miércoles, 30 de abril de 2008

Dublin cerró.


Antes de Fabián Casas, en Boedo “mandaba” Isidoro Blaisten. Permítaseme la bravuconada, porque Casas sigue creciendo y a Blaisten se le terminó la película. Justo en San Juan y Boedo estaba la librería donde el gran Isidoro atendía en persona y a donde iban varios autores a seguir perdiendo el tiempo. Su historia es conocida. Si no, se la busca. Yo empecé un poco por el final, por “Al Acecho”, y me cautivó, aunque no pude entrever el grado de humor y literatura que desbocaban sus cuentos.

A ver, qué decir de un cuento sobre un hombre oblicuo que se casa con una mujer oblicua pero para el otro lado, y que a causa de este desencuentro físico, no se puede consumar el matrimonio. O sobre un hombre que gana un concurso sobre el Ulises y se comprar un castillo en Irlanda para leer infinitamente el Ulises. Ya está, amigos, se cumplió el hechizo.

Qué decir de un tipo que termina un cuento así: “El no lo sabe. Pero yo lo sé.”

Qué decir de un tipo que escribió cuentos magistrales y en cuanto termina su primera novela en 71 años, no va y se muere.

En su literatura hay humor, ese potrillo que si no se doma, termina rompiendo todo a su alrededor. En su literatura hay imaginación, otro caballito difícil. Pero a él le salía bien la mezcla, de receta oculta y alquimia escrupulosa. Había aprendido a dominar el rebenque que exige el tempo de las letras. Del poema saltó al cuento y cayó tan bien parado.

Alabado en notas y artículos, la verdad es que de él poco se habla, y es menor el lugar que tiene en la literatura del que se dice que ostenta. Lo que pasa es la gente no lee cuentos, dice el vendedor. Lo que pasa es que gente lee mierda, digo yo.

Imaginemos una gran fuente de agua que se va alimentando sin cesar de historias y cuentos. Allí están, sosteniendo el caudal: Arlt, Cortázar, Macedonio, Borges y nuestro gran Isidoro. Hermoso paseo. Es por eso que parece eterno el contenido, y nos lleva años dar vueltas y vueltas alrededor de palabras y signos para poder aprehender la belleza. Y también es por eso que a Dolina se lo lee a los quince años y se lo olvida a los dieciocho.

Lo mejor es lo que escribió. Apunto algunos escritos de “El Mago”, de 1974, cuando la librería todavía estaba abierta y la melancolía no había decidido cerrarla. Y yo recién entraba en la película


El Desarrollo y la Fe

Sólo los chicos creen. Pero los chicos crecen.


El Equilibrista

Lo que nunca alcanzó a oír el equilibrista, antes de ponerse a caminar sobre la cuerda floja, fue que en el poste de la otra punta un peón de circo le dijo al payaso.

- Pa mí que esta soga no aguanta


El Bigote de Lujo, La Estudiante de Ciencias de la Comunicación y el Lustrabotas

La estudiante de Ciencias de la Educación amaba a Severino Aníbal Mangiabróccoli. No por el nombre y apellido sino por su bigote de lujo.
El lustrabotas los miraba pasar a la vera de
la Perla del Once (la antigua) y silbaba.
Un día Severino Aníbal Mangiabróccoli se afeitó el bigote.
La estudiante de Ciencias de la Educación se metió con Arnoldo Krasnbopolski, antropólogo recién recibido, con tienda, además, muy cerca, en el Once.
El lustrabotas dejó de silbar.

Y termino con este que me parece soberbio.

Los Centinelas Nocturnos.

- ¡Alto! ¿Quién vive?
-
Por favor, seamos coherentes. Soy petiso y estoy muerto.
- ¿A qué viniste?
- A llevarte.
- No puedo.
- Podés. Vamos.
- No puedo abandonar mi puesto.
- Podés.
- Tengo que cuidar la noche.
- La noche es grande y se cuida sola. Vamos.
- No me hagas poner nervioso. Está por amanecer.
- Entonces prometeme que no vas a decir nada.
- Prometido. Vamos.
- Esperate.

El centinela y el otro se van. En mitad de la noche ha quedado un fusil Mauser, modelo argentino 1909, de cuyo caño comienza a brotar una extraña flor.



Over.

martes, 29 de abril de 2008

Ey, tú, Carlito!


De Carlito’s Way me gusta la sencillez. Sencillamente una historia de manual, es decir, como casi cualquier obra de Shakespeare. Es decir, lo básico, que desde la simpleza se hace difícil. Porque Carlito sale de la cárcel y ya no quiere volver a la calle, ni a la droga ni al delito. Pero todo eso es una nube personal que lo tiene como objetivo. Aunque él no quiera, los problemas lo siguen, se le pegan al cuerpo como la camiseta en verano. Mata y se escapa y vuelve a empezar. Y sí, todo de manual, el preso que sale y busca a esa mujer. Esa mujer tampoco lo olvidó, secretamente lo esperó sin esperanzas. Y el trabajo sucio vuelve a husmear al trabajo limpio, el que deja dinero sin sangre.

Pero están los códigos, los favores, las deudas. El pasado pide ser anulado, reclama su cuota de desamor y quiere desprenderse. Agazapada y veloz, la hora ida huele bien, y eliminarla es eliminarse. Falso, pero es así. Otra vez en medio de la polvareda, Carlito quiere redoblar el paso para escapar hacia el fin. Imposible, el cabo suelto se vuelve látigo cuando uno menos lo espera.

Carlito’s Way es una película inmensa, para dominarla un viernes a la noche, aunque siempre se retobe, aunque siempre pida una y otra vez que se la vuelva a ver.

Ahí está Carlito, ebrio de las primeras oscuridades de la libertad. Él lo dice, no yo: “Un favor te puede matar más rápido que una bala.”


Over

Una pregunta súper tonta


Una pregunta súper tonta: Si la población de Sudamérica, digo, sumando todos los países de esa región, alcanza a 185 millones aprox., y si a esa cantidad le adicionamos la población de Centroamérica y de México, tenemos otros 200 millones al menos, entonces habría, si no me equivoco, casi 400 millones de hispanohablantes en esta región.

Ahora viene la pregunta: ¿Dónde están las casas editoriales más importantes del mundo hispanohablante? No. Están en España. Y en dónde. En Catalunya, comunidad donde son oficiales dos idiomas pero que en la práctica, el catalán es el idioma elegido para los catalanes, obviamente.

Entonces, podemos decir que las decisiones sobre la publicación de libros escritos en lengua castellana, son tomadas en las casas centrales de las editoriales que a su vez están en un lugar donde ni siquiera el español es la lengua más hablada.

Si su sobrino le pregunta qué es una paradoja, use este ejemplo, compañero!

lunes, 28 de abril de 2008

Los buenos y los malos - parte I


La maldad es una forma de placer, claro que de carácter especial, algo así como un encantamiento que dura mientras se ejerce el acto, para después pasar al olvido o, en la mayoría de los casos, al desinterés. Hasta aquí nada nuevo. Sí me interesa el carácter sorprendente que conlleva el acto de maldad, ese mismo que nos hace preguntar: qué necesidad hay de cometer semejante daño. A ver, sería una cosa así:

Dijimos que la maldad es una forma de placer. El placer, por su parte, no es ni bueno ni malo ni depravado ni sano. El ejercicio metonímico no entra en cuestión. Lo interesante es que aquel sujeto que obra malamente, concibe un grado de poder en ese accionar. La maldad proviene de una carencia, del dolor de no ser, de no tener, de no estar a la altura de, de alucinar que el lazo que nos toca es más grueso y más sofocante que el del resto del universo. Sería como un daño reparador, que al ejercerlo restituye un supuesto equilibrio en una supuesta distribución de bienes y males. En realidad, existe en esa persona una miseria amplificada por el propio desprecio a sí mismo. Esa vacante en el poder dado, se sustituye por el acto de quitar poder al otro mediante lo inexplicable.

Recuerdo un sueño de Crimen y Castigo en el que un grupo de hombres azotaban sin piedad a un caballo exhausto para que siga tirando de un carro. Estaba tan bien detallado que a uno no le quedaba más que odiar a esos hombres que ejercían tal maldad. O en Apocalypse Now, cuando en escenas paralelas matan a golpes a Kurtz y a la vaca, con una crueldad infinita.

Cuando uno está del otro lado, y como decía mi profe de física, bajo los mismos valores de presión y temperatura, no hace más que llenarse de una desagradable impotencia ante el acto infundado. Lamentablemente, esos sujetos que viven en la maldad, han construido tal sólido rasgo de personalidad que es casi imposible que cambien. No me refiero a una psicopatía, sino a una de las posibilidades de un ser mísero y perdido, quien puesto a elegir, siempre opta por el daño.

Por lo tanto, cualquier intento de corrección mediante un pedido de explicación o ante la exposición del hecho cruel, no hará más que reforzar las creencias del sujeto, dado que sentirá como un ataque o una humillación infundados tal reproche. A su vez, debido al perverso mecanismo, verá satisfecho su objetivo, y esto no hará más que perfeccionar su próximo acto.

