lunes, 23 de julio de 2012

Arena.



 Decir que Juan Sasturain es nuestro Chandler vernáculo, es una estupidez.

Juan Sasturain es nuestro Chandler vernáculo, y sin embargo, lo que pareciera disminuir el valor de su pluma, más bien lo enaltece. Porque Chandler no leyó a Borges (o no se le nota), ni a Soriano ni a Arlt. Sasturain, sí. Y se nota hermosamente.
Ah, y porque nadie escribe como el creador de Etchenike, y eso ya es suficiente.

Arena en los zapatos nos lleva de vuelta a las aventuras policiales del veterano, quien otra vez hará de su perspicacia, nuestro deleite. Creo ya haber dicho bastante sobre Sasturain en otra ocasión. Y no me cansaré de repetirlo más adelante. Ahora es este párrafo, hacia el final de la novela.

Por ejemplo – prosiguió -: existe alguien que es la persona más gorda del mundo en este momento: otro, la más alta…Pero también hay alguien, en quién sabe qué lugar, que es el hombre que más veces ha abierto una puerta o ha comido polenta o ha visto jugar más veces a José Manuel Moreno en River. Ése es su sentido en la vida y no lo sabe… Los filatelistas se creen que su vida es juntar estampillas y yo me puedo llegar a creer que seré el tipo que verá más veces Sed de Vivir, de Vincent Minelli, pero no sé realmente cuál es mi récord, el que me está esperando.”

Simple.


Over.

sábado, 14 de julio de 2012

Aquí.




Una mesa de fórmica blanca, toda despintada, y arriba un cenicero color bronce con una colilla retorcida. Muerta. Vieja. “¿Te gusta si le pongo El mundo membrillo y las ostras a un cuento?” “Parece un cuento para niños, ¿no?” “Sí, es verdad” “Membrillo con ostras, puaj!”

Sobre un estante de ladrillos, hay una bandeja Technics impecable. Busco un disco y sale Talking Book del gran Stevie. “¿Anda esto?” “Claro, pero cuidado que es de mi viejo, con delicadeza.” Pongo el disco y acerco la púa. La suelto con demasiada fuerza y salta. Otra vez, más despacio. You are the sunshine… “Qué bien se escucha” “Quién es” “Stevie Wonder, grande tu viejo”

-         A ver, eso que dice sobre la palabra “ahora”, cómo es en realidad.
-        Dice que la palabra “ahora” no nombra nada. No, como que nombra algo tan efímero, tan breve, que no puede estar en medio de “antes” y “después”. O sea, la palabra “antes” tiene un espacio tan grande, casi infinito, del mismo modo, o similar, que “después”, mientras que “ahora” es un pasaje innecesario.
-         El tipo dice que se pasa de “antes” a “después” sin escalas, digamos.
-        Una cosa así, o que “ahora” es ese enlace, porque es cierto que hay un breve límite, es la línea que evita que se encimen, que de hecho es imposible, claro.
-         Una frontera.
-         Ínfima y sólo a los efectos de que se pueda marcar.
-       Bueno, pero uno dice “ahora” con un sentido más figurado, o amplio. Yo ahora estoy hablando con vos, por ejemplo, pero enseguida ya “hablé”.
-         Eso, que se pasa de un “hablé” a un “hablaré”, y en medio es “hablo”, pero que al ser sólo una frontera, se pierde enseguida.
-         ¿“Enseguida” se escribe junto o separado?
-         De las dos formas está bien.
-    Pero entonces, siempre según este tipo, el tiempo presente, el verbal digo, no existe, es una convención. Digamos que se armó toda una estructura ligüística enorme con el presente, con el ahora.
-      Bueno, existe, lo que pasa que el planteo pasa por la brevedad, digamos que casi no existe.

Hay discos de Marvin Gaye y de Donna Summers. También algo de folklore nacional, uno de los Chalchaleros y otro de Atahualpa. Y  Help!, de los Beatles, claro.

Tu padre es una ausencia. Toda muerte es una ausencia, un periodo. El cuerpo, las ceremonias, el recuerdo entre cristales rotos: pero es una ausencia. No hay un “ahora” para la muerte, fue o será. La posibilidad de verte, no es vida en sí, se cuenta al final. Las manos de tu padre en estos discos, bajo las mías y las tuyas, practicando filosofía inútil, que tanto nos alimenta. “Ahora” es una posibilidad. ¿Empezamos de vuelta?


Over.

lunes, 9 de julio de 2012

Obvio.

Hice las cuentas y me fui. Todos dicen: un día de estos, vendo todo y au revoir. Nadie vende nada, nadie se va a ninguna parte. Si las cosas fueran al revés, al mundo le quedarían cuatro días.

Dije: hice las cuentas y me fui. No dije que el barcito a cinco minutos del pueblo era una mala idea desde el comienzo. Yo no buscaba buenas ideas, para nada, simplemente pensé: si vienen cuatro tipos cada tanto, y le sumo los turistas en temporada, el año lo paso tranquilo.

Ahora dije que hice las cuentas y que monté un barcito. Lo que sí seguro nunca dejé claro, es que no pasó un sólo día sin pensar en que entrarías por la puerta, de paso, perdida quizás, yendo o viniendo del río, con o sin hijos, de casualidad o porque te lo habían contado: sabés, al final se fue, dijo que hacía las cuentas y que se iba, y ahí está, a cinco minutos del pueblito, con un bar de cinco mesas.

Y quizás, por todo lo que te cuento, no me llamó la atención verte la cara igualita, como si los años no hubieran pasado, como si lo que me contaron le hubiese sucedido a otra persona, no a vos, que te fuiste en serio ese martes a las cinco y media de la tarde, y yo pensé, bah, el sábado nos vemos. Treinta y dos años y entraste por la puerta del bar. Era lógico.



Over.

Palabritas




Sí, entonces lo más probable es que fuera julio, de frío y lluvia, y la noche conducida por el taxista que no paraba de hablar. Yo miraba las luces amarillas que colgaban de un balcón, a través de las gotas arrancadas por la velocidad sobre el vidrio de la ventana. Pensaba en pasar por el supermercado, todavía estaba a tiempo, y comprar una de esas tortas que vienen cubiertas en envases plásticos, con frutas y chocolate, y las velitas que uno quisiera. Pensé: ¿hay algo más sórdido que comprar tortas en un supermercado? Sí, me contesté, rápido y obvio. Pero yo llegaría justo para cenar, con la torta prometida para el anteúltimo feliz cumpleaños, y nadie probaría bocado, y ya podía ver la dureza de esa masa cambiando de color en la heladera, destinada a caer