miércoles, 9 de julio de 2008

Giros.





Un no tan velado eslabón une a la novela de Schlink, El Lector, con la inquietante película de Bryan Singer, Apt Pupil.

En el libro, la trama es el gran enigma que nos conmueve a todos: ¿cómo separar los perfiles de una misma persona, cuando sólo vivimos uno y nos enteramos de otros? Esa crítica necesidad de no creer lo que no vemos, vimos, vivimos. De repente, esa cara y ese cuerpo se trasladan por la narración, a los peores escenarios posibles, siendo artífices de las acciones contra las que luchamos, hechos que aborrecemos, palabras que nos avergüenzan.

El pequeño niño que descubre la imbatible electricidad del sexo en esa mujer más grande, intrascendente trabajadora en el tren de la ciudad. Esa mujer que lo conmueve y le pide que le lea, esto y aquello. El muchacho que penetra de manera total, ya en la mente y cuerpo fundidos, siendo el vehículo del placer y la literatura. Él hubiera querido que en otra vida, se hubiera decidido por el derecho, los juicios y los tribunales. Él hubiera querido que en otra vida, sentada en esa silla demoledora, las palabras salieran de aquella mujer. No sabía que todas las vidas posibles, se dan aquí. Sólo aquí, en esta vida.

Y el otro joven, el que aún moldea su maldad, encuentra en un inofensivo anciano, la punta de la mecha que logrará la ignición. El fuego del poder y la humillación. La maldad tomando las riendas de la mente. El viejo nazi, ya perdido, actuando la comedia de su propio genocidio, ante el joven que cree dominar al dominador, y así subir un escalón más en su perverso destino.

Quizás ambas obras no articulen sus semejanzas tanto en el contenido sino en la metáfora final de la película. Ese aro de básquet que se funde con la cara muerta del nazi, haciéndonos resignar a la inevitable circularidad histórica, donde, al parecer, nada se repite, todo continúa. Todo continúa

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Over.

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