Uma ladra su alegría y le junto las patas de adelante y se queda inmóvil, como diciendo: así no, entonces la suelto y vuelve a la carga y es toda una vuelta al mundo. Entonces llega Ceci, y Uma se asusta por la puerta del ascensor pero al reconocerla repite lo mismo, ladra su felicidad. Nos vemos.
Ceci tiene una mano ocupada con la cartera. Usa la otra para señalarme con el dedo índice: “Usted, a casa, tengo información”. No lo dudo.
Hoy tratamos un caso de amaurosis fugaz, ¿le dice algo? Repito: “amaurosis, a-mau-ro-sis” No, doctora.
“A usted que le gusta, se trata nada más ni nada menos que de una ceguera monocular, es decir, no ves de un ojo.”, dice con su tonito de maestrita. “Y supongo que lo de fugaz es porque se va rápido. ¿Una basurita en el ojo?”, arriesgo sin miedo.
“Bueno, podría decirse, pero la “basurita” viene por dentro. Básicamente es por el desprendimiento de un pedazo de placa que sube por la carótida y llega hasta la arteria de la retina, ¿qué tal?”, dice Ceci con satisfacción. Yo sé que sabe que me iba a gustar el cuadro, y más por la palabrita usada: fugaz.
Me pregunto por qué a Ceci le interesa contarme todo lo que me cuenta. Digo, bastante tiene con su profesión mal paga, como para encime tener que aguantarme a mí, preguntándole de todo. Se lo pregunto. Me responde: “Sabés por qué”. Acto seguido, me echa de su casa, que se va duchar y que tiene una cena, mañana hablamos, chau.
Me quedo del otro lado de la puerta. Querría preguntarle con quién y adónde. Pero estoy del otro lado de la puerta y Ceci se va a duchar.
Entro a casa. “Amaurosis: del griego “amauros” (ἀμαυρός), ensombrecer, oscurecer”.
Over.
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