La alocución latina ya impone la vetustez de lo que vaya a escribir. Ciertamente, regresó a mí en un texto sobre la correspondencia entre Pascal y Fermat. De Pascal paso al fideísmo, de ahí al título de este post, y todo me lleva a otro escrito que recuerdo con vigorosa precisión: "El Porvenir de una Ilusión", del gran Sigmund. Texto que a todas luces suena vencido hoy en día, pero que es necesario e ineludible, ya sea como material de lectura obligatoria en la escuela, o bien en cualquier curso de ingreso a la universidad.
En el mismo, Freud intenta hacer un análisis de lo que significa la cultura en la sociedad y el poder que tiene sobre los individuos. De tal modo, sentencia que toda civilización impone una renuncia a los instintos, que es la coerción de una minoría sobre una mayoría que lleva sobre sí todas las prohibiciones y tareas que son en gran medida gozadas por la primera. De esa aseveración, se han nutrido dos grandes ramas del pensamiento: la psicología y la sociología. Obviamente, Freud hace hincapié en la primera, pero no es difícil vislumbrar la inquietud de las masas y sus líderes en el plano político.
Volviendo al tema: hábilmente, se traslada la cuestión de las imposiciones que conllevan la cultura y la civilización, a lo que él en última instancia llama “ilusión”, haciendo referencia a la religión en general. Esto último no es menor, ya que de algún modo, al hablar de “religión”, se habla de monoteísmo, y en especial del judaísmo y cristianismo. No importa, el concepto es interesante, y está imbuido del típico positivismo que floreciera a principios del siglo veinte en una suerte de revalidación del racionalismo del siglo XVII.
Uno tiende a pensar que es demasiado fácil desbaratar cualquier principio religioso, y que cualquier rechazo a la solicitud de fundamento no es más que la corroboración de su labilidad. De su evidente inexistencia, para ser más directo. Pero Freud pareciera querer ahondar en el tema con justa razón: la religión ha dominado al hombre desde tiempos inmemoriales, y el hecho que exista un corpus que la sostenga, es, lógicamente, sorprendente. La idea de un dios como figura superadora del padre, de la relación entre lo religioso y la infancia, el del consuelo ante la angustia existencial, parece obvia. Sí, hoy, para los que nacimos en el último cuarto del siglo que pasó. Pero en aquel momento, fue toda una declaración, y eso debe ser valorado a la hora de hundir tontamente al autor del texto.
Al mismo tiempo, resulta inevitable pensar en la figura de Nietzche, quien con más agresividad y furia, emprende sus objeciones contra el cristianismo de manera brutal. Su famosa frase: “El cristianismo es el platonismo para el pueblo”, da cuenta de la reducción a la que somete a lo religioso, no sin demostrar que invertir tiempo y alma en esas cuestiones, no es más que inútil.
Sobre la religión se puede hablar largo y tendido. O no. A veces me inclino por la segunda posibilidad. Mi intención era recordar el texto de Freud, de necesaria lectura. Aunque por otra parte, no puedo olvidar, hablando de religión, de tres aseveraciones que nunca olvido.
En primer lugar, la que sostuviera Baudelaire: “Dios es el único ser que no necesita existir para reinar”.
La segunda, dicha por el propio Pascal: “¿Quién entonces culpará a los cristianos por ser incapaces de dar razones para sus creencias, si ellos profesan creer en una religión que no pueden explicar? Ellos declaran, cuando la exponen al mundo, que es locura, necedad; y entonces, ¡se quejan porque ellos no lo prueban! Si ellos lo probaran, no mantendrían su palabra; es a través de su falta de pruebas que ellos muestran que no son insensatos”.
