Fue hacia el final, cuando nuestros cuerpos nos expulsaron por los años. A ver, cuando la combinación es dulce por la intensidad, el baile sobre la ola se torna simple, todo placer, nadie mide la caída, si falta poco o mucho para que se desarme el agua bajo los pies. Todavía había agua.
Tini nos dice que venía caminando y vio a una mujer ciega con los ojos muy abiertos. Eran lechosos, como si tuviera dos vidrios equivocados. Como espejos, tenía un espejo en cada ojo.
Lina soltó la galletita con mermelada y dijo: “uau”. Después tragó con dificultad y agregó: Tini, eso es hermoso, digo, horrible, pero hermoso, que los ciegos tienen espejos en los ojos. Pero se lo podríamos aplicar a otra gente, como una metáfora. Para una canción es demasiado fuerte, muy obvio, es más para un cuento, pero hay que agregarle algo.”
Esa noche nos íbamos a una fiesta en la casa de unos amigos de Lina. A mí me iban a presentar a una chica de Filosofía que había leído el Ulises en inglés. En aquella hora esa información me bastaba para suponer una mujer imbatible. Todavía no aceptaba que rara vez sucedía algo así. En fin.
Nos pasamos la tarde buscando algo que se equilibrara con lo de los espejos en los ojos. Se dispararon cosas como puños en la boca, cristos en las manos, nubes en los oídos, y no recuerdo qué más ridiculeces. Nada, no llegamos a ningún lado.
Sólo siguió la noche en la casa, vino barato y cerveza nada fría, y la chica del Ulises. Me la pasé hablando con Tini, que se la pasó escuchando mis comentarios de chico superado. ¿Y, te gusta? ¿Quién? La amiga de Lina. Sí, está buena. ¿Querés ir a hablarle?, por mí todo bien. ¿Hablarle de qué? Del Ulises, yo qué sé. Es que no lo leí. Yo tampoco. Tenemos que leerlo, che. Sí. ¿Lo compramos esta semana? Yo lo tengo, no hace falta. ¿Me traés un poco de seven-up, dale? Dale.
Y se terminó.
Over.
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