Qué hacer. Acá las aguas entran en turbulencia. La maldad despierta sentimientos de odio, y el odio es un precursor de la violencia. El desahogo puede tornarse una pesadilla que hará gozar aún más al agredido. Yo creo que hay demasiadas personas cuya existencia sólo parece rellenar el escenario. Me arriesgo a decir que si el malo no cambia, hay que anularlo, despreciarlo, emplazarlo en la indiferencia. Si los buenos despreciaran a los malos, los malos se anularían entre ellos, como un pac - man milagroso donde los puntitos amarillos, los fantasmas y los mismos pac – man fueran todos malos y pase lo que pase, uno siempre ganaría. Hay que matar malos. Si no se anima, me llama.


Over.

PD: Amit, después de la tercera y última parte, escucho quejas. A ver si me mandás un poco de guefilte fish!

domingo, 27 de abril de 2008

Esta vez.

Nanu está sentada frente a mí, como perdida y sin decir nada. Yo sé lo que va a pasar. Le voy a preguntar qué le pasa y ella me va a decir que no le pasa nada y yo le voy a decir que no le creo y después de cuatro o cinco veces me va decir que sí, que le pasa algo. Esta vez me lo dice. Siempre supe que ese momento llegaría, que alguna vez se lo preguntaría y me lo diría de una buena vez. Quiero creer que no me lo ha dicho. En algunos minutos llegan Lali y Tetén. Lali es amigo de Nanu desde hace no sé cuántos años y yo no lo puedo soportar desde hace no sé cuántos años. Mi odio no es deliberado, nada de eso, tendrían que verlo con esa sonrisa tan lejos de la felicidad del humor, esa ropa siempre a la moda, esa catarata de palabras del estilo: “sustentabilidad”, “paupérrimo”, “incidencia social”, “fines lóbregos, oscuros, delictuosos”, “obscenidad patrimonial”, “patria sindical” y demás términos con los que abre, compone y cierra cualquier conversación de política para escuchar el amplio y perfecto silencio con el que se las contesto. Nanu sabe que lo hago a propósito, que lo hago con la única intención de mostrar mi rivalidad. Tiene razón. Tetén lo defiende, se monta a su carrera, se alía con Nanu. Es decir, quedo involuntariamente en el bando unipersonal que encima no da batalla.

Ni hablar de cuando abre el espectáculo de sus viajes. Claro, de la atención en los hoteles, de las incomodidades de los aviones, de los paseos turísticos. Eso, turista, una de las palabras más feas. Y Tetén que lo mira y dice a todo que sí. Se lo pregunté a Nanu, claro que se lo pregunté, y ella me dice que los años, que tanto tiempo juntos desde chicos. Es como una justificación que yo no termino de entender. Pero lo peor es cuando habla de literatura porque sabe que a Nanu y a mí nos gusta. Ahora que lo pienso, eso es lo que más voy a extrañar, sí. Bueno, el tema es que Lali lee un libro y cree que eso es gran cosa, que leer es gran cosa. No es eso, ¿no? Esta vez fue increíble. Hablaba del libro de Salinger. Decía: “¿Cómo puede interesarle a un chico dónde van los patos en invierno? Esa parte es ridícula. ¿Quién se puede creer que a alguien le puede preocupar semejante cosa? ” Y yo, mientras lo miraba, pensaba que esa era una de las mejores partes del libro. “Yo me quedé con esa pregunta, ese tipo de preguntas “importantes”, a mí también me encantó, amor.” Y después nos acostábamos, Nanu contra la pared, al principio juntos hasta que teníamos sueño de en serio. Nos dormíamos. Tetén empieza a bostezar y Lali dice que se van, que la comida ha estado riquísima. Me arrepiento de no haberle dicho a Lali todas y cada una de las cosas que pensaba de él. Sé que puede ser mi última oportunidad. No lo hago. La puerta se cierra y queda ese vacío, ese incómodo silencio.

Nanu empieza a llevar los platos a la cocina. La miro y no la miro, como ella a mí. Voy hasta la cocina y la abrazo. Empiezo a acariciarle los labios con los dedos. Con la otra mano le recorro el cuerpo. Todo el cuerpo. Siento su respiración, algo que realmente me gusta. Vamos hasta el dormitorio y todo lo que pasa parece que nunca hubiera pasado, como si mis manos no conocieran su cuerpo ni las de ella, el mío. O lo otro, claro. Después Nanu enciende un cigarrillo y lo compartimos. “Ahora vuelvo”, dice. Al principio es como si nada, termino el cigarrillo y lo retuerzo en el cenicero. Pero Nanu está como perdida, y yo sé que le voy a preguntar qué le pasa y ella me va a decir que nada hasta que después de algunas veces me lo dirá. De eso me doy cuenta, de que me lo dirá. De una vez por todas me lo dirá.

- Te traje un poco de torta - dice Nanu.

- Sacale la cereza, no me gusta, ¿la querés vos?


Over.

sábado, 26 de abril de 2008

Una habitación vacía llena de tiempo vacío


Una habitación vacía llena de tiempo vacío. Si se tiene en mente esa imagen, nos vamos entendiendo. Una habitación vacía llena de amor prefrabricado. Seguimos. No importa quién soy sino quién me cuento que soy. Eso lo decía Andrea Fuentes, la chilena en Barcelona. Lo que no dijo es que tú eres quién yo me cuento que eres. Parece lo mismo pero nada que ver. Absolutamente nada que ver.

Escribo mi cuento y lo actúo o lo vivo, me voy relatando mis pasos. Pero tú no actúas, tú eres el cuento que te cuentas, y yo sobrescribo ese texto, lo desprecio o lo desconozco, lo mismo da. Es difícil vivir como se piensa. Pero cuánta tinta debo producir para despintarte todo el tiempo, hacer que colapsen todos los colores, y empuñar el lápiz falso.

Soy el que me cuento que soy y te cuento en mis pasos para no perderme. Pero ya estoy perdido. Te oculto, callo tu sombra, oigo cosas que no dices, escribo en tu boca palabras que no amas. Dice la frase mal traducida: “La ley del miedo es más estricta que todo el Common Law, y se le hace muchísimo más caso”. Pero el miedo no es sólo el grito intempestivo en medio de la oscuridad, el vértigo que zozobra al movimiento o el encierro físico. El miedo es, también, el polen de cobardía que hace germinar falsas realidades ante nosotros. El miedo a contarnos el cuento que les contamos a otros. El miedo a escuchar el cuento que te cuentas. El miedo a que un día nos cansemos del ejercicio de reescribir toda tu vida, segundo a segundo, llenando de tiempo vacío toda la habitación vacía. ¿Queda claro?

Over.

viernes, 25 de abril de 2008

Etgar Keret, léalo señora, no se lo pierda

Etgar Keret es un escritor israelí, nacido hace unos 40 años en Tel Aviv. Y hace veinte que viene escribiendo cuentos alucinantes – el adjetivo se abre en todo su rango de significado en este caso, desde lo figurado hasta lo narcótico-. Hay algo en su escritura que yo lo definiría como quien tiene la picardía e imaginación latinoamericana filtrada por la experiencia de medio oriente y la melancolía de un país falsamente joven.

No hay mucho que decir, su literatura no aspira a más de lo que es, el latigazo preciso del cuento corto, lleno de personajes jóvenes dejados por sus novias, suicidios, peleas matrimoniales, juegos, amantes, con cierta tendencia a repetirse en el argumento pero con la gracia necesaria para que ese eco no sea molesto.

Qué decir de una autor que escribe sobre un mago que va sacando conejos mutilados o bebés sin cabeza ante la alegría de los niños espectadores. O sobre una mujer cuyo útero es extirpado y al ser tan “bello” es llevado a un museo para que su hijo pueda llevar a sus nietos a ver el útero de su abuela. O ese otro en el que la novia de un muchacho se vuelve obesa, fumadora y se la pasa viendo partidos de fútbol, cosa que lleva a su novio a los bares donde encuentra obesos, fumadores y fanáticos del fútbol, cosa que termina por enamorarlo nuevamente de su novia.

Cuando la imaginación se pone al frente del texto, es claro que el resultado termina siendo desigual, y en algunos cuentos no deja la sensación de una ocurrencia con destino de anécdota más que de cuento. Tampoco es difícil sentir, como una seda con gusto a guiño involuntaria, que los cuentos de Keret le deben algo a las Aguafuertes arltianas o a las historias de un tal Lucas. Deuda ficticia y figurativa, que se salda por la modernidad que se le imprime a cada narración.

En Argentina es fácil conseguir “El chofer que quería ser Dios”, una antología de sus cuentos hasta 2004. La Chica en la Heladera (The Girl On the Fridge) ya es bastante más complicado, mientras que The Nimrod Flipout sólo se consigue en inglés. El resto de sus libros, bueno, o no están, o los precios prohíben su compra, simple.