La última, del mismísimo Nietzche: “El politeísmo es falso pero expresa mejor la riqueza de la realidad que el monoteísmo pues no se ha separado radicalmente de la vida: el mundo de los olímpicos, por ejemplo, refleja la pluralidad y riqueza de la realidad, sus aspectos luminosos, ordenados y positivos y los oscuros, caóticos y negativos; el monoteísmo representa el extravío de los sentidos, el invento de un transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad a la naturaleza y a la voluntad de vida.”
Amén.
Over.
En el mismo, Freud intenta hacer un análisis de lo que significa la cultura en la sociedad y el poder que tiene sobre los individuos. De tal modo, sentencia que toda civilización impone una renuncia a los instintos, que es la coerción de una minoría sobre una mayoría que lleva sobre sí todas las prohibiciones y tareas que son en gran medida gozadas por la primera. De esa aseveración, se han nutrido dos grandes ramas del pensamiento: la psicología y la sociología. Obviamente, Freud hace hincapié en la primera, pero no es difícil vislumbrar la inquietud de las masas y sus líderes en el plano político.
Volviendo al tema: hábilmente, se traslada la cuestión de las imposiciones que conllevan la cultura y la civilización, a lo que él en última instancia llama “ilusión”, haciendo referencia a la religión en general. Esto último no es menor, ya que de algún modo, al hablar de “religión”, se habla de monoteísmo, y en especial del judaísmo y cristianismo. No importa, el concepto es interesante, y está imbuido del típico positivismo que floreciera a principios del siglo veinte en una suerte de revalidación del racionalismo del siglo XVII.
Uno tiende a pensar que es demasiado fácil desbaratar cualquier principio religioso, y que cualquier rechazo a la solicitud de fundamento no es más que la corroboración de su labilidad. De su evidente inexistencia, para ser más directo. Pero Freud pareciera querer ahondar en el tema con justa razón: la religión ha dominado al hombre desde tiempos inmemoriales, y el hecho que exista un corpus que la sostenga, es, lógicamente, sorprendente. La idea de un dios como figura superadora del padre, de la relación entre lo religioso y la infancia, el del consuelo ante la angustia existencial, parece obvia. Sí, hoy, para los que nacimos en el último cuarto del siglo que pasó. Pero en aquel momento, fue toda una declaración, y eso debe ser valorado a la hora de hundir tontamente al autor del texto.
Al mismo tiempo, resulta inevitable pensar en la figura de Nietzche, quien con más agresividad y furia, emprende sus objeciones contra el cristianismo de manera brutal. Su famosa frase: “El cristianismo es el platonismo para el pueblo”, da cuenta de la reducción a la que somete a lo religioso, no sin demostrar que invertir tiempo y alma en esas cuestiones, no es más que inútil.
Sobre la religión se puede hablar largo y tendido. O no. A veces me inclino por la segunda posibilidad. Mi intención era recordar el texto de Freud, de necesaria lectura. Aunque por otra parte, no puedo olvidar, hablando de religión, de tres aseveraciones que nunca olvido.
En primer lugar, la que sostuviera Baudelaire: “Dios es el único ser que no necesita existir para reinar”.
La segunda, dicha por el propio Pascal: “¿Quién entonces culpará a los cristianos por ser incapaces de dar razones para sus creencias, si ellos profesan creer en una religión que no pueden explicar? Ellos declaran, cuando la exponen al mundo, que es locura, necedad; y entonces, ¡se quejan porque ellos no lo prueban! Si ellos lo probaran, no mantendrían su palabra; es a través de su falta de pruebas que ellos muestran que no son insensatos”.
La última, del mismísimo Nietzche: “El politeísmo es falso pero expresa mejor la riqueza de la realidad que el monoteísmo pues no se ha separado radicalmente de la vida: el mundo de los olímpicos, por ejemplo, refleja la pluralidad y riqueza de la realidad, sus aspectos luminosos, ordenados y positivos y los oscuros, caóticos y negativos; el monoteísmo representa el extravío de los sentidos, el invento de un transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad a la naturaleza y a la voluntad de vida.”
Amén.
Over.
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