miércoles, 19 de octubre de 2011

Cemento.





Si bien McEwan no profesa el minimalismo, hay en esta novela cierto ímpetu por la presentación de situaciones inquietantes con la exacta minuciosidad.

Ahí va el padre muerto, la madre enterrada con naturalidad, el pacto de silencio sin mayores sobresaltos, el rito interno que opera como salvavidas a medida.
El hecho de que hablemos de adolescentes y niños, vuelve todo más confuso, y es increíble cómo el autor nos introduce en la acción para que seamos nosotros mismos los que vemos el sótano, la grieta en el cemento y el olor que sube como confirmación de lo oculto.

Quizás sea demasiado breve la novela como para encender a cada personaje y su conflicto con el presente. Hay una confusión que va creciendo como una mancha y que parece poner a prueba a todos los niños: la elección sexual, el rol en una familia, el placer entre hermanos, la necesidad de dejar atrás un mundo.

Lo que sí es el acierto más grande de la obra, es la irrupción de ese extraño en todo el sistema. Representado en la figura del novio de la adolescente mayor, ese Otro llega para derribar el insostenible escenario. Llega para cuestionarlo todo, hasta el punto de desarmar lo que de un modo u otro se hubiera destruido. La unión sexual, seguramente, que asquea al novio, es la tensión final ante el descubrimiento de la verdad. Esa unión cuestionada cierra la parábola del quiebre, el fin del pacto, la llegada de realidad con sus leyes y costumbres.

The Cement Garden es la primera novela de McEwan, y es asombroso cómo podríamos ubicarla en medio o al final de su producción, y no hallaríamos ninguna merma, distinción o carencia de estilo. Un gran escritor desde el comienzo, sin dudas.


Over.

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