"Et mirava de fit a fit. No has sabut mai si t'havia besat o si només t'havia somrigut"
Jordi Sarsanedas, Mites
Para vender (siempre para vender), en las contratapas de los libros se pueden leer todo tipo de disparates. Aceptado el hecho de que jamás dirán que la historia es mala o pobre o igual a muchas otras, no son pocas las veces que las críticas son exacerbadas.
El caso de Quim Monzó es interesante. Al autor catalán se lo suele comparar con Borges o Cortázar, cuando en realidad se quiere decir que su cuentística tiene mucho de “argentino”. De Borges no tiene nada. De Cortázar sí, pero más de Arlt, si se quiere, y mucho más de Carver, y tanto más de Millás. Pero la verdad, la más pura y prístina verdad, Monzó tiene más de sí mismo que otra cosa.
Hay que leer a Monzó, es una obligación, porque el tipo está un poco chiflado, pero una chifladura melancólica (valga la redundancia), una envoltura de humor e ironía que te golpea con el famoso cross del gran Roberto.
Ochenta y seis cuentos es una recopilación de cinco volúmenes anteriores ya publicados por separado. Eso o una fiesta de la literatura y el cuento corto. Eso, dije, y tanto más que es la sospechosa brevedad de una escena en la que no pasa nada. Silencios y aquiescencias, todo amalgamado en la irremediable sucesión de los días.
Yo qué sé, cuentos en los que se extrema el efecto Pigmalión, en los que un hombre se alimenta a letras, o el espeluznante recorrido de un padre con el cadáver de su hijo que debe conservar en la heladera para entregarlo a una oficina de la morgue tras un feriado. O la historia del hermano que muere de repente en la mesa de navidad, y nadie en la familia lo acepta, por lo que el muerto es llevado a todas partes como si viviera.
Monzó puede ser terrible, escatológico, de un humor oscurísimo, sorpresivo, hasta intolerable. Y es, al mismo tiempo, un escritor enorme que además escribe unas novelas a la altura de sus mejores cuentos.
Hay que leer a Monzó, por las buenas o por las dudas, porque hay una bofetada buscando mejilla a cada instante. El golpe llega, seguro.
PD: Buscar a Quim Monzó en youtube es garantía de sorpresa. Habiendo abonado todos y cada uno de los tickets del síndrome de Tourette, su galería de tics es muy molesta. En algún momento yo tuve la ilusión de que fueran todos los personajes que vivían dentro de él. Uf, no es así, y me mandaría a la mierda por la boba metáforas. Metáfora no, digo. Stop.
Over.
4 comentarios:
Y toda literatura es inescindible del contexto general de fenómenos sociales.
Voy a buscar algo del tipo. Ya terminé de rendir finales y estoy ávido de un autor "chiflado y, a la vez, melancólico".
Va abrazo.
Están haciendo una exposición sobre su obra, que no solo es literaria si no que también, y lo desconocía, de diseñador gráfico.
A lo que iba, que un neurólogo que lo trata dice que su síndrome genera un tipo de personalidad que hace que sus personajes sean así.
uf,
dejemos el comentario así, son las tantas y me voy a la cama
a ver si te vienes por la ciutat comptal i veiem la expo
petonets
Cómo me gustaría, mi gran amic!
Ojo, el Pujol tiene el mismo síndrome y no le veo mucha chispa!!!!
LEí sobre cierto entredicho que tuvo Monzó con el hijo del Pujol, y me maté de la risa.
petonets amb dulce de leche (bien maricón, jajajaja!!!)
Cómo está tu nena? Pensaste que en veinte años puedo quedar con ella y hacerte abuelo? nmdskndkajsclñodoep
Nicolás, el único problema es el precio, los libros de MOnzó están carísimos. Te los vende a euros casi, un bajón.
Gracias por comentar.
Otro.
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