Era el último día en Río de Janeiro. Con L. buscábamos discos a mitad de precio. Nos tomamos el Metro. Bajamos en una estación casi idéntica a otra en Lisboa. Nos miramos y pensamos que esa semejanza era como un pasaje. Nunca lo dijimos. De repente la vi detenerse en medio de la gente y mirar hacia el techo. Recorrí su mirada. Allí en lo alto, había como un agujero enrejado. Sobre las rejas, podía verse nítidamente esa imagen de murciélago que tantas veces vimos en los dibujos de Batman. Nos imaginamos al constructor riéndose en el momento que esa idea se le cruzaba por la cabeza. Yo miré a nuestro alrededor y me pregunté por qué nadie se sorprendía. Claro, con L. hacía rato que ya habíamos aprendido a caminar mirando para arriba. Bueno, al menos ya éramos tres: L., el constructor y yo.
Después llegamos a las disquerías. Si compramos algo, fue tan sólo como un gesto de justificación. Sabíamos perfectamente que buscábamos otra cosa. Creo que hubiéramos pagado el doble por el sólo hecho de recuperar la mitad de lo que habíamos sido. Volvimos al hotel en silencio. Nos acostamos y L. se dispuso a terminar Crimen y Castigo. De repente se abrió la ventana y entró como un vientito trayendo sombras, pedacitos de luz apagada que se iban cayendo y confundiendo en esa pasta que mezcla el pasado con el fin. Y el mismo soplido dejaba entrever puertas, caminos que se dejaban caminar. Yo sabía que todo estaba a punto de quedar congelado en la memoria, esa otra boca que come y escupe. Ahora, mientras acá ya todo lo cubre la oscuridad, estoy viendo aquella imagen, aquel silencio, aquel fin. Es estremecedor observar cómo la noche permite recorrer todas esas ideas.
Después llegamos a las disquerías. Si compramos algo, fue tan sólo como un gesto de justificación. Sabíamos perfectamente que buscábamos otra cosa. Creo que hubiéramos pagado el doble por el sólo hecho de recuperar la mitad de lo que habíamos sido. Volvimos al hotel en silencio. Nos acostamos y L. se dispuso a terminar Crimen y Castigo. De repente se abrió la ventana y entró como un vientito trayendo sombras, pedacitos de luz apagada que se iban cayendo y confundiendo en esa pasta que mezcla el pasado con el fin. Y el mismo soplido dejaba entrever puertas, caminos que se dejaban caminar. Yo sabía que todo estaba a punto de quedar congelado en la memoria, esa otra boca que come y escupe. Ahora, mientras acá ya todo lo cubre la oscuridad, estoy viendo aquella imagen, aquel silencio, aquel fin. Es estremecedor observar cómo la noche permite recorrer todas esas ideas.
Over.
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