¿La patria de Mariano Moreno envenenado o la del empréstito de Rivadavia?
¿La del cerdo de Uriburu, la del obsceno pacto Roca-Runciman, o la del salario mínimo vital y móvil de Illia?
¿La de la distribución del primer peronismo o la de las bombas contra el pueblo de la mano de Lonardi?
¿La de los cobardemente asesinados en un basural por la mano larga de Aramburu o la de quienes no condenan este hecho y se horrorizan con la fría bala que selló su respiración?
¿La de los sospechosos antikirchneristas que rechazan una ideología de fondo y no una crítica de formas o la de los que reprochan una agachada o una exageración?
¿La de los antiborgeanos por izquierda y anticortazarianos por derecha (o viceversa según la fecha), o la del gran Soriano?
¿La de los fascistas y genocidas que masacraron una generación entera o la de quienes van a las villas a enseñar matemáticas?
¿La de quienes nacieron por azar en cuna de oro o la de quienes razonan que la suerte no los exime de compromiso?
¿La de los infames terratenientes que se ríen de la ignorancia o la del peón que ara la tierra y levanta la cosecha?
¿La del tipo que habla de “nosotros” cuando su sueldo vale menos que la compra de lamparitas de la empresa?
¿La del opaco y corto que piensa como el opresor, siendo un oprimido, o la de quien enaltece su condición por prepotencia de su esfuerzo?
Qué patria y banderita, qué patrioterismo de cuartel vetusto con tiros de los chicos y té caliente del general, qué patria de frívolos culpables de su ignorancia y mandamases de la moral, las buenas costumbres y la asquerosa hipocresía de la democracia como pretexto de la injusticia.
La única patria es la infancia, a eso no hay con qué darle.
Over.
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