sábado, 1 de mayo de 2010

Obvio.

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Hice las cuentas y me fui. Todos dicen: un día de estos, vendo todo y au revoir. Nadie vende nada, nadie se va a ninguna parte. Si las cosas fueran al revés, al mundo le quedarían cuatro días.

Dije: hice las cuentas y me fui. No dije que el barcito a cinco minutos del pueblo era una mala idea desde el comienzo. Yo no buscaba buenas ideas, para nada, simplemente pensé: si vienen cuatro tipos cada tanto, y le sumo los turistas en temporada, el año lo paso tranquilo.

Ahora dije que hice las cuentas y que monté un barcito. Lo que sí seguro nunca dejé claro, es que no pasó un día sin pensar en que entrarías por la puerta, de paso, perdida quizás, yendo o viniendo del río, con o sin hijos, de casualidad o porque te lo habían contado: sabés, al final se fue, dijo que hacía las cuentas y que se iba, y ahí está, a cinco minutos del pueblito, con un bar de cinco mesas.

Y quizás, por todo lo que te cuento, no me llamó la atención verte la cara igualita, como si los años no hubieran pasado, como si lo que me contaron le hubiese sucedido a otra persona, no a vos, que te fuiste en serio ese martes a las cinco y media de la tarde, y yo pensé, bah, el sábado nos vemos. Treinta y dos años y entraste por la puerta del bar. Era lógico.



Over.