Todos tenemos nuestro muro de Berlín,
antes de liquidar los años útiles
Un poco entrados en la herrumbre, quizás,
queramos o no, el muro cae,
se abre en flor o en desierto, en fe para muchos.
Cae o lo tiramos abajo,
miramos la tele o levantamos el martillo.
Baja el ladrillo, sube el polvo. El polvo.
El tiempo sucio de lo escondido. El eco.
El eco agrio de lo callado. Lo no dicho.
Sí, y todos tenemos nuestro Santo Grial.
Lo corremos para ahuyentarlo.
Le huimos. Lo huimos.
Antes de abandonar la peli, de repente
o a los tumbos, sobre aviso o inesperado,
lo acariciamos como al cuerpo moribundo
de quien no tiene que irse todavía.
Llegamos a nuestro Santo Grial y cae el muro.
Casi siempre es todo junto. Como la victoria:
de golpe pegamos el grito, y empezamos.
Over.
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