miércoles, 5 de noviembre de 2008

Palabritas



Estaba leyendo la propaganda de un taller literario donde dice que una novela es como un telaraña, porque las buenas obras ofrecen una seguridad que invita a recorrer todo el entramado y que la prolijidad permite que uno no se caiga en ningún lado, mientras que las malas novelas dan la sensación de desequilibrio que lo dejan a uno quieto en un lugar, con miedo a caerse en el próximo paso, haciendo todo lento y tedioso, y uno finalmente opta por saltar hacia fuera.

La comparación está bien, pero es justamente al revés, y sí, justamente al revés de los criterios de mercado. La gente se acostumbró a decirle al vendedor: “mire, quiero apretar un botón y que funcione”, entonces el vendedor lo pensó un poco y se dio cuenta de que cuanto más fácil mejor, y ese peligroso pragmatismo se convirtió en un enorme derrame de tinta que termina manchándolo todo. Maravilloso drive que anotó la modernidad, con su dudoso panteón unisex en el que todo da lo mismo.

Los fusiles de la información están cargados hasta los dientes, online las veinticuatro horas, y las pantallas de una internet cada vez más parecida a un precioso abismo en el que nunca nadie puede caerse. Se echa el anzuelo en una pecera de palabras, y después la telaraña se abre sobre una alfombra de rosas, todo es tan hermoso.


Over.

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