miércoles, 3 de agosto de 2011

Gira.

En mente hay que conservar la rueda en su eje. Girando.

Es enorme la rueda, parece no volver, pero vuelve. Rápido, más lento, fuerza otra vez. Puede ser la misoginia en clave de reacción, de opio infalible. Pero falla. O el aislamiento emocional que recorre noches de barro, livianas. Agudas. Falla también.

Ahora ya no veo personas, sólo sus bocas diciendo las palabras, todas las historias iguales con cambio de actores. Alteración de comienzos, caminos más o menos sinuosos, finales. Finales.

Yo ahora escucho palabras, miles de palabras que cuentan lo que ven, lo que dominan, lo que pierden, lo que dejan. Antídotos para todo, falsas recetas empíricas, la ineludible necesidad de padecer.

Sólo palabras, sólo historias de otros, aplastadas sobre mí para contrastarlas. Todo para ajustar el miedo a perder el asombro. Cuando sé el camino, la dirección, la clave, ahí es cuando muero. Me muero fácil. Pero un momento antes, levanto la mano y tiro la piedra para que me golpee.

Estaba por morirme, sentado en una esquina extranjera, con gente que llevaba bolsas y escribía mensajes en sus teléfonos y miraba maniquíes. Una fuerza irremediable me convencía a unirme. Entonces me detuve, me senté y vi los semáforos.

La luz roja detenía a los coches. La verde los dejaba pasar. No había barreras ni muros. Eran luces que detenían.

Símbolos y signos.

La prepotencia de un color, la aceptación de su designio y el fugaz discernimiento de su poder: freno porque si no, mato a alguien. O freno porque a esta luz roja le corresponde otra luz verde que permite el paso, y si sigo, choco contra la otra corriente de coches. O freno porque si sigo, cometo una infracción que se traduce en dinero. O freno porque me miran los ojos que miran el color de los semáforos. Y si me rebelo, si no acato su poder invisible, el resultado se vacía. La revolución vacía contra un poder acertado.

Yo estaba sentado ahí, hundido en la multitud, pero pensaba. O imaginaba, que no es más que pensar sin rumbo, pero atento.

Nublaba la vista y eran bloques de colores que aceptaban la imposición de freno o avance. Colores contra colores.

Yo era otro color que miraba, frenado, el resto de la acción. Reducido a mi mente, extasiado por todo y por todos.

Son mojones. Volvés hacia esos señaladotes de tiempo y en realidad es todo un bucle que avanza poco. Ahora, por ejemplo, volví a enredarme en esa escena, y estoy ahí. Estoy ahí, suponiéndote en una hora sobre mi boca, urgente de cuerpo.

No me he movido todavía, y escucho tu risa de amor, tus párpados arrastrando mi voluntad, logrando mi avance. Mi freno. Mi avance.

En mente hay que conservar la rueda en su eje. Girando.


Over.



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