Soñé que estaba ocho años atrasado. Corría el año 2001 y yo sabía que en realidad no era así, que las cosas ya habían cambiado y que yo ya había vivido ocho años hacia adelante.
Veía a mis amigos con extraños teléfonos, coches que en mi ahora ya son viejos, gente con la que aún no me había peleado. Amigos que persistían. Gente que no había muerto aún.
Yo sabía todo, que tarde o temprano se iba a detener, que yo volvería a cargar los ocho años de distancia, que los teléfonos se modernizarían, que los coches serían más veloces, que ciertos ojos ya no me mirarían. Y otros ojos cerrados.
Al despertar, tibiamente pensé: acabo de soñar algo increíble. Pero pasaron las horas y me di cuenta de que la sorpresa se hacía angustia. Soñé algo terrible, insoportable. Saber qué sucederá, sin poder aislarse, sin poder decirle a nadie: sabés, dentro de ocho años pasará esto y aquello, te habrás muerto, seguiré sin tenerte. Daba lo mismo si me creían o no, no cambiaría en nada mi sentimiento. Evalué que la felicidad jamás puede prescindir de la sorpresa, de la ignorancia, de lo que vos llamás fe y yo no estoy de acuerdo.
Con el tiempo se diluirá el sueño, como tantas cosas que pasan o las horas que se agotan en sí mismas. Volverá en cuento o anécdota. Pero la palabra volver adquiere otro significado. Sí, señor.
Over.
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