Estoy leyendo La Conciencia de Zeno. El gato duerme a mi derecha. Miro al gato, vuelvo al libro. Con clara influencia borgeana, pienso: el gato está soñando que yo estoy leyendo La Conciencia de Zeno. Pienso otra vez: Si despierto al gato y yo sigo aquí, estoy equivocado. Despierto al gato. Sigo aquí. Algo no me conforma.
El gato me mira adormecido y fastidioso. Sigo: en realidad no es mi gato el que me sueña sino que es una conciencia onírica felina, y basta con que un solo gato se mantenga dormido para que todo siga su curso.
Se lo cuento a Ceci que aparece por la escalera. Lejos de asombrarse, me cita a Borges y me dice que el sueño parece demasiado prolijo, y me pregunta por qué sospecho de los gatos. Porque duermen tres cuartas partes del día. Está bien, me dice Ceci, pero por qué los gatos están dentro del sueño, pregunta.
El gato vuelve a dormirse. Pienso en el sueño del cual es parte, y en la inutilidad de despertarlo para corroborar mi fantasiosa sospecha.
¿Y si despertamos a todos los gatos del mundo al mismo tiempo? - pregunta Ceci y guiña un ojo. ¿En qué se convertirían si ya no son parte del mismo sueño? La veo venir, juro que puedo sentir su hermosa conclusión. Entonces hay un gato que jamás se despierta, el que sueña a todo el resto como un espejo. Si despertamos a todos los gatos, eso sería parte del sueño también. Y como no pasaría nada, en algún momento se dormiría alguno, y punto.
- ¿Sería algo así como un Dios? - pregunto tan tontamente.
- No, Dios es otra cosa, qué estás diciendo - contesta Ceci y me golpea - Además, si fuera así, jamás podríamos despertar a ese gato único.
- ¿Por qué? - y me quiero morder los labios.
Cecia me mira y abre los ojos. Mueve al gato hacia los pies y me pide que le haga un lugar. Sigo con Zeno, su conciencia y su padre que muere. Algo cambió.
Over.
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