lunes, 17 de noviembre de 2008

Pozo negro



Al margen de tu doctorado

y la pena
de tu ridícula pose de sabiondo sin desayunar,
amerita este calor recordar tu vulgar humor
otra vez,
insistentemente precario y obsoleto,
el aletargado vaivén de tu lucidez,
la genial puesta en escena de tus desaires.

Amerita, dije,
porque suma estupor tu recuerdo, a la distancia
con todo lo que has perdido, aquí en mi mente
sobre la mesa y detrás del televisor.

Si acaso hubieses aprendido a silenciar tu amor
mientras bebías a la fuerza ese café negro,
demasiado adulto* y a escondidas de tu realidad.

Si acaso unieras a tus llaves la cifra del abandono.
Pobre diablo sin más fortuna que la heredada
A traspié del prestigio de la fama interesada

Nunca entendiste lo que es no deberle nada a nadie.
Nada a nadie.



*Adulto, el café, aclaro.


Over.

2 comentarios:

gasper dijo...

Quiero creer que se puede no deberle nada a nadie. Pero por otro lado: ¿Qué tiene de malo necesitar al otro? Y si uno se endeuda en mil besos y 400 caricias con esa mujer que no nos dará ni las chirolas del vuelto... También existe la siniestra felicidad de saber que nunca vas a pagar esa deuda de amor.

Hernán Galli dijo...

El amor no se debe ni se paga...
Hay muchas deudas impagables, como las que tenemos con nuestros padres, por ejemplo.
Supongo que sólo se debe, lo que se puede pagar, ¿no?