En The Nimrod Flipout, hay un cuento que se llama Angle (Ángulo). Es sobre tres amigos que juegan al pool, en el que mientras que a uno le falta coordinación, a otro le falta motivación y al tercero siempre le falla el ángulo de tiro. Es corto. Dice bastante más de lo que leemos. Me queda esta línea de traducción inédita: “Es asombroso lo estúpido que puede sonar una persona cuando esta hablando con su novia. Porque cuando uno simplemente se está cogiendo alguien, intenta hacer todo lo posible para sonar interesante, pero cuando de veras estás enamorado, uno puede sonar realmente desagradable”.


Over.

jueves, 24 de abril de 2008

Pozo negro

Frágil paz del insomnio
Cierro los ojos, empieza la guerra

Mejor callar la mente

No sea cosa que mi pasado
sea una película en la que no actué



miércoles, 23 de abril de 2008

Attenti a Russell

El Che se “remerizó” y Kafka se volvió adjetivo casi a tiempo completo. Y esa adjetivación borroneó al autor y su obra. Vamos, ya podemos citar como falsamente pretencioso el uso de esa palabra. Decir que algo es kafkiano, creo yo, hoy en día, suena mal. La repetición terminó vulgarizando la apreciación. Hoy suena mejor decir que algo es complicado, burocrático, infinito y botón derecho del mouse - sinónimos.

De clara raigambre borgeana, la humorada sería afirmar que ya pocos creen que kafkiano viene de Kafka, o ni siquiera lo saben. En fin, tampoco para hacer tanto ruido. Pero en mi propia memoria – ¿in memoriam me? – aparece la duda sobre el significado de esa palabra, por qué algo era kafkiano, quién era ese Kafka, qué escribió. Ok, después vino Max Brod y la historia es conocida. Aprendí.

Más tarde me sucedió algo parecido cuando todos decían: “parece una paradoja de Russell”. Quién era ese Russell. Empecé, extrañamente, lo sé, por Why Am I not a Christian?, título del que me sedujo el prometido contenido y la negación de la primera persona del singular en inglés, algo que creí sólo estaba en el manual.

Ya escribiré sobre el longevo Bertrand, el geniecillo que, basado en las matemáticas, dio su punto de vista en religión, política y demás yerbas. Y siempre el punto se veía bien.

La paradoja.

Bueno, cito la siguiente paradoja para que el que me lee la pueda usar a destajo, pero sin abusar. No la vulgaricemos ni la remericemos. Ok, ahí va:

Gottlob Frege, quien era un gran matemático, dedicó gran parte de sus años a cincelar “La ley básica de la aritmética”. En ella buscaba definir lo que es un número a partir del concepto de conjunto. Pero tuvo un pequeño problema cuando ya la había finalizado y estaba a punto de ser llevada a la imprenta. Es aquí donde aparece Russell y digamos que le acertó un dardo envenenado en medio de la obra. En resumidas cuentas, Frege sostenía que:

1) Un conjunto es normal cuando no se contiene a sí mismo. Es decir, por ejemplo, el conjunto de las palabras de este post.

2) Un conjunto es anormal, cuando se contiene a sí mismo. Por ejemplo, el conjunto de los conjuntos, que siendo un conjunto, contiene conjunto.

Hasta aquí todo muy lindo, pero Bertrand le envía una carta y le pregunta:

¿Cómo llamaríamos al conjunto de todos los conjuntos normales? Porque podemos decir que: Si es normal, no se contiene a sí mismo, lo que sería una contradicción ya que un conjunto normal no pertenecería al conjunto de todos los conjuntos normales. Por otra parte, si lo clasificásemos como anormal, entonces se contiene a sí mismo, por lo que un conjunto anormal pertenece al conjunto de todos los conjuntos normales, lo que equivale a decir que un conjunto normal es anormal.

¡Touchè, Bertrand! Hasta me lo imagino con una risita al estilo de patán mientras despachaba la carta a Frege.

Over.

martes, 22 de abril de 2008

Pozo negro



Animales del vacío, sobras del deseo.

Yo. Nosotros. Vos.

Péndulo infernal la felicidad




Prever o profetizar, ay!



Y hablando de la sincronicidad y de las energías que áureamente nos protegen y nos destruyen, qué mejor que estas líneas que a mi memoria hicieron vibrar en su momento, ahora, y dentro de quince años si es que en los designios celestiales o en las cartas de mis genes todavía se me otorgan amaneceres.
El cuento es El Milagro Secreto. El autor, obviamente, es él.

Dos comentarios.

1) Una risa incrédula y altísima me arrancó el hecho de que el personaje, Jaromir Hladík, tuviera inconcluso un examen de las indirectas fuentes judías de Jacob Boehme. Magistral, señores, humor único.

2) A Hadlík lo encarcelan los nazis y, agobiado por las penurias de su inminente ejecución, nos ofrece este pensamiento: “En vano se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias concretas. No se cansaba de imaginar esas circunstancias: absurdamente procuraba agotar todas las variaciones. Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la inminente descarga. Antes del día prefijado (…) murió centenares de muertes. Luego, reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa hábil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos.”

Recuerdo que al leer esto por primera vez, comenzó a fascinarme esa idea de que prever era lo mismo que anular. Y cuando ya me había convencido, en una línea, con ese adverbio letal (naturalmente) dio por tierra todas mis esperanzas en una sola línea. Sensacional. Algunos años después, viendo La Lista de Schindler, una escena me remitió a este pasaje. Está Schindler con la mucama de Amon Göth, en el sótano de la casa. La mucama, entre llantos, le dice: No sé qué decir. No sé si lo que diga lo va a enojar o le va a caer bien. Si dice que hace frío, no sé si decirle que está bien, o quejarme, o callarme. Eso es lo pero, es indescifrable. Claro, que la previsibilidad se ausente por completo, sería algo así como caminar por un campo minado, de noche. Y sin luna.


Over.


Pd: “Insomne amanecer”, obvia y bella metonimia.


lunes, 21 de abril de 2008

No, no y no, el gato se queda.


Todos los años gastados. Es que no puedo dejar de escuchar This Time Tomorrow de los Kinks, porque me recuerda a All you need is love que a su vez me lleva a Champs Elysees, cantada por un Joe Dassin que se sabía todas las lenguas menos el húngaro. Lo leí en Budapest, de Chico Buarque, él lo cita: señores, el húngaro es la única lengua que el diablo respeta.
Todos los años gastados en ese temblor que tu comisura no podía controlar. Se agota el libro, princesa,
la Pell Freda, el refugio y la locura. Hay que matar a los monstruos, como sea. Fría la piel sobre la piel sobre los años gastados aunque ahora seamos los deconstruidos, los masticados y los analizados. Ya pasó Bouvard y Pècuchet, y Saussure nos enredó a pesar del linaje de los miedos y la soberbia.
Todos los años gastados en tu poderoso arsenal contrasistema, tu
memorándum de sobrevida, tu muerte como menú. Girondo es un amigo, che. ¿Los años? Sí, gastados porque corremos sin descifrarnos, eso es la impostura del amor. No, no y no, el gato se queda.

Over.


Pd: "Budapeste" es un libro alucinante. Francois, te lo mando en español, no te enojes, entonces sí será Budapest, sin la "e" final, ok. En francés se dice igual, che! ¿Leíste lo de la sincronicidad? ¿Se me fue la mano?

Procastinación, y la tirana niñez o algo así


(La traducción es rápidamente mía. No pude disfrutar de las traducciones ibéricas que nos ofrece Anagrama a todos los centroamericanos, sudamericanos y demás yerbas.)


(...) He's half-aroused sexually as he moves closer to Rosalind. (…) He thinks of sex. If the world was configured precisely to his needs, he would be making love to Rosalind now, without preliminaries, to a very willing Rosalind, and afterwards falling in a clear-headed swoon towards sleep. But even despotic kings, even the ancient gods, couldn’t always dream the world to their convenience. It’s only children, in fact, only infants who feel a wish and its fulfilment as one; perhaps this is what gives tyrant their childish air. They reach back for what they can’t have. When they meet frustration, the man-slaying tantrum is never far away.

Mientras se acerca a Rosalind, siente cómo se excita su sexo. Piensa en el sexo. Si el mundo se configurase de acuerdo a sus necesidades, él le estaría haciendo el amor a Rosalind ahora, sin cuestiones previas, a una muy dispuesta Rosalind, para después sentir la claridad mental que lo depositaría directo en el sueño. Pero aún los dioses de la antigüedad o bien reyes despóticos eran incapaces de soñar al mundo de acuerdo a su conveniencia. Sólo los niños, en realidad, sienten a la vez, un deseo y el cumplimiento de ese deseo; hasta quizás sea eso lo que les da ese aire infantil a los tiranos. Apuntan a lo que no pueden conseguir. Y cuando deben enfrentar la frustración, la cólera del asesino siempre está cerca.


Ahora al grano.

Ian McEwan es un escritor inmenso. Sus obras se colman de reflexiones y digresiones, acumulaciones sublimes.
Saturday, obra a la cual pertenece el párrafo anterior, es una obra singular que se afirma en las reflexiones de un neurocirujano londinense durante un día sábado. La novela es exquisita, pero adivino que no es para cualquier lector. Si Saer les parece pesado, si Marechal les parece complicado, si Henry James les parece enredado o confuso y si Joyce les parece directamente insoportable, pues no será ésta La obra de McEwan que les deparará un buen momento.

