Sin lugar a dudas, desde el nombre mismo de la película, uno puede sospechar que la morosidad narrativa será un hecho. Comprobada la conjetura, se solicitan planos lentos, miradas frenadas, repetición de sucesos, encuadres fundamentados, palabras justas, silencios. Silencios. Todo es concedido.
Lourdes es una película tediosa, en la que la empatía es dolorosa y hasta uno quisiera no verla, esquivar esa sensación pobre-gente-qué-castigo-estar-así.
Lo interesante, quizás, es que todo sobrevuela con tal sutileza lo concerniente a la religión católica, la atribulada fe en lo sobrenatural, el deseo de entender un supuesto misterio y la convicción de que en realidad creemos para no desesperar, que nada nos conmueve aún cuando sabemos la verdad más profunda.
La actuación de Sylvie Testud es impecable, dueña ya de un código gestual completo. El resto del elenco se ajusta a lo que se quiere mostrar, y una palabra en voz alta es suficiente para establecer la atención.
El baile final es de una agudeza memorable, con todos los ingredientes que se fueron dosificando a lo largo del film. La sonrisa ante la duda, ante la posible resignación de la protagonista, nos implora la reflexión. Una película que guiña con sagacidad e ironía, a toda la cultura católica de occidente. Y al ser humano en su conjunto.
Over.
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