Las manos se me metieron solas en los bolsillos, como la vergüenza de no estar ni de pertenecer. El tejido social que me arañaba el alma, crecía sin el control que yo hubiese deseado. No tengo mucho que decir, sólo repito, sin fuerzas, aplastando pequeñas diferencias. Poco más o menos, rueda la memoria para falsificar o validar, quién sabe. ¿Encubre o altera? Yo qué sé. Cómo puedo saberlo, si mientras bebía esa coca-cola sin gas, escuchaban Face Value, de principio a fin. A mí Phil Collins me gusta, algunas cosas, como a todos, y no discuto lo de Genesis, yo qué sé. Pero escuchaban Face Value y se miraban y entendían algo que yo no lograba descifrar. Y sé que ellos me miraban con desdén y ellas con intriga.
Vos brillabas, claro, con esa luz que no se enciende. Y mi mente tarareaba a Lolita Torres: “En la luz de tu mirada / yo me quemo si te miro... “, con ese “io” tan extraño. Ni hablar cuando sube el tono y ruega: “No me mires, pero si me miras / mírame a los ojos que allí te veras...” y la remata con: "No me mires que por dos caminos / van nuestros destinos, / no me mires más...” Qué decirte, callado, en medio de intrigas y desaires, cómo lagrimear que se perdía para siempre mi posibilidad de pertenecer, y la tuya de olvidar. Después, después quisimos olvidar juntos, y eso no va. Eso nunca funciona. Se olvida de a uno, eso es ley.
Over.
Over.
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