En el altar de campeones literarios, el reconocimiento de Saer parece rivalizar con la popularidad de Osvaldo Soriano. Con sospechoso rigor, se podría explicar el primer caso, pero todo termina de ponerse borroso toda vez que se buscan razones para fundamentar el esquivo elogio a la obra del segundo.
"Cuarteles de Invierno" o "No habrá más penas ni olvidos", son ineludibles, y por momento alcanzan el status de lo magistral. De algún modo, parecen compendiar el manual de la narración perfecta, la muestra acabada del olimpo literario.
Se podrá argumentar que a partir de su cuarta novela ("A sus plantas rendido un león"), la trama parece estirarse en cuatro volúmenes consecutivos, que su personaje principal es el mismo, disfrazado una y otra vez de una melancólica derrota, atravesado de historia argentina y herrumbre existencial. ¿Alcanza esa observación para encorsetar su obra? Claro que no, ni siquiera como intención descalificadora. Confundir estilo con repetición es el arte del aprendiz de crítico, extendida profesión que suele no salir de ese grado.
Hasta en la última novela de Soriano, una posible coda, se entremezcla el sentido general de su obra: el del hombre que no puede ganar nunca, el que funda en la búsqueda su rumbo, el que viaja sin más razón que la de una camino que se abra ante su ojos, el que no encuentra en la mujer, el remedo para su nostalgia. Ese hombre que tan bien representó Enrique Piñeyro en la peli de Burman.
Diría, con temor a ser malinterpretado, que cualquiera puede aspirar a ser un Borges o un Cortázar, y aunque seguramente no lo logre, en el barro de la copia surgirá algún acierto. Ahora, pocos se animan a ser un Soriano, simplemente porque se les verá el hueso, deberán trabajar la historia, el ritmo, el tempo, la armoniosa arquitectura de una buena narración. Y eso es lo más difícil. Siempre.
Hay que leer a Soriano, una obligación escolar que debería suplantar a tanta academia anquilosada, hija de manuales ya vencidos. Con el sabor de lo incompleto e insuficiente, me arriesgo con este párrafo de “La hora sin sombra”, para resumir una obra que se mira con el desdén de lo popular: "Cioran decía que las palabras son gotas de silencio a través del silencio. Aunque los comienzos de un hombre cuentan, sólo damos el paso decisivo hacia nosotros mismos cuando ya no tenemos origen. A esa altura es tan difícil comprender el sentido de una vida como buscarle un significado a Dios. Sin padres, sin infancia, sin pasado alguno no nos queda otra posibilidad que afrontar lo que somos, el relato que llevamos para siempre." Osvaldo Soriano.
"Cuarteles de Invierno" o "No habrá más penas ni olvidos", son ineludibles, y por momento alcanzan el status de lo magistral. De algún modo, parecen compendiar el manual de la narración perfecta, la muestra acabada del olimpo literario.
Se podrá argumentar que a partir de su cuarta novela ("A sus plantas rendido un león"), la trama parece estirarse en cuatro volúmenes consecutivos, que su personaje principal es el mismo, disfrazado una y otra vez de una melancólica derrota, atravesado de historia argentina y herrumbre existencial. ¿Alcanza esa observación para encorsetar su obra? Claro que no, ni siquiera como intención descalificadora. Confundir estilo con repetición es el arte del aprendiz de crítico, extendida profesión que suele no salir de ese grado.
Hasta en la última novela de Soriano, una posible coda, se entremezcla el sentido general de su obra: el del hombre que no puede ganar nunca, el que funda en la búsqueda su rumbo, el que viaja sin más razón que la de una camino que se abra ante su ojos, el que no encuentra en la mujer, el remedo para su nostalgia. Ese hombre que tan bien representó Enrique Piñeyro en la peli de Burman.
Diría, con temor a ser malinterpretado, que cualquiera puede aspirar a ser un Borges o un Cortázar, y aunque seguramente no lo logre, en el barro de la copia surgirá algún acierto. Ahora, pocos se animan a ser un Soriano, simplemente porque se les verá el hueso, deberán trabajar la historia, el ritmo, el tempo, la armoniosa arquitectura de una buena narración. Y eso es lo más difícil. Siempre.
Hay que leer a Soriano, una obligación escolar que debería suplantar a tanta academia anquilosada, hija de manuales ya vencidos. Con el sabor de lo incompleto e insuficiente, me arriesgo con este párrafo de “La hora sin sombra”, para resumir una obra que se mira con el desdén de lo popular: "Cioran decía que las palabras son gotas de silencio a través del silencio. Aunque los comienzos de un hombre cuentan, sólo damos el paso decisivo hacia nosotros mismos cuando ya no tenemos origen. A esa altura es tan difícil comprender el sentido de una vida como buscarle un significado a Dios. Sin padres, sin infancia, sin pasado alguno no nos queda otra posibilidad que afrontar lo que somos, el relato que llevamos para siempre." Osvaldo Soriano.
Over.
PD: Dice Soriano en La Maga, dos años antes de que se le termine la peli: “Y ya se sabe: por descabellado que sea un relato, cuanto más trabaja con las ilusiones y las asignaturas pendientes, más verosímil suena.”
4 comentarios:
Nunca leí a Soriano!
Ayer justo vi Ver para leer (creí que ya no existía) y Sasturain habló (con Fogwill) de la literatura argentina de los 80' y se tocó un poco este tema.
Salud.
Señor Galli, necesito su correo urgente.
Páselo por acá, debajo de Soriano.
Pues a qué se debe la urgencia? hernangalli@hotmail.com
Por cualquier eventualidad epistolar (esas palabras que uno junta porque cree que queda bien delante de los demás y que por eso es mejor persona)
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