Tendría que escribir sobre aquel día en que se conocieron Lina y Tini. Tendría que escribir sobre aquella esquina de lluvia donde el bar estaba cerrado porque era domingo y de repente nos encontramos y yo: Tini, ella es Lina, Lina ella es Tini, ahora se saludan, vamos, y Tini: te imaginaba tal cual sos, y Lina, ojalá yo me imaginara igual.
Tendría, dije, que escribir sobre toda aquella tarde, y no puedo, y quizás tenga razón Lina cuando dice que las ausencias se resisten a ser narradas por miedo a quedar unidas al olvido o la imaginación, las ausencias suelen callarse, a ellas les encanta el silencio.
Entonces voy a escribir sobre el sueño de Tini, o mejor dicho, cuando se lo conté a Lina un poco así:
Ella sueña con peces, y si eso no es lo asombroso, hay que tener en cuenta que los sueña flotando. Sí, ella me dijo que sueña con peces flotando, ¿muertos?, no, para nada, son como pececitos cansados, vencidos por el agua, y se dejan ser por la marea, a la espera de que por alguna razón, algo o alguien los haga reaccionar.
Festín para psicoanalistas. No, porque no son símbolos, no quiero rebajarlos o subirlos a esa condición, qué importa si el pez soy yo, o mi madre o mi hermana, qué importa acaso si la marea es este tiempo demasiado tenue que me arrincona. Bueno, la marea, marea. Ves, eso es lo que no quiero, no me pienses como un caso, no trates de sacarle la cara oculta a las cosas, si escribís, vas por mal camino, corazón.
Ella sueña con peces que flotan vivos a la espera de un cambio. Ese debería ser el título, y justamente por eso, no lo uso. Simplemente: “Ella sueña con peces”. Ahí está, qué tanto.
Over.
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