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A quién le va importar que me desespere por una palabra que no encuentro hace días y que el proceso vaya empujándome a los límites de mi dudosa creación, que tanto trabaje para estar a la vanguardia de no sé qué y al final termine por defraudar el deseo, que una débil lluvia de octubre me entrecierre los ojos y dibuje imágenes intermitentes de tu rostro.
A quién le puede interesar que mi oculta marginalidad se avergüence cuando se me reclama opinión, que anhele escribir alguna línea digna de ser leída, que el castellano y el inglés se debatan en mi pensamiento. A quién, en este perpetuo e inminente mundo, le agradará saber que me dejo rodear por las cosas que no vuelven.
¿A vos te interesa? Sí, a vos que ni siquiera sé si estás leyendo esto. Si supieras que te vas colando entre las palabras que intento que no te definan, que te describo sin querer entre todas esas vidas que controlo compulsivamente. A veces creo que es mejor que no estés, que me acompañes ausente.
Pero ya sé, usted pensará que estoy buscando cómplices para que no se me reconozca en la anónima multitud, y yo le diré que no está tan equivocado, que usted piensa bien. Sin embargo no es a usted a quien quiero dirigirme, te estoy hablando a vos, a vos que ni siquiera sé si estás leyendo esto. Qué importa, sería lo mismo, si de todos modos lo estoy diciendo. Decíme ¿no te molesta tenerme tan cerca, ahí, desdibujando tu mirada triste, empujando tus comisuras hacia arriba sin que lo puedas evitar? Es verdad que por momentos me alejo, pero, sabés, desde que construí este trampolín no puedo esquivar su extraña seducción. Es que no te das cuenta y lo hacés otra vez y cada más lejos. Por ahí te cruzás con palabras raras como sanâtana dharma, y tenés miedo de volver a la superficie porque pensás que ya estás signado, que se te llenó el cuerpo de pasado y que va ser muy difícil sacártelo de encima. Y en otro salto te enterás de que el tiempo es infinito pero no así el espacio, para que después alguien diga que los dos son infinitos, y escuchás un chirrido dentro de tu cabeza. Y justo ahí te caés y ves dos piernas frente tuyo que te atrapan, te magnetizan y deseás que no fuese la próxima estación en la que te tenés que bajar. Armás la conversación, los sí y los no, y la llenás de fragilidad.
Pero la improbabilidad te supera y no evitás la inercia, entonces todo lo que te rodea es una ilusión, un conjunto de percepciones, y cuando te mirás al espejo y te ves tan nítidamente te creés lo otro, eso de que somos los únicos que existimos y de repente te sentís solo, allá arriba, y apurás la caída, pero viene sola, con ella; ella que ahora sos vos que me mirás y siento que podés salvarme. Me apoyo en tu pecho y escucho la otra parte de las palabras, ese eco que se derrama para adentro. Sí, me tocas la frente y la vida ya no duele, alrededor de tu cuerpo, y tu mirada indefensa que no me dice nada más y está bien.
¿Le importa? Ahora le pregunto a usted a quien no le dirijo todo esto. ¿Le interesará saber que no podré dejar de preguntarle aunque jamás me conteste? Y a vos que ni siquiera sé si estás leyendo todo esto, ¿te importará?, ¿vendrás a despojarme de tanta inquietud? ¿seguiré sintiéndote aun cuando no pueda saber si existes todavía? ¿Dejarás que el brillante animal siga intentando devorar la distancia? A lo mejor usted tiene razón y es mejor cargar de retórica a todas estas insensatas preguntas. Y vos, que ni siquiera sé si estás leyendo todo esto, ¿es mejor así?
A quién le va importar que me desespere por una palabra que no encuentro hace días y que el proceso vaya empujándome a los límites de mi dudosa creación, que tanto trabaje para estar a la vanguardia de no sé qué y al final termine por defraudar el deseo, que una débil lluvia de octubre me entrecierre los ojos y dibuje imágenes intermitentes de tu rostro.
A quién le puede interesar que mi oculta marginalidad se avergüence cuando se me reclama opinión, que anhele escribir alguna línea digna de ser leída, que el castellano y el inglés se debatan en mi pensamiento. A quién, en este perpetuo e inminente mundo, le agradará saber que me dejo rodear por las cosas que no vuelven.
¿A vos te interesa? Sí, a vos que ni siquiera sé si estás leyendo esto. Si supieras que te vas colando entre las palabras que intento que no te definan, que te describo sin querer entre todas esas vidas que controlo compulsivamente. A veces creo que es mejor que no estés, que me acompañes ausente.
Pero ya sé, usted pensará que estoy buscando cómplices para que no se me reconozca en la anónima multitud, y yo le diré que no está tan equivocado, que usted piensa bien. Sin embargo no es a usted a quien quiero dirigirme, te estoy hablando a vos, a vos que ni siquiera sé si estás leyendo esto. Qué importa, sería lo mismo, si de todos modos lo estoy diciendo. Decíme ¿no te molesta tenerme tan cerca, ahí, desdibujando tu mirada triste, empujando tus comisuras hacia arriba sin que lo puedas evitar? Es verdad que por momentos me alejo, pero, sabés, desde que construí este trampolín no puedo esquivar su extraña seducción. Es que no te das cuenta y lo hacés otra vez y cada más lejos. Por ahí te cruzás con palabras raras como sanâtana dharma, y tenés miedo de volver a la superficie porque pensás que ya estás signado, que se te llenó el cuerpo de pasado y que va ser muy difícil sacártelo de encima. Y en otro salto te enterás de que el tiempo es infinito pero no así el espacio, para que después alguien diga que los dos son infinitos, y escuchás un chirrido dentro de tu cabeza. Y justo ahí te caés y ves dos piernas frente tuyo que te atrapan, te magnetizan y deseás que no fuese la próxima estación en la que te tenés que bajar. Armás la conversación, los sí y los no, y la llenás de fragilidad.
Pero la improbabilidad te supera y no evitás la inercia, entonces todo lo que te rodea es una ilusión, un conjunto de percepciones, y cuando te mirás al espejo y te ves tan nítidamente te creés lo otro, eso de que somos los únicos que existimos y de repente te sentís solo, allá arriba, y apurás la caída, pero viene sola, con ella; ella que ahora sos vos que me mirás y siento que podés salvarme. Me apoyo en tu pecho y escucho la otra parte de las palabras, ese eco que se derrama para adentro. Sí, me tocas la frente y la vida ya no duele, alrededor de tu cuerpo, y tu mirada indefensa que no me dice nada más y está bien.
¿Le importa? Ahora le pregunto a usted a quien no le dirijo todo esto. ¿Le interesará saber que no podré dejar de preguntarle aunque jamás me conteste? Y a vos que ni siquiera sé si estás leyendo todo esto, ¿te importará?, ¿vendrás a despojarme de tanta inquietud? ¿seguiré sintiéndote aun cuando no pueda saber si existes todavía? ¿Dejarás que el brillante animal siga intentando devorar la distancia? A lo mejor usted tiene razón y es mejor cargar de retórica a todas estas insensatas preguntas. Y vos, que ni siquiera sé si estás leyendo todo esto, ¿es mejor así?
Over.
PD: Escrito hace tanto. Rudimentario pero sigue latiendo. Encontró lugar.
1 comentario:
y volvió a empujar las comisuras hacia arriba..
B
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