Sobre esto último abundan las entrevistas donde siempre le preguntan lo mismo. En resumen, era un profesor de bachillerato con un buen sueldo, casa y coche, y un buen día decide vender todo para irse a vivir con su esposa a un pueblo perdido en el sur de Chile. Y no sólo eso: dice que se prometió no hacer nada más que escribir, y que si el dinero se le agotaba, se pegaba un tiro y a otra cosa.
Por poco, el tiro no llegó, y como si fuera otro de sus cuentos, fue editado por Mondadori con gran éxito, más aún si consideramos que se trata de dos pequeños libros de cuentos. Hasta acá la historia personal, sin mayor importancia para la literatura.
El primer libro de Lillo, “El Fumador y otros relatos”, está compuesto por diez cuentos, aparentemente de distinto argumento. El adverbio hace referencia al contenido: más que escribir sobre lo mismo en cada cuento, yo diría que el mismo cuento se abre en diez posibilidades, no ya como una repetición antojadiza sino como una reafirmación del mismo tópico.
Tenemos al hijo, a la madre, a la esposa, la indiferencia, la muerte, la sordidez, el desasosiego, la triste costumbre de vivir, los matrimonios falsos, los perdedores. Todo lo anterior, barajado con eficacia, desde el primer cuento hasta el último, animado en una atmósfera gris, sin escape, y atolondrada de laconismo.
Lo primero que dijo la crítica es que Lillo recuerda a Carver. Sí, es verdad. Pero no dijo que también sobrevuela la pena de Onetti, o ese peso existencialista que Sartre tan bien describió en La Náusea.
No dijo tampoco que la rutina vuelve intrascendente a la tragedia, y más bien la reduce a una contingencia ineludible por el sólo hecho de estar vivo. Cuentos en los que el protagonista se pregunta por qué está vivo, y al mismo tiempo se cuestione si tiene sentido preguntárselo.
Marcelo Lillo no es nada nuevo, no aporta ninguna singularidad a la literatura ni hace gala de un estilo que lo desmarque. Y por eso, que sus cuentos sean tan interesantes e ineludibles, lo hace más especial todavía. A los gritos, cualquier perosna es escuchada. Si en voz baja, llama la atención, hay que tomarlo en cuenta. Por eso mismo, sin dudarlo, Lillo se ganará un lugar indiscutible en nuestras lecturas.
PD: En cuanto a la informada pedantería de Lillo, yo creo que, a juzgar por las entrevistas, en realidad se ríe irónicamente de los entrevistadores, quienes, cual chismosos, buscan que diga algo "picante". Y el tipo lo dice. Ahora, la polémica parece más fabricada como comidilla de prensa que otra cosa.
Over.
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