En su mayoría, las intervenciones neurológicas se realizan con el paciente relajado pero despierto. Esto se debe, principalmente, a dos razones:
1) El cerebro no duele. A diferencia de otros órganos, el cerebro no acusa dolor al ser tocado o intervenido. Por caso, cuando sufrimos dolor de cabeza, lo que se inflama son las meninges, las cuales recubren al cerebro. O bien algún músculo o bien el cuero cabelludo, pero el cerebro no duele.
2) Debido a lo delicado que implica intervenir el cerebro, se necesita hablar con el paciente para saber si se están tocando zonas que afectan al lenguaje, la comprensión, la vista, etc. Es muy interesante observar cómo al presionar cierta zona del cerebro, se le pide al paciente que diga su nombre y se escucha un balbuceo incomprensible.
A ver, no es que no se sepa hoy en día dónde residen las diferentes áreas que controlan nuestras conductas, el punto está en lo microscópico de las células y tejidos que las componen, por lo que no se puede, con tanta precisión, saber si se está dañando o no alguna conexión.
Dicho lo anterior, expongo el caso de Gerardo S.:
Intervención para extirpar tumor benigno en el cerebelo.
Síntomas: ataxia y vómitos.
Técnica: con la espalda elevada en el plano vertical 60 – 90°
El paciente Gerardo S. acepta la intervención quirúrgica con la sola condición de que su psicólogo, Mariano P., esté presente en la cirugía. Analizado el pedido, se decide aceptar la presencia del psicólogo cuyo apoyo se evalúa beneficioso para el paciente.
Después de que se atraviesa la duramadre, el cirujano comienza a analizar la mejor forma de extirpar el tumor. Con cierta asiduidad, el profesional le pregunta al paciente su nombre, sus gustos preferidos de helado, el nombre de sus hijos, algunas operaciones matemáticas simples o el movimiento de algún miembro.
Aproximadamente a los 30 minutos de comenzada la intervención, el paciente le pregunta al cirujano si tiene a la vista su cerebro. Ante la respuesta afirmativa, el paciente dice: “Mariano, ésta debe ser la primera vez que puede ver la mente un paciente, no se lo pierda”. Tras la sonrisa del psicólogo, el paciente se dirige nuevamente al cirujano: “Doctor, podría mostrarle el inconsciente a Mariano, por favor, y de lo posible sáquele una fotografía”.
Ante tal sugerencia, el doctor responde: “Señor O., el inconsciente es una forma profunda del pensamiento y la memoria, es posible que resida gran parte de él en el hipocampo, pero probablemente las conexiones vayan más allá, y así también tenga su injerencia el hipotálamo y las amígdalas”. El paciente agrega: “Bien, entonces está en un lugar pero todavía no se sabría exactamente dónde. Ya se sabrá, ¿cierto?”
Contesta el doctor: “Bueno, para decirlo de algún modo, lo que usted denomina “inconsciente” es algo que no significa lo mismo en el campo de la medicina. No le puedo asegurar que exista del modo que se describe, pero al menos yo, estoy seguro de que clínicamente se le puede atribuir un lugar en el cerebro, claro, y que en no mucho tiempo se podrá localizar con precisión. En
El paciente, levantando ligeramente su mano derecha, le dice al psicólogo: “Mariano, ya ve, no falta mucho pero todavía hay tiempo para seguir con las sesiones. Todavía hay espacio para seguir convenciendo a los pacientes sobre el inconsciente como un espacio insondable y al analista como el único decodificador. Me pregunto si a usted lo remplazará una máquina o un médico. Yo no sé qué preferiría”. Mientras el psicólogo comenzaba a explicar que lo del “locus” para el inconsciente era una bravuconada positivista, los cirujanos y el residente, no pudieron (o no quisieron) ocultar sus suaves risas socarronas.
Over.
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