martes, 15 de febrero de 2011

Digamos.


Ella contó que venía caminando y escuchaba que los balcones se desplomaban detrás de ella. Giraba y nada, todo en su lugar, ni ladrillos rotos ni gente muerta. Seguía. Otra vez. Después fue en la casa. La miraban desde enfrente. Cerraba todo. Había alguien detrás de las cortinas. Y día tras día, todo se iba perdiendo, desde las ganas hasta la razón.

Ella dijo que vinieron las pastillas y los médicos, y que ahora está bien. Digamos.

¿A vos te pasó algo parecido alguna vez? Sí, le contesto, y un par de cosas más. ¿Y cómo estás ahora? Bien, digamos.

Ella me pregunta y yo le contesto.

Ella dice: “para mí que vimos algo, nos dimos cuenta de alguna cosa y ahora ya no podemos volver a ser los que éramos. Porque yo entiendo lo de la química, y lo de las enfermedades, sí, de acuerdo, pero esto es otra cosa. Te repito, nos dimos cuenta de algo y ahora estamos fritos”

Yo digo: “Para mí, no vimos nada ni nos dimos cuenta de nada, simplemente que vos veías caer balcones y el tipo que vive abajo no puede comer azúcar”

Ella me mira. Está enojada. Ella se enoja. Ella me dice:” vos seguro que sos de los que no van a los shoppings ni se compran ropa, y odian a las familias.” “Yo no odio a las familias”, replico.

Ella esta bien. Yo estoy bien. Digamos.


Over.

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