Pero vamos al párrafo en cuestión. Lo elijo porque me hizo recordar la palabra “procrastinación” que con tanta amabilidad me enseño B. Procrastinar sería algo así como evitar situaciones, suplantándolas por otras más agradables. Uno debe resolver un problema, pero en vez de ocuparse del mismo, realiza actividades generalmente irrelevantes que den un placer como suplencia al enfrentamiento necesario. En realidad, ese fue mi recuerdo, pero McEwan hace referencia al impacto de la racionalidad en los adultos. Lo instintivo sufre un encapsulamiento que la razón se place en vigilar. Podemos retrasar el deseo por satisfacción o por necesidad, pero es un signo de nuestra “adultez” (¿debería decir madurez?) el que seamos capaces de tal aplazamiento. Los niños, en cambio, con su perentoriedad, no disponen de esta herramienta, y aquí Mc Ewan los compara con los tiranos. Tomemos a Saddam, por ejemplo. Si alguien lo trata mal y le da ganas de matarlo, va y lo mata, simple. Cuando tenemos una profundidad más elocuente, el asesinato queda en el deseo y nada más. Los tiranos son peligrosos porque asumen una condición infantil que en un adulto es gravísima. Que un niño quiera algo y no lo obtenga y llore o rompa otro juguete, es entendible e inofensivo. Que lo haga un Pinochet, por ejemplo, representa cientos de miles de bolsas llenas de cadáveres.

Over.

domingo, 20 de abril de 2008

Sincronicidad, Jung y mi ficción


En estos tiempos de neurotransmisores, recaptadores y pastillas del amor, brasas racionales que queman la piel de los gurúes esotéricos, todavía nos queda un tiempito para mezclar la ficción y la ciencia en un puñado de palabras. Y qué mejor que la sincronicidad jungiana para seducir nuestra esperanza. Organicemos.

Según Jung, “la sincronicidad consiste esencialmente en equivalencias casuales“. Agrega que no es una opinión filosófica sino un concepto empírico que postula un principio necesario para el conocimiento“. Y resume. “La sincronicidad en sentido estricto no es más que una particular instancia del ordenamiento acausal general.

Está bien, no se entiende mucho con esta definiciones, así que intento con esta explicación que seguro sorprenderá a más de uno:” Encendemos la tele por la mañana y vemos un documental sobre los axolotl. Al mediodía nos llama un amigo y nos dice que leyó el cuento de Cortázar y que le pareció hermoso. Volvemos caminado a casa y entramos a una veterinaria y vamos a las peceras y sólo queda un… axolotl!” ¿Entendido? Son como lucecitas que se despiertan, arrogantes, y nos hacen saber que estuvieron juntas en un determinado tiempo. Volvamos a Jung.

Carl Jung, amigo – ex amigo de Freud, a quien le debemos el concepto de complejo y de inconsciente colectivo, se entreveró con estos “sucesos” que le eran contados por sus pacientes. Pero Jung era psiquiatra, y como buen médico, al bichito positivista lo tenía bien internalizado. Las teorías no podían ser simples recopilaciones de hechos, de ningún modo, tenían que investidas de rigurosidad científica, y es así como intentó elaborar una “explicación” de la sincronicidad.

En primer lugar apuntó lo que dio en llamar “situaciones arquetípicas”, como por ejemplo la adolescencia, la muerte, un hecho desgraciado, las crisis de mediana edad, etc. De algún modo postuló que estos hechos sincronísticos tienden a surgir durante esas situaciones. A priori parecería que la sincronicidad está a caballo de los sueños anticipatorios y la famosa profecía autocumplida. Sin embargo, quedan hilos sueltos, ya que la relación causal entre los hechos no siempre importa un signo excluyente, y su simbología parece muchos más hermética de lo que concebimos en un primer momento

A ver, cuando Jung se pone más declarativo, afirma que: “la clásica imagen física del mundo está sostenida en cuatro principios ordenadores: energía, continuo espacio-tiempo, conexión constante por efecto (causalidad) y conexión inconstante por contingencia, equivalencia o significado (sincronicidad)”

Ok, esto último agregó más leña al fuego de la confusión, lo sé. Intentaré por este lado: Hay que tener en cuenta algunos conceptos. Por ejemplo, Jung habla de un saber preexistente o de pre saber (en esto último roza a Theilard de Chardin para quien la materia aparentemente inanimada tiene una “pre-vida”) Es decir que los fenómenos sincronísticos apelan a una genética, a un proceso anticipatorio y a un descenso de nivel de consciencia y la consiguiente corriente de energía que fluye a lo inconsciente permite que se produzca en ese caso una relativización del espacio y del tiempo como si espacio y tiempo se pudiesen “contraer, estirar o anular”. En otras palabras, nuestra mente se hace permeable a realidades que circulan en otro segmento o alineación en comparación a lo que llamamos comúnmente realidad.

Después de todo esto, sólo me resta agregar que la sincronicidad no ha sido investigada seriamente por ningún científico, y a decir verdad, parece tan endeble su potencial utilidad que raramente se intente volver sobre el tema. En mi humilde entender, Jung necesitó de una teoría aceptable, y en muchos casos abusó de la simbología, del mismo modo que los numerólogos nos pueden dejar boquiabiertos con deducciones maniqueas. A su vez, Jung era un estudioso de la astrología, las filosofías orientales y la religión, saberes que evidentemente invaden cualquier pensamiento. Y en donde mete la cola la religión…ok, frenemos.

Más allá de mi opinión, en lo que a mí respecta, este asunto de la sincronicidad despierta un recuerdo y una ficción. El recuerdo es obviamente el disco de The Police, con esa letra de Sting en la que expresa la idea de causa y efecto en el devenir de la vida. Mucho más tarde llegó a mí el conocimiento del efecto mariposa, pero eso es otra cosa.

La ficción, con avergonzada confesión por lo simple, sería la siguiente: El Universo, y esto a lo que llamamos vida, es una secuencia en continuo, como el sinfín de las herramientas. No es que las cosas se repitan sino que suceden de una vez, y esa única vez vuelve a girar porque carece de principio o de fin. Cuando se supone que va a terminar, comienza otra vez, pero no como duplicación sino como carencia de sucesión. Por lo tanto, de algún modo nuestra vida no va de una juventud a una ancianidad de manera lineal. Ese particular ordenamiento hace que lo que pensamos futuro quizás sea un pasado, tanto como en el espacio exterior, las nociones de arriba o abajo son convenciones y nada más. No hay ni izquierda ni derecha. Un recuerdo, una precognición o un sueño anticipatorio quizás no sea más que la consecuencia de un hecho ya vivido, un simple eco común y corriente. Del mismo modo que cuando nos concentramos en un tema, creemos ver que todo a nuestro alrededor se relaciono con ese contenido, la sincronicidad tenga más que ver con un re ordenamiento del tiempo y no con una cuestión parapsicológica o de misterio al que nos es vedado el ingreso.

Para terminar.

1) Lo último es una ficción. ¿Tendrá esa clasificación un componente peyorativo en este caso?

2) Jung murió hace unos 47 años. Sí, nada. Lo conoció a Freud y murió ayer nomás.

3) ¿Es la sincronicidad un atributo del deja vù? ¿Son lo mismo? ¿No tienen nada que ver?

4) Si al leer este post, Ud ha sido presentado a este concepto, digamos, hoy a la mañana, estaríamos ante un caso muy particular: Un hecho sincronístico que se une a sí mismo. Un anillo de Moebius Jungiano. Una paradoja a lo Russel.

5) Mañana me despierto a las 9 y no tengo nada de sueño. No debo olvidarme el wok que me prestó Claudio. Hace días que me lo pide y si no se lo llevo me mata.


Over.

Pd: Amit, esto es todo al respecto, no puedo simular que creo en lo que no creo. Ya sé que Jung le decepcionó el modo en que su Padre entendía a la Fe. Quizás yo te decepcione también. Pero yo no soy Jung ni vos mi hijo. Otra cosa: Nuestro querido Carl Gustav no tuvo la suerte de compartir los adelantos en genética, el mapa del genoma humano o la Ley de Moore. Tanto él como Sigmund se hubiesen hecho un festín, no lo dudes. Shalom, my friend!

sábado, 19 de abril de 2008

Me falta el 3, ok

Imagínate todos los números, del 1 en adelante, suma, une, adiciona. Infinito, me dices, bien. Ahora, piensa en los números pares, 2, 10, 24, no tardas mucho y me dices: infinito. Lo pensamos juntos, la parte de un todo es igual al todo. Es complicado y fácil al mismo tiempo. Pero eso es para los matemáticos y los divulgadores. El asombro es lícito y racional. Pero óyeme, presta atención. No importa la cantidad. Lo importante es que entre los números pares no está el 3. ¿Te das cuenta de lo que digo? Tienes una infinita cantidad de números, todos los pares que se te puedan ocurrir, millones, miles y miles de millones, pero no tienes el 3. Bien, eso es el deseo. ¿Fui claro o te lo digo de otra manera?



Over


Pd: Más allá de lo que digan de la toxicidad por la falta de ozono, del tiempo que me queda y de la carambola genética que me tiene atado de pies y manos, yo puedo decir que vi a Chuck Berry en Buenos Aires, en el Estadio Obras. Lo vi hacer su Duck Walk a los setenta años y lo oí tocar Rock and Roll Music y Roll over Beethoven. Lennon y McCartney hablaban de él y de su influencia y de los covers que hicieron. Y yo lo estaba viendo con mis propios ojos. Aunque no se me entienda, de algún modo vi a los Beatles aquella noche.
Ah, y también tocó Johnny B. Good, obvio.

viernes, 18 de abril de 2008

A. está mejor



Cuando trabajaba en el estudio Contable, cada mañana, el jefe me daba el dinero para que viajara todo el día visitando clientes o pagando cuentas A la tarde, me pedía los comprobantes de cada gasto y yo debía devolverle la diferencia. A los dos meses dejó de hacerlo así que yo simplemente le decía los gastos de viajes que había tenido y eso era suficiente. Recuerdo que aquella noche me acosté pensando la cantidad de dinero que podía conseguir si inventaba viajes y en su lugar caminaba a todas partes. Sentí por primera vez que iba a tener mucho dinero. Y justo al otro día me encuentro con A. y le cuento sobre mi nueva empresa, que por poco me compraría una casa en menos de un año. Me acuerdo de que me miró, pero ella no estaba ahí, quizás a esa hora, en ese minuto, el mundo no era lo que tenía que ser, y eso le pesaba en los ojos y por eso me escuchó y no me dijo nada o a lo mejor qué bueno, buen plan, o algo así. Pasaron muchos años. En aquel trabajo duré seis meses, no me hice millonario y sé que A. está mejor


Over.

Onetti, El Pozo


Durante muchos años busqué la novela El Pozo, de Onetti. Como no había sido reeditada, la buscaba en ferias de libros o en librerías de usados. Durante cuatro años, nada. Al principio fue una curiosidad, pero con el tiempo comencé a tomármelo en serio. En ese tiempo viví en España, y también lo busqué por todas partes. Todos recordaban una edición de cuatro novelas cortas donde estaba incluida la primera novela del uruguayo. Recuerdo que una vez, una vendedora me dijo que estaban reeditando toda la obra de Onetti, que seguramente la conseguiría. Tal como dijo, sucedió, pero de El Pozo ni noticias.

Volví a Buenos Aires y llegó el invierno y faltó el gas y además del gas me empezaron a faltar personas, primero uno, después otro y por último vos. Y una tarde me iba caminando para el lado del parque con las manos en el bolsillo del frío que tenía y me freno en el primer puesto buscando nada y ahí nomás le pregunto: “¿La novela El Pozo, de Onetti?”, sin usar verbo, buscando en la pregunta la posibilidad misma de que la novela no existiera. “Sí, ayer la vendí, pero creo que tengo otra copia en casa, ¿te la traigo?” Lo miré, y la sensación debe ser parecida a ésa que nos ocurriría si nos enterásemos de que ganamos la lotería, que nuestro número es el mismo que aparece al tope de esa lista, el ganador. No pude contenerme y le conté al vendedor todo lo que había hecho para conseguir ese libro, los casi cuatro años de búsqueda en dos países, las reediciones. Al mismo tiempo pensaba que el precio va de acuerdo a la desesperación, pero, contra mi pronóstico, me dijo un precio bajo, normal, digamos, como el de cualquier libro usado que no es muy pedido.

Al otro día volví, ansioso en este Buenos Aires ansioso. “Ah, hola, acá tengo tu libro”, me dijo el vendedor al tiempo que me alcanzaba una edición de Seix Barral en la que estaban El Pozo y Para un Tumba sin Nombre En la tapa hay un árbol todo verde, más bien la copa de ese árbol, y abajo en negritas aclara que el autor obtuvo el premio Cervantes. Le pagué y me fui. Llegué a casa y comencé a leerlo con la extraña esperanza de que el texto me revelara algo, que los cuatro años de búsqueda habían escondido un sentido oculto. Leí sobre ese hombre que está en la habitación, mirando hacia fuera por una ventana. Cuando lo terminé, lo cerré y lo ubiqué en mi biblioteca, el primero a la izquierda donde están los otros libros de Onetti. Y no pasó nada más. El libro sigue allí, como ejemplo físico de algo que me mantuvo ocupado. Ahora es otra vez invierno y hace mucho frío y me compré un caloventor eléctrico así que si falta gas yo ni me voy a enterar. Con las otras cosas es más difícil, pero siempre uno se las termina arreglando de algún modo u otro.

jueves, 17 de abril de 2008

Lo mismo, también.


Llegó Germán y se sentó en el banco de al lado. La clase ya había empezado. Hablaban de Parménides, del famoso poema. Nadie le prestaba atención. Germán me miró y me dijo algo que no escuché bien. Le pedí que me lo repitiera. “Si creés que podés, tenés razón; si creés que no, también”. Después ensayó una tímida sonrisa que intentaba cuestionar mi parecer. Lo miré y le dije que me parecía un lindo juego de palabras. Se le borró la sonrisa. Insinuó que no la había entendido, que la frase era exacta, brutalmente exacta. Allí quedó. Uno o dos años más tarde nos encontramos en un bar de la calle Corrientes. Yo había llegado bastante más temprano y me había comprado América, de Kafka, en un volumen que incluía algunos relatos breves. Cuando Llegó Germán le dije que había leído un relato que se llamaba “Ante la Ley”, que me había parecido excelente y que guardaba cierta semejanza con el poema Sobre la Naturaleza, de Parménides. No dijo nada. Enseguida, casi mecánicamente, le recordé la frase que me había dicho. Le dije que la había entendido. Le costó recordarla. Cuando lo hizo imitó la misma sonrisa de aquella vez. No hablamos más del tema. Creo que le restó importancia. Yo no.


Over.

"Eternidades" sería...


Estamos sentados en una de las mesas del fondo del bar. Se está hablando de los sustantivos contables e incontables. Alguien pregunta la razón por la cual advice es incontable. Otro responde que está tips. Pero por qué advice, vuelve a preguntar el primero. Porque debe ser el hecho de aconsejar en sí, como un absoluto. Por qué tips sí y advice no, devuelve el primero a través de una lógica que no consigue adherentes. Se tratan los casos de news y bread. De repente, una de las chicas dispara una duda: ¿Eternidad es incontable? Los juiciosos e impecables casi gritan que eso es obvio. Yo lo pienso dos veces y la miro a esa chica y me río. Ella también se ríe. Siempre se lo recuerdo y siempre nos reímos, pero no decimos nada.



Over.

O

Hace muchos años, en un pequeño pueblo del sur de Polonia, uno de los más importantes escritores de ese país, dijo que toda narración, ya sea cuento, novela, poesía, se extendía por incapacidad del hombre. Explicó que toda perfección debe tender a la mínima expresión. Para aclarar su teoría, propuso tomar su propia obra, y con el tiempo, publicarla nuevamente pero más reducida. Un cuento de diez páginas, así, tendría siete en la próxima edición. Lo mismo con las novelas. La gente se interesó por las primeras ediciones, pero lo fue abandonando a medida que el mismo cuento se publicaba diez o doce veces, se perdían personajes, descripciones, diálogos. Las editoriales se negaron a seguir con el juego. El escritor usó sus propios fondos para continuar con su idea. Su obra original constaba de cuatro novelas y ciento doce cuentos. Todo se repetía y se achicaba. Antes de morir publicó dos libros. En uno de ellos, al abrirlo, se leía la palabra “tiempo”. En el último, en la única hoja, arriba, a la derecha, podía leerse una sola letra: “o”


Over.

Equivocado, plaf!


David atiende el teléfono y le dice a Natalia que la llaman del hospital. Natalia dice que no espera ninguna llamada, que debe ser equivocado. David vuelve a preguntar y le dice a Natalia que no, que la buscan a ella, que necesitan hablar con ella. Natalia duda y le pide que corte. David le dice que llamarán de vuelta, que sería mejor que contestara ahora porque ya era tarde. Natalia se levanta del sofá y camina hasta la pequeña mesa. Levanta el aparato y del otro lado se escucha: “Natalia, David ha muerto, tú me pediste que si pasaba algo te avisara enseguida. El doctor dice que sería mejor que estés aquí, que no estés sola. ¿Quieres que pase por tu casa?” “Te dije que era equivocado”, dice Natalia antes de colgar el teléfono.


Over.

Pozo negro

El fusil aletea en la noche,
Su puntería de odio y mugre,
al oscuro enemigo prefijado


Sargento de la muerte
Hielas tu impotencia
Gritas el grito del cobarde
Ordenas la orden del mezquino

El soldado tiembla por la patria
La patria que yo detesto
No me defiendas soldado,
Da vuelta el fusil, en la noche
Y con puntería de odio y mugre
En medio de los ojos, sin dudar
Que se agite en blanca agonía
El infame cerebro de salvajadas



Over.

miércoles, 16 de abril de 2008

Como el aviso de cigarrillos en Constitución



Las ciudades son todas iguales. Las ciudades son todas distintas.
Pienso que alguna vez pensé que la memoria no guarda sonidos. No, sí los guarda, lo que no puede es traerlos sin que se repitan hoy, ahora.. La memoria trae imágenes eso sí, aunque pienso que los ojos la estorban y la obligan a acatar. Hay imágenes. Y si nos descuidamos, esas imágenes están quietas. La memoria guarda fotos. ¿Cómo era tu voz? ¿Cómo era el tono de tu voz? Yo, que me pierdo en detalles que se deberían perder, no puedo decirlo. ¿Cómo sonaba mi voz? Minuciosas las horas de los días que borraron nuestras voces se vivieron igual. Vos tuviste una vida y yo, otra. Y siguió nomás. Como el aviso de cigarrillos en Constitución.

Báez nació póstumo.


A las 7.30 de la mañana, la gorda Figueroa pretendía que entendiéramos a Husserl. En realidad, mi problema era con Figueroa; la odiaba, la despreciaba, sus tumultuosas caderas me sacaban de quicio. Pero no era su cuerpo, era su voz inerte y monocorde, insistente y fatal. Y porque nunca me puso más de un 4. Y porque yo tenía 20 años, claro.

Pero quiero contar algo de Báez, el flaco que venía de San Fernando y que tenía todos los rasgos de esos loquitos de Estados Unidos que un día empuñan la Uzi y le disparan a todo lo que se mueva. Callado, serio, pelo corto, siempre bien vestido, su presencia se corroboraba sólo al verlo. Su voz era grave y rápida. Decía lo menos posible y en la menor cantidad de tiempo. Era unos años más grande que yo, tendría unos 25 o 26.

Ok, la cosa es que Figueroa tenía la puta costumbre de comentar los parciales antes de entregarlos, con nombre y apellido. A mí me daba con todo, desde que me había equivocado de carrera hasta que quizás me convendría pensar en algún oficio. Pero Báez siempre fue un relojito, un gran estudiante, y sabía de Sartre más que la misma Beauvoir.

Ese día empezó a entregar los exámenes. A mí me dijo que me planteara repasar algunas materias del colegio secundario. Yo, mientras, le miraba las piernas de elefante y lo hacía con tal pérfida fruición que yo sé que la hacía sufrir. Cuando llegó el turno de Báez, le dijo: “Báez, usted es muy bueno, se nota que ya sentó cabeza, pero hace rato que está escribiendo cualquier cosa. Todo el examen está lleno de digresiones. No se entiende nada, es todo muy confuso. Mire, hasta le diría que quiso engañarme pensando que no lo iba a leer. Pero yo leo todo, Báez, y le repito, esto no se entiende.”

Ahí nomás, Báez se paró y le espetó: “Hay quien nace póstumo” “¿Cómo dice, Báez?” ladró la gorda. “Que usted no reúne los requisitos para entenderme. No me puedo mezclar con ciertos autores actuales. Menos aún, con lectores actuales”. La Figueroa se puso roja como un pimentón, y Báez agarró sus cosas y no lo volvimos a ver. ¿Qué dijo este insolente? preguntó la lengua de la gorda sin pasar por su cerebro. “Dijo lo que dice Nietzsche, gorda desubicada.” Conclusión, Báez desapareció, Nietzsche es un grande y yo recursé la materia.


PD1: Báez, si de puta casualidad me estás leyendo, estuviste diez puntos. Ojalá no mates a nadie ni te dediques a atender jubilados en un banco de barrio.

PD2: El Anticristo es una llamarada de fuego. Igual, siempre creí que se tomó demasiado trabajo para refutar el tema en cuestión. En el fondo, no sé si al gran Federico le dolía entender que no podía creer. Pero qué libro, les da a todos sin excepción. Una buena idea sería regalarlo a los chicos de escuelas católicas. O extorsionar a los curas para no regalarlo. A ver...


Over.



Pozo negro

Estrella vaivén,
voy resbalando amaneceres,
limpiando territorios,
anulando zonas.

Ahí cede tu piel
Ahora te creo todo.

Aunque es tibia la noche
cuando suba a tus labios,
cuando giren los días
y nos mezcle el olvido,
yo sabré que en tus ojos
ya no es oro el ayer.

La nervadura inerte de aquello que no se piensa. Tomá!




Foucault
hace referencia a Descartes en relación con algo que yo me había planteado cuando leí su famoso Discurso del Método. A su vez, dicho cuestionamiento planeaba en mi cerebro desde el silogismo aristotélico. En aquel momento, yo me preguntaba qué hacer con premisas que no pueden ser comprobadas. Me decían: “todos los hombres son mortales”, y yo ahí decía, bueno, pero cómo saben que todos los hombres son mortales. Bastante más tarde encontré a Bertrand Russel, quien me dio una mano enorme. Ahora bien, llega Descartes (en mi bibliocronología personal) y con su apoyo a la Duda, me terminó convenciendo, porque yo andaba dudando de todos y de todo, y me hizo dar cuenta de que mi paranoia no era tal, sino más bien una inquietud filosófica de un nene de Caballito.

Pero estaba el cogito, y otra vez me volvió Aristóteles y sus premisas. Por suerte, Las Palabras y las Cosas, de Foucault, estaba de oferta en el Parque, y ahí hallo que Michel se cuestionó algo parecido y encendió una teoría que no termino de aprobar, pero que es hiper interesante. Según Foucault: “(…) El cogito no será pues el súbito descubrimiento iluminador de que todo pensamiento es pensado, sino la interrogación siempre replanteada para saber cómo habita el pensamiento fuera de aquí y, sin embargo, muy cerca de sí mismo, cómo puede ser bajo las especies de los no-pensante”. Ahí está, porque Descartes barrió de un plumazo a quien no subscribía su idea del pensamiento como evidencia, porque quien lo negaba, estaba pensando. Touchè! Ahora bien, cómo podíamos asegurar que la idea del ser - el sum en este caso - podía no desprenderse de la materia pensante. Digo, un pensamiento cuya entidad no infiera la existencia. Se pregunta Foucault: “¿acaso, puede decirse, en efecto, que soy este lenguaje que hablo y en el que mi pensamiento se desliza al grado de encontrar en él, el sistema de todas sus posibilidades propias pero que, sin embargo, no existe más que en la pesantez de sedimentaciones que no será capaz de actualizar por completo? ¿Puedo decir que soy este trabajo que hago con mis manos, pero que se me escapa no sólo cuando he terminado, sino aun antes que lo hubiera iniciado? ¿Puedo decir que soy esta vida que siento en el fondo de mí pero que me envuelve a la vez por tiempo formidable que desarrolla consigo y que me levanta por un instante en su cumbre, pero también por el tiempo inminente que me prescribe mi muerte?

Siempre me fascinó el in crescendo vital de este cuestionar. Cómo empieza por una fría metafísica y termina en una exclamación poética bellísima. De algún modo nos dice que el cogito moderno no nos puede llevar indefectiblemente al ser. Sin embargo no me termina de convencer, digo, me parece que no resquebraja la teoría cartesiana y que su respuesta rodea a un nuevo cogito, por lo que las cosas no andan tan bien con las palabras.

Me surge la idea del no lugar. Aunque quizás no sea más que una metafísica del territorio, adjetivándolo más que definiéndolo. El punto es que ni Foucault ni Russell me han quitado mi duda. Eso significa que han hecho más que bien su trabajo


Over.


PD: Amit me mandó a leer a Hume y a Husserl. Pero dice que Descartes era principalmente una eminencia en matemáticas. Su fiolosofía partía de lo racional pero con el objeto de refutarla. Y nos decía algo así como: Muchachos, a todo lo que su razón les dé por supuesto, tómenlo con pinzas. Y que las pinzas sean buenas.
Amit, lo de la sincronicidad viene con todo. Fins ara, my friend.

martes, 15 de abril de 2008

Pozo negro



Hay una flor que se llama Dama de la Noche.
Se abre un poco de día y cuando baja el sol
se despliega en un blanco increíble.
Sólo dura una noche y muere.
Muy mariposa el asunto.



Over.

lunes, 14 de abril de 2008

De Santis, Pablo. Buscarlo por la "d"




Pablo De Santis, se me ocurre, debe haber cometido el error de escribir novelas para adolescentes, como lo hicieran Stevenson o Dahl. Y digo esto por el escaso interés que despierta en las letras argentinas. Detrás de un argumento de aventuras o suspenso, De Santis despliega una escritura encantadora, con el humor de alguien que ha leído a Borges y la fluidez de alguien que ha leído a Auster. Extraño caso de literatura argentina donde lo psicológico o “literario” no espesa la lectura, todo lo contrario, la vuelve aún más interesante. La Traducción, Filosofía y Letras y El Teatro de la Memoria son tres novelas imprescindibles, que en el corpus de su obra, prologan a El Calígrafo de Voltaire y la Sexta Lámpara, novelas un tanto más intrincadas.

El Enigma de París, es la 1º novela ganadora del flamante premio Planeta-Casa de América de Narrativa. El pulpo metió tentáculo y quiere sacar chapa con lo que fue Casa de las Américas. A ver, El Enigma de París es una muy buena novela, aunque personalmente, creo que no es lo mejor de la producción de De Santis. Los premios suelen quitarle nivel a las obras. Por caso, Andrés Neuman siempre anda saliendo segundo en los concursos y suelen ser sus obras mucho mejores que las ganadoras. En premios literarios, se sabe, hay que prestarle más atención al segundo que al primero.

De Santis también escribió una serie de cuentos que fueron publicados por Página/12, en la que también se incluye la nouvelle Los Signos. Tanto la nouvelle como los cuentos parecen una variación de toda su obra, que no quita pero no agrega nada.

Lean a De Santis, por favor, no lo dejen ahí vegetando como bien debe hacerse con las ficciones de Caparrós o Forn. Este autor está del lado de Guillermo Martínez, a no confundirse.


PD: Sería bueno que Neuman cambie la foto de su página, parece sacada una tarde de primavera en Plaza Irlanda. Además de estar un poco más grandecito. Ah, y si alguien conoce a Caparrós, por favor, díganle que su forma de hablar, sus pausas, sus pensamientos, etcétera, son insufribles. Que se concentre un poco más y que vaya a devolver el premio por esa cosa llamada Valfierno. Ojo, B. me dijo que la última de Caparrós está muy buena. Sin no fuera por ella y por La Voluntad (que escribió con Anguita), directamente estária diciéndole de todo. Paz.


Over.




sábado, 12 de abril de 2008

Tampoco es tan grave


Me pregunta Nani por qué se dice closed para cerrado pero no es opened para abierto, y por qué es stay y no stays en the poor stay poor y por qué se toma como plural, y cómo sé si branch es rama o sucursal si no tengo contexto. Que el español es más fácil. Por suerte, antes de hablar de contextos, adjetivos e intuición empírica, recuerdo la canción de la Bersuit en la que siempre me inquietó una línea. Nani, escribí estas dos oraciones, con signos de interrogación y la misma con exclamación. Qué significa.

¿Qué idiota te hace el amor?
¡Qué idiota te hace el amor!

- Bueno, que el tipo que está con la mujer es un idiota, eso le canta porque la vio con otro, supongo.
- ¿Y en la segunda?
- Lo mismo.
- No, lo mismo no, tiene más pinta de querer exclamar el estado de idiotez en que lo transforma a uno el hecho de amar.
- Ok, puede ser, medio rebuscado profe, pero sí, puede ser.
- Bueno, y cuando la escuchás cantada, donde no tenés ningún signo, cómo sabés qué significa.
- Me doy cuenta, no sé, tampoco es tan grave.
- Tampoco es tan grave.



Over.

Lo del equipo de música. Sin mp3, claro


Me acuerdo cuando te conecté el nuevo equipo de audio. Leíamos el manual, vos lo leías y yo te escuchaba pero no entendía nada, cable rojo en orificio señalado como output, respetar los colores si se intercambia el blanco por el rojo, no confundir con input usada para conectar equipo externo. Y había cables y cables, y con una mano sostenías el manual y con la otra un cd de Serrat con el celofán que todavía certificaba que no había sido abierto. Los cd´s eran caros, impresionantes, valiosos. Eran el futuro. Y quizás haya sido eso, el recuerdo me obliga a mezclarte en el pasado con una imagen de futuro.



Pd 1:
Francois me mandó unas líneas interesantes sobre la Sincronicidad, y me pregunta si Jung era esotérico. Ahora te contesto via post. "vía post", qué tal mon cheri!


Pd 2: Los cd´s siguen siendo caros.


viernes, 11 de abril de 2008

Pozo negro



Barcelona es el tren, no es la ciudad,
Es mi casa que se aleja, es mi sentencia
Barcelona, mi boca mendiga tu negra sed
Tu ajena noche, tu jaula de mar abierta
Estoy tarado de chocolate, mi boca ríe
Mi mente descansa, mi cuerpo oculta huesos
Muerdo tus calles, miro al cielo y ahí están:
Cometas en la noche, la risa del que no duerme



Foto de Belvisi Bebé. Primicia total

Me suena el celular. Un pip pip de mensaje. Dice: Mensaje multimedia. Sé que es una foto. Me imagino cualquier cosa. Me llega esto. Lo llamé enseguida. Si es varón, le voy a enseñar malas palabras y le voy a contar fecha exacta de comienzos laborales del padre. Qué bueno si sale músico y está con la guitarrita hasta los 30. Si es mujer, y alguien le dice algo inapropiado, lo fajo.
Felicitaciones Agustín y Eleonora, yo atestigüe vuestro enlace. No quiero ir en cana.


Unos apuntes sobre Pound, Ezra.

Ezra Pound nació en el siglo XIX y por suerte o desgracia, vivió demasiado. Por suerte tuvo 87 años para escribir versos hermosos y lograr un lugar privilegiado en la poesía mundial. Desgraciadamente, su mente no supo navegar por un río medianamente aceptable, y no dudó en apoyar regímenes fascistas y no esconder un descabellado antisemitismo, muy de "moda" en la mitad del siglo XX. Pero su poesía, esa poesía. Por ejemplo une las siguientes palabras;

O My songs,
Why do you look so eagerly and so curiously into people's faces,
Will you find your lost dead among them?

Me estremece esa pregunta, esa trágica soledad por ausencia, en la que se busca a los muertos en las caras de los vivos.

O quizás esto otro:

The apparitions of these faces in the crowd
petals on a wet, black bough

Me imagino primero esto: Pétalos sobre una húmeda y negra rama. Después me llegan esas caras que aparecen en la multitud. Caras y pétalos. Precioso.


¿Cómo se hace para condenar y admirar a una persona al mismo tiempo? La respuesta parece mucho más difícl de lo que es, ¿no?

PD: Amit, hoy no. Lo siento. Y ya lo hablamos. A Pound lo hicieron pasar por loco para que no lo maten. Estuvo como doce años en el loquero. Para mí, eso es peor, disculpame. Saludos.



Over.

Pozo negro

El calamar inscribe una danza de tintas
La tinta es un silencio
El mar lleva su palabra
Los peces callan el grito
o gritan
pero el mundo sólo mira sus ojos
Extrañamente abiertos, siempre.
Dicho con otras palabras:
No cierras tus ojos,
Cierras mi vida.




Ataque nietzcheano o con qué facilidad se complica todo.


Entonces hay que destruir la cosa amada, sustituirla por la insignificancia de la ausencia. Rebajarla al olvido. Pero nada de completar agujeritos!; menos aun dejar que se imponga una posibilidad de ese objeto del deseo. Porque detrás del espacio rellenado siempre subyace el molde, y esa falsa nada que se tapa termina siempre mostrando los bordes, algo sobresale y molesta. La cosa amada va más allá de los cuerpos, trasciende esa necesidad física, se transforma en un inmanejable perfume que nos va llevando de las narices hacia donde quiere. Volvemos siempre al mismo sitio y exigimos el mismo discurso, un discurso que se apaga apenas termina. ¿Me querés? Qué importa tu sí o tu no, volveré a preguntar, porque estoy perdido y no me sirve lo que me decís, no te estoy preguntando nada, estoy confirmando mi insatisfacción. Hay que soltarse de la cosa amada para poder reconocerla de nuevo, quemarse y salir corriendo. A veces se necesita un poco de voluntad y suerte, pero a decir verdad, lo más probable es que lleve toda la vida. Mientras, vamos a negar el agujero, lo vamos a cubrir con telarañas y sexo, con la esperanza de que algo cambie sin nuestra intervención. Juraremos que la ceguera es falta de luz, una densa tiniebla que ya se abrirá.


Over.



jueves, 10 de abril de 2008

Todos para Todos

En un mundo pobre, ser rico es violento. Eso dijo Salvador Inaes cuando comenzó a hablar en la cooperativa azucarera de Puerto Indio. Y tuvo casi diez minutos más antes de que el zumbido le perforara la frente. Dijo que hay guías, no patrones, y que él ya tenía listo el proyecto por el cual todo empleado debía percibir un porcentaje de las ganancias y no un injusto sueldo fijo. Lo miraban, cansados, cada par de ojos chaqueños, entornados para siempre. Intuían el mensaje, pero corroídos por la zafra, parecían animales del hambre. Eso dijo Ianes: “Nos dan justo para el plato de comida, pero esperan que el hambre nos pique la panza, ése es el anzuelo”. Inaes había oído sobre Marx, sobre una tierra lejana donde los buenos quisieron hacer algo bueno, hasta que se volvieron malos o los buenos se fueron a dormir la larga siesta. “Si no trabajamos, ellos no ganan, y nosotros para el pan y la manteca tenemos para rato largo. Es ahora o nunca”. Fue nunca, porque el pequeñito orificio que le abrió los ojos, lo calló súbitamente. El alboroto duró unos días. Todo siguió más o menos igual, pero alguien escribió las palabras de Salvador Ianes, a la sombra de un aljibe, en esa casa de todos. Las palabras y las balas, un librito que no escribieron ni Arlt ni Pizarnik, pero que sigue igual de vigente


Pd: Amit me advirtió que ni se me ocurra hablar pavadas de los kibbutz. Eso quiere decir que está esperando que escriba algo para liquidarme con su crítica. Ya llega, mi amigo.

Over.


miércoles, 9 de abril de 2008

A través del cristal aquella noche


Simplemente que me acordé de Chet Baker saltando a través de una ventana de hotel. Simplemente que ni siquiera se tomó el trabajó de abrirla; ya era un murciélago que había perdido el sonar.

Tan sólo que después de tanta heroína y metadona como aspirina, el acorde duró todo el largo de la habitación del segundo piso. Se puede leer que “cayó” de allí, que lo empujaron, que se tiró. Me lo imagino cantándole su Let´s get lost a la chica de Almost Blue. Corría 1988. Unos años antes, acompañado de Elvis Costello, hacía que tocaba la trompeta en The very thought of you. Pero ya no estaba. Ya se había ido. Ya estaba cruzando el cristal que no lo detuvo. El cristal de noches y polvos, de voz asustada y cruel, de fin y madrugadas. Let`s getlost, lost in each other´s arms...tu ru rú, tu ru tu ru ru rú...




martes, 8 de abril de 2008

Pozo negro

La luz ya intuye su liturgia
De no me olvides y pensalo bien
Pero imantada la noche, de acordes y caos
Te apura la huida y la lágrima
Que no cae igual que la otra
La que te mira para no verte

Abismado de silencio
El último beso seco y bobo
Apenas se oye en el ambiente
Y sin embargo el eco, ese eco sordo
Te despertará cada madrugada,
puntualmente,
para hacerte oír lo perdido


Fálico, famélico Medem. Y caótico.

¿El amor es la estepa o es la estepa el desamor? Estepas, nieve, desiertos, lagos en el fin del mundo, escenarios de Julio Medem, el cineasta vasco más interesante que haya dado la Península Ibérica. Sí, ok, las hipérboles siempre son erróneas. No me importa.

La última película que mis ojos pudieron sentir, es Caótica Ana, de agosto de 2007. La crítica (la paga y no paga), se puso de acuerdo: el film no es muy bueno, demasiadas digresiones, mucho hincapié en las imágenes y pobre estructura de argumento, bla, bla, bla y bla.

La película es hermosa, pero casi como un mantra inaudible, quien no ingresa en la belleza ofrecida, sólo ve superficies, reflejos, colores. Que es una película sobre estados hipnóticos es claramente obvio. Se divide en actos que van del 10 para atrás. Pero eso es un primer engaño. Como el poema de Poe, la película no es más que un estado hipnótico dentro de otro, y así a la manera de las matrioskas rusas, hasta que al final, como en el cuento de Lucía y el Sexo, se llega al centro y se cae para volver a empezar.

¿Por qué es una película – Medem? Porque hay jóvenes, amores rotos, búsquedas surrealistas, arte, conversaciones montadas en una fantasía cuasi adolescente, encuentros, muertes y la negra sensación de que no hay finales felices. Desde la Ardilla Roja en adelante, el mensaje vagabundea alrededor de un tópico preocupante: Nos preparamos para ser jóvenes y lo que viene después es la simple necesidad de participar en el teatro para que los próximos jóvenes vuelvan a la función. No hay retorno, no hay salida, el amor es brutal y caótico, te eleva al máximo permitido para tus pulmones y esos cinco minutos son el nirvana permitido en esta vida. Detrás quedan los pozos y los faros de Lucía, para darle lugar a los viajes ancestrales de una niña mujer.

Todo debe consumirse en pocos años, de los veinte a los treinta, digamos, porque el mundo es de ellos, después es imitación o hacerse el distraído.

Ana, el personaje, sonríe todo el tiempo, llena de vida y terror. Una mujer que no puede soñar dormida y que se encuentra con el hombre que no puede dormir. Una insoslayable parábola sobre el insomnio del amor, que se funde, famélico, cuanto más se lo aviva.

A nadie le va a gustar esta película si no acepta ser inducido a abrir las puertas de piedra. Para eso no han encontrado cambio: sin la voluntad, no se logra nada.


Over.



domingo, 6 de abril de 2008

Palabritas


Entro en su habitación. “Aquí vivo, sola”, me dice.
Sobre la cama, escrito con letras prolijas, leo: “Aquí duerme alguien parecida a mí”.
La miro. Me dice: ”Sí, también podría ser: alguien padecida a mí”. “Me gusta más la segunda”, le digo. La vuelvo a mirar. Entiendo sus ojos.




De este lado o del otro.

La señora P. vuelve del supermercado y después de cerrar la puerta y entrar a la cocina cree haber visto algo en la sala. Enciende la luz y sólo ve el sillón y la vieja alfombra. Cuando apaga la luz, lo ve otra vez. Se da cuenta de que sólo se percibe si no se lo mira directo. Es un cuerpo de hombre caído sobre la alfombra. Intuye que está muerto pero no se asusta. Enciende la luz y otra vez lo mismo, desaparece. Al día siguiente, vuelve del trabajo y ahí está, boca abajo, con pantalones marrón, camisa blanca, despeinado. Unos treinta años. La tercera noche ya no enciende la luz y duerme sabiendo que en la sala hay alguien. Boca abajo y muerto. No se lo cuenta a nadie, es más, toma la precaución de iluminar el lugar a toda hora cuando alguien viene de visita. A los quince días, también a oscuras y mirando sin mirar, advierte que el hombre está desnudo y que una mujer ha hundido la cabeza entre sus piernas. El hombre gira la mirada hacia atrás y vuelve a caer boca abajo, vestido, muerto.

El señor G. le dice a su novia que al otro día la llamaría. Llega a su casa y abre el sobre. En la carta alguien le cuenta la historia de la señora P.
G., que hace rato anda buscando una idea, se sienta frente a la computadora y empieza el cuento. Hay más de un muerto y en un momento la señora P - que ahora se llama Florencia - también se desnuda y muere con el hombre. G. empieza a corregir el cuento y desde atrás, un puñal le acierta en la nuca. Los ojos quedan abiertos, inútiles.

La novia del señor G. entra primero al departamento de su amado. El perro ha rasgado toda la parte inferior de la puerta de madera. La puerta de la habitación que nadie abrirá desde adentro.

Caen como pedazos sueltos

Estoy sentado corrigiendo unos ejercicios. Mi escritorio en el colegio está del lado de las ventanas que dan a la calle. El cajón izquierdo es mío; el derecho, del área de lengua y ciencias sociales. Abro el derecho. Un montón de papeles, sobres, lapiceras. De repente una fotocopia de un artículo sobre el cielo. Título: “El Cielo, ¿Qué es?, ¿Qué hay?, ¿Quién vive?” Innecesario aclarar que al tener la extensión de un artículo, las tres preguntas quedan bien abiertas. Eso no importa. En el ángulo inferior derecho hay un recuadro que dice: “Una tribu de África pensaba que la noche era una enorme bestia en cuyo interior habitaban las personas. Llamaban a la Vía Láctea el Espinazo de la noche y decían que, gracias a ella, la noche se mantenía compacta y quieta; y sin ella, los pedazos de oscuridad podrían caer sobre la gente.

Lo de “enorme bestia” y “pedazos de oscuridad”, ¿no?

El deseo es la mouche en la soup. La mouche dans la bouche. Eh….

En 1984, nuestro queridísimo Julio publica Salvo el Crepúsculo, libro-collage (término bien setentoso si los hay), con poemas, prosa, garabatos, citas, y demás condimentos. Poemas de la época de Denis, la mayoría un poco flojos, digamos; un tanto académicos, precisemos; cursis, exageremos. De repente, encontramos Cinco Poemas para Cris, y seguidito, Otros Cinco Poemas para Cris, y en el que sería el noveno o el cuarto, según la serie que elijamos, Cortázar define al deseo: Creo que no te quiero / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorado de ese guante que vive en la derecha.

Sí, estamos de acuerdo, hermosa definición del amor incendiario, ¿no? Pero Cortázar ya había escrito Rayuela, esa catarsis hipnótica, manoseada por términos como contranovela, que nada tienen que ver con su encanto. Una novela que desgasta, consume, no te atrapa, te empuja a dejarla, hasta que la tensión se vence y el esteorograma literario te llena de belleza. Ok, hablaba del deseo, del pameo de Cortázar, de Rayuela y de este capítulo, el 93:

“Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación de] amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños”

Lo mismo, pero escrito con la musa en la altura óptima. Que vi el puente entre el poema y la prosa, eso quería decir, nada más.

Pd: Francois, ¿bouche y mouche se pronuncian igual? De paso te cuento que, para seguir en este ambiente galo, también en 1984 la CBS edita el disco Jazz A La Francaise donde Claude Bolling toca el piano como si sus dedos obedecieran al jazz y su mente insistiera con lo clásico. ¡Impresionante!, seguro que lo tenés, ya lo sé, tenés todo, uf!