A ver, Francois en realidad se llama Abel, pero el día que lo conocí en el bar del gótico, le dije que si era francés, para mí podía ser Pierre, Francois o Dimitri. Se rió y me dijo: “Entonces tú me llamarás Francois” Abel (en adelante Francois) era el hermano de una amiga de la chica con la que salí aquel viernes. Ni yo quería salir con esa chica ni ella querías salir conmigo, y creo que la mejor idea que tuvo fue la de agregar gente a una salida que se iba a espesar con el correr de las horas.
El punto es que Francois me dijo: “Argentino, Marelle”, y yo le digo: “Francés, Foucault”. Lo dije porque me pareció que sonaba bien, y porque ignoraba la literatura francesa de los últimos veinte años. Entonces me dice: “Argentino, La maga”, y yo lo miro y le digo: “Francés, Marcel Marceau”. Claro, se rió.
Uf, pasó mucho tiempo, el encuentro fortuito en el Ateneu, y cuando llegó Amit con la cámara de video, empezamos con las encuestas para la televisión israelí, en las que invariablemente las encuestadas eran sólo mujeres menores de 25, y tantas cosas que se me amontonan en los dedos y que siempre digo (siempre me digo) alguna vez tengo que escribirlas. Alguna vez tengo que escribirlas. Pero otro día. Otro día, sí.
Francois me escribe que anda mal porque se separó de Sylvie, que ella se volvió a Londres y que no hay vuelta porque no se pelearon ni discutieron. “Amigo, si no discutes, no hay regreso”. Bueno, un poco tiene razón, claro.
La cosa es que me mandó la carta que Sylvie le escribió para despedirse. Hay muchas formas, desde ya, pero no se me habría ocurrido esta manera de decir adiós. La posteo porque lo conozco a Francois, y él tiene una fe ciega en mí, por la cual cree que tengo la habilidad de llevar la realidad a la ficción y así dominarla. “Tú lo cuentas, y ya es de otro, le sucede a otro”. No entiende que no es así, pero insiste. Insiste. Ahí va.
Ab:
Dejé los libros de Zolá porque no los voy a leer, ya lo decidí, y porque me llevo la máscara inca, eso ya me alcanza. No sé si te dije que tengo la sensación de que ayer no hablamos nada, o que no estuve bien. Siempre pienso que no estuve bien, ya lo sabes. En cuanto a lo que me preguntaste, te contesto. Hace rato que sueño con una casa en Lake District, de techo de paja y mucho frío. Sueño con una habitación grande con un sillón colorado, una mesa de esas antiguas donde las abuelas solían tejer, un hogar mediano y el ruido de los leños quebrándose. Sueño con té, mucho té. Y cinco libros y muchos discos y un cuaderno. Sueño caminar por el bosque y fumar uno, dos cigarrillos, y volver a casa y acostarme en la cama donde hay una frazada que me espera. Sueño con una tele donde pueda ver películas de noche o de día. Sueño con un teléfono que nadie tenga. Con eso sueño, amor, con todo eso desde hace muchas, muchas noches. Te quiere, Syl.
PD: El inglés moroso y “adecuado” de Sylvie hace que la carta pese más. Ni una sola contracción, ni una sola palabra fuera de lugar, todo fríamente descriptivo. Preciso, prolijo y final. Que te digan que no te incluyen en un sueño, es un golpe. Fuerza Francois, ya lo ficcioné. Y a ti que te gusta, te pregunto: ¿“fe ciega” no es un pleonasmo?
Votre ami, Hernán.
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