Ceci vino a la tarde, la mejor hora de su atávica nostalgia.
Quizás haya sucedido que estaba en el aula, ya del otro lado del mostrador, y uno de los alumnos me dijera: a vos que te gustan los juegos de palabras, leé este cuento: “Marcela reclama.”
A diferencia de los adultos, que relacionan hechos y observaciones, los niños tienden a clasificar y memorizar con pasmosa urgencia, vírgenes todavía de las suspicacias e intrigas. A lo mejor, yo era el maestro que juega con las palabras: un actor atado a un escenario lúdico que nos ponía a todos en el mismo lugar. Espejados desigualmente, ellos viendo en mí el futuro: yo siendo el futuro, asombrado por la realidad de haber sido.
Ceci vino a la tarde, y yo le conté que alguna vez me quedé pensando en todo esto que digo, y ella me perdió de vista, perdida ella en otro pueblo, otro año, fuera de mí.
Ceci vino a la tarde, desde otro barrio, sin odiar el odioso calor: la odio. Homeostasis de la vida, dije, el sospechoso equilibrio, terminé.
¿La vida no es un sistema cerrado?, pregunto. No, dice Ceci. Sí, digo yo.
Marcela reclama.
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