miércoles, 7 de abril de 2010

Al calor, amor.


En el deseperante e imprescindible libro "Una breve historia de casi todo", su autor, Bill Bryson, nos comunica:
"Quizás el ser humano se maraville con el mundo que lo rodea: con una puesta de sol, un baño en el mar o el sabor de la sal en la carne Se maravilla al pensar que todo eso está planeado para su placer. Se equivoca, claramente, porque en realidad el ser humano "encaja" en este mundo; su existencia es posible porque su materia, su organismo y su impulso vital, se adaptan a este bendito planeta."

Materia en la materia, un caos capaz de belleza. Un asombroso desconcierto que simula orden. Y muy bien.

Entre todo esto, hace 110 años nacía el psiquiatra Henry Ey, cuya frondosa bibliografía incluye un primer acercamiento a la relación entre crímenes y clima.

Sí lo que leyó, y lo investigado aportó la siguiente revelación:

"En los países de climas cálidos, son predominantes los crimenes pasionales, mientras que en las tierras donde arrecia el frío, se destacan los crimenes premeditados.

Pareciera, según consta en las conclusiones, que los climas calurosos provocaran en la psiquis del paciente o victimario, una alteración del tipo aguda y emocional, la cual lo llevaría a cometer un crimen a la vera del arrebato circunstancial.

Por otra parte, el clima frío sería enemigo de la furia inminente, y por el contrario, provoca la meticulosa anticipación de la tragedia."


Punto. Ahora, ya lo sabe.


Over.

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