jueves, 4 de septiembre de 2008

Fría sólo la piel.






Llegó tan bien publicada, en la edición tan bien editada de Edhasa, sí, de cubierta sobria, y de contracubierta hermosa. Sí, uno de esas novedades tan recomendadas por la comunión de alabanzas entre crítica y lectores. Sí, esos libros de los cuales desconfiamos y raramente leemos, compramos, pedimos prestados; (al margen, ¿Los críticos no son lectores?).

Pero hay excepciones, claro que las hay, y La Piel Fría (“La Pell Freda”, en su original, con la maldita “ll” que delata a quien no habla el catalán), de Albert Sanchez Piñol, es una obra de ingeniería literaria, llena de todo lo que debe tener una novela que quiera acercarse a la perfección. Por muy poco no la alcanza, y quizás todo se deba al primer tercio de la historia, donde con cierta pereza narrativa, el autor intenta lograr figuras literarias o descripciones sentenciosas que por lo menos están desenfocadas o le quedan un poco grandes.

La clave de la novela es la historia en sí (algo tan poco presente en la narrativa actual y casi desdeñada por la literatura argentina). Dije, la historia, la trama, el argumento, que de un aparente minimalismo, se nutre de metáforas y figuras que trascienden a lo contado.

Encasillada en la novela de aventuras, emparentada acertadamente con la línea de Conrad, la verdad detrás de la Piel Fría es perturbadora, y encadena la soledad, la otredad y la locura para convertirlas en una sola forma de la condición humana, enmascarando la diatriba esencial que obliga la vida al límite: el instinto como posibilidad única de resistencia.

Una historia de la sordidez, que crece oración tras oración, como si el autor creciera junto a la novela, su pulso se vuelve insostenible, y uno necesita urgentemente que todo termine, que la razón traiga, sospechosamente, algo de calma. Para bien o para mal, la calma llega siempre, pero uno desearía poder manejarle sus tiempos, claro.

¿Existen consejos de lectura? Ok, lean esta novela, por favor. Intenten pasar la primera parte, como quien navega en aguas inútiles, llenas de reflejos aburridos. Léanla, porque hay que saber que lo que dice la novela crecerá de algún modo, como pasto perdido, como musgo, como flor. Yo creo que se hace flor, lo bueno, siempre, se hace flor.



Over.


PD: Y sigo dándole vueltas al nombre de quien vive en el faro, Battis Caffó. Sí, claro, lo de batíscafo, pero no le termino de hallar la relación. Y lo que se me ocurre es tan descabellado que ni yo lo puedo creer. No me puedo creer.

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