viernes, 26 de julio de 2013

Pozo negro




Aunque te arrastres puedo sentirte como una cárcel,
puedo ahorrar la luna fría y mi enorme destino,
y hasta puedo despreciar esta lluvia sucia, anularla.
Pero soy la marea en tus pies, la sangre que huye,
la raíz idiota anclada de palabras y rencor.
¿Acaso que estalles en la noche, silenciosa,
No es motivo para trabar tu imagen hoy?
No eres más que luz sobre luz, tapando los ojos,
y la brusca sombra que el espejo omite.


Over.

Palabritas.




Entonces este minuto se diluye en el próximo, la realidad se hincha de realidad y una capa tuya sobre otra capa mía se enciman ilusoriamente; somos escamas superpuestas en una secuencia de piel y días.

Esto, el tiempo, fugado hacia una imposible gaia del amor, cuando en realidad luchan este cuerpo mío y ese deseo tuyo, hasta agotarse de sentido y jugar a perder o distraerse. Una feria de equilibrios siempre en guerra. Lo que somos y los años.   


Over.

sábado, 20 de julio de 2013

Pozo negro.




Como quien viene de la noche
             quien cruza el regreso
                       ofrece el olvido
                                  el rencor
                                   siempre
                                 lo mismo
                       permite el ayer
                  quien calma la flor
Como quien vuelve y no llega




Over.

Luces.




Qué ganas de no dormir esperando, hoy, justamente tan cerca de que me huelas el pánico. Si llegaste hasta aquí, cómo, desde lejos y todos tus otros años ignorándote. Porque Ceci se cruza de piernas sobre el sillón y parece más chiquita aún. Vamos, que nadie puede olvidar tu mano sobre tu cara y de repente que todo se instale en la realidad.

- Tapetum lucidum, bien a lo Harry Potter, qué tal. Viste que los gatos, cuando los ves de noche, parece como si le brillaran los ojos. Los perros también, pero menos. Todo se debe a una membrana que tienen detrás del ojo, que vendría a ser como un espejo donde se reflejan los rayos de luz.
- Por eso el rojo de las fotos.
- No, mon chérie, eso es otra cosa. Es por la pupila dilatada, entonces la luz entra e ilumina los vasitos sanguíneos. El ser humano no tiene el tapetum porque no tiene hábitos nocturnos.
- Voilà, para eso inventamos la linterna.
- Digamos.
- ¿Y cómo es que sabés tanto?
- Sé mucho de algo, no de todo.
- Bueno, yo sé de todo, ejem.
- Ahora sabés del tapetum.

Entonces pasa todo en un segundo. La yerba, por ejemplo, que Ceci acomoda en el mate de forma casi obsesiva. Sus dedos huesudos, sin anillos, que aprendieron muchas más cosas. Con la mirada atenta, me habla de los conos y los bastones, como dirigiéndose al aire, al espacio entre ella y yo, que es la distancia que nos agobia y negociamos. Yo sé poco, y ella también, pero nos divertimos abriendo las tapitas para ver qué hay dentro de los frascos. Y así pasa el frío. 

Over.
 

viernes, 12 de julio de 2013

Pozo negro





Qué más, si estos escombros desesperados,
Estallando en la noche y en todos tus rezos.
Qué más, si es el final real que cae al cielo,
Dormido y domado, como vías en el campo.
Este es el fin, qué más, entonces, dime,
Qué más si todos estos días se sueltan obvios
Para siempre en la trinchera, humo hundido,
Se cierra la música, bajan las torres, sube el mar
El mar cotidiano suave de esporas en mi boca
Mi boca como años a la intemperie, suelta.
Qué más, si nada ocurre entre los ruidos,
El rumbo de la gloria, el ansia de llegar.
Nada más, si es el fin, y así termina.



Over.

lunes, 8 de julio de 2013

Recuerdo - Recordar - pasar otra vez por el corazón - par couer - by heart. uffff



(Jorge Luis) Borges atribuye a su padre (Jorge Guillermo), la elaboración de una teoría psicológica sobre la memoria. En resumen, dicha teoría propone que cuando uno recuerda un episodio de su vida, y a la vez, este recuerdo se repite en el tiempo, lo que recordamos, en realidad, es “la última vez que evocamos dicho recuerdo”.

Exempli gratia: me caigo de la bicicleta a los ocho años y me quiebro la pierna. A los nueve años recuerdo ese hecho. A los diez años, ya no recuerdo directamente lo que me sucedió a los ocho, sino lo evocado a los nueve, razón por la cual, en cada reminiscencia, se pierde o se agrega algo. Todo recuerdo es una construcción, eso lo ya sabemos.

Aunque entrañable, Borges no acertaba a la hora de honrar a su padre con el supuesto descubrimiento de ese curioso mecanismo de la memoria. Cuatrocientos años antes de la llegada de Cristo (o ese istmo religioso que parte a la historia en dos), el griego Tesalo había sugerido una observación muy similar.

En Escritos II (Gredos) (S. IV a.c.), se lee: “Los días del sol y de la noche, las horas y los minutos que nuestro cuerpo ocupa en esta vida, se arman de memorias y pasado, urgiendo al presente a llegar al futuro. Se repiten esos recuerdos, pero nunca vuelve el arquetipo. Nos duele una muerte, pero el dolor se traslada en el tiempo, en nuevos sentimientos cada vez. Percibimos, a lo lejos, un acto primitivo, pero nunca volvemos a él. Vive otra vez cada vez que lo recordamos, pero ese recuerdo es nuevo, y sólo se une al anterior. Recordamos lo que recordamos por última vez, sin el poder ni gracia de saber, siquiera, cómo fue tal evento en realidad. Si es que fue.

De manera más acabada, Tesalo parece anunciar lo que en el siglo XX se dio en llamar la importancia del sentir. Expuesto en otros términos, esa noción de no importar si algo sucedió o no, dándole importancia a lo que se siente. Básicamente: “qué importa, para el concepto de dolor, si me golpeé o no la cabeza, cuando mi problema es que me duele.”

No obstante, y esto corre por mi cuenta, tampoco creo que Tesalo haya sido el primero en observar lo que anotó en sus Escritos. No debe haber pasado demasiado tiempo, desde que un hombre pensó en la posibilidad de que sólo “recordamos lo que recordamos por última vez”, como una carrera de postas, inmóvil y lineal. He dicho.



Over

Te veo y no me ves.




“Bentham es más importante, para nuestra sociedad, que Kant o Hegel”. Fundamentada por el asombro, la exageración de Foucault tiene asidero. Digo asombro porque la misma concepción del panóptico parece ser profética con relación a la hipervigilancia que es moneda corriente hoy en día. 

Foucault también lo supo ver, y encontró en la propuesta de Bentham una ruta hacia el futuro, un camino único por donde la sociedad se iba agolpando y los Estados querían ganarles en velocidad. Y lo hicieron.

Si bien la idea arquitectónica de Bentham podía aplicarse a diversas instituciones, es la relacionada con las penitenciarias la que la haría famosa. Y con el objetivo de suavizar su utilidad, se diría que bajaba considerablemente los costos de vigilancia, en dicho tiempo, representados sólo por hombres; la corriente utilitarista en su máxima expresión.

Cuando se profundiza en el concepto, es inevitable la presencia de la religión. ¿No es acaso ese Dios omnipresente, el que todo lo ve? Todas nuestras acciones estaban vigiladas por ese ojo supremo, sólo que el castigo era difícil de demostrar en la inmediatez, y de ahí que el miedo podía atenuarse de algún modo. Si yo estuviera convencido de que al cometer un mal, esa fuerza divina tendría preparado un castigo ejemplar para mí, entonces debería abortar de antemano mi intención. Sólo que el castigo vendría después de la muerte, y quizás, mediante el solícito pedido de perdón, hasta podría evitarlo. La tensión religiosa entre el acto y el castigo fue perdiendo su fuerza, y casi nunca fue efectiva a la hora de evitar el mal.

Pero ahí estaba, creyera o no, el ojo que me miraba continuamente. También crecían otros vigilantes, a saber, los muertos. Mi padre muerto, por ejemplo, con suerte disfrutando del eterno paraíso, se transformaba en un espíritu que me acompañaba. Y qué espacio inmenso ocupaban las fuerzas mágicas frente a una incipiente ciencia que poco podía aportar. Un centinela insomne que nos observaba (¿juzgaba?) sin descanso.

Pero hacia el siglo XVIII, durante la famosa Ilustración, la ciencia había ganado un espacio asombroso, empujando a la luz a tanta definición mágica. Ya quedaba menos lugar para el control imaginario, y de ahí que fuera oportuno el proyecto de Bentham.

El desarrollo que la vigilancia ha tenido hasta nuestros días, es pavoroso. En pos de un supuesto cuidado, aprobamos el seguimiento continuo de nuestros pasos. En nombre de un fin anhelado, desviamos la vista de los medios que se utilizan. Cuando Saramago escribió en su novela Todos los Nombres: “No hay mejor guardián, que el miedo a que el guardián venga”, no hacía más, creo, que citar un adagio popular. Supongo que no era su intención aclarar que esa ignorancia del riesgo fuera de una utilidad peligrosa con la que cuenta el vigilante sobre el vigilado, negándole a este último el derecho a no tener que inferir sin pruebas.

Quizás haya escrito todo lo anterior en virtud de un recuerdo de la escuela. El profesor de química repartió los exámenes y anticipó que todos teníamos las mismas preguntas, que no fue necesario hacer temas distintos para evitar que nos copiáramos. Empezó a dictar las preguntas y al terminar se sentó sobre el escritorio. Una vez allí, se colocó unos anteojos espejados, de esos que no permiten ver los ojos de quien los usa y por el contrario, si uno se acerca, ve su propia cara. Por si fuera necesario, aclaró su ocurrencia: uso estos anteojos así no pueden ver mis ojos, que es lo que miran para intentar copiarse. Empiecen, por favor.

Durante muchos años conté la experiencia, siempre resaltando lo hábil que había sido el profesor. Repetía: no necesitó separar bancos, hacer temas diferentes, esconderse detrás del aula, nada. Estaba ahí, enfrente de todos, y nadie podía ver la hoja del compañero. Hasta quizás el tipo cerraba los ojos. Esta última línea, la repetía y buscaba la risa de quien me escuchaba.

Hoy, ese recuerdo ha cambiado. Aunque menor, la actitud del profesor anulaba el derecho a saber. La vigilancia debe ser consentida o por lo menos anticipada. Todo individuo debe conocer que sus acciones están siendo registradas con fines de precaución por terceros, y de ahí tomar su decisión. De acuerdo al ejemplo del examen, no objeto la observación, sino la imposibilidad de saber qué se está observando. El límite parece extremadamente delgado, pero esa es la diferencia entre participar de una sociedad o ser un elemento útil y meramente constitutivo de ella. Y lejos está la justificación que pueda expresarse por la alternancia. Mientras haya instituciones o personas que tengan más poder que otras, para bien o para mal, ya sea el Estado o una empresa, el espejo siempre va a pertenecer al mismo vigilante.


Over.