera que las acciones se desarrollan sin sentido, que nada fue elegido como símbolo. Dura poco, vamos acomodando los personajes y los hechos con hermosa facilidad. 

No hay mucho más que decir, pero si se apura un resumen, no hay demasiadas posibilidades: El dibujo de una serpiente que abre la nueva vida al final de la novela. Queda claro. Clarísimo.  

La tercera novela de Havilio lo posiciona en un lugar altísimo de la actual literatura argentina. No hay caso, todavía el país sigue siendo el granero del mundo y una usina asombrosa de autores. Bien. Muy bien. 


Over.