Yo también fui a la Ciudad. No había más que turistas, o algún que otro inocente que se confundía entre la multitud. La gente verdadera estaba en sus casas, discutiendo de política o de sexo, asomados a los balcones, furtivos, mirándonos pasar.
Se necesita mucho tiempo y mucha humedad para entrar en esas casas, conocer los planos del territorio, comprender los códigos: ser de ahí.
Antes de volver, escuché que en el río se lavan culpas, que los odios crecen en la noche, que casi nadie dice la verdad, y que al miedo se lo respeta. Y que pocos duermen. Como en cualquier ciudad.
Over.
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