En mi floreciente pasión por la pintura, tardía por cierto, busco clasificar sin grandes reparos, a los distintos artistas. Es decir, intento equilibrar imágenes y palabras. Picasso, por ejemplo, es según mi ordenamiento: roto, luz, grito quebrado. Manet, por caso: crepúsculo, pastel, aliento freno.
Degas, el francés que vivió ochenta y un años cuando todos se morían quince años antes, es, sin demasiado esfuerzo: danza, fotografía, pastel soledad. Y hay una obra suya, la famosa “Absenta”, en la que retrató como nadie nunca, la soledad en su tono más brusco.
Esa mujer, ya vencida, animada por el rumbo repetido de tardes y tardes frente al mismo vaso de veneno. El hombre, con forzada hidalguía, compartiendo el mismo amor borrado. Todo frente a un espacio izquierdo a contramano, subrayado por la botella vacía, la tibieza de las sombras en el espejo, la pluma o el puñal, lo mismo da, tímidamente en primer plano, al alcance de la mano. Una soledad despreciada, aumentada por la luz del impresionismo más clásico, símbolo de un cambio de aire en la historia. La humanidad.
Over.
Degas, el francés que vivió ochenta y un años cuando todos se morían quince años antes, es, sin demasiado esfuerzo: danza, fotografía, pastel soledad. Y hay una obra suya, la famosa “Absenta”, en la que retrató como nadie nunca, la soledad en su tono más brusco.
Esa mujer, ya vencida, animada por el rumbo repetido de tardes y tardes frente al mismo vaso de veneno. El hombre, con forzada hidalguía, compartiendo el mismo amor borrado. Todo frente a un espacio izquierdo a contramano, subrayado por la botella vacía, la tibieza de las sombras en el espejo, la pluma o el puñal, lo mismo da, tímidamente en primer plano, al alcance de la mano. Una soledad despreciada, aumentada por la luz del impresionismo más clásico, símbolo de un cambio de aire en la historia. La humanidad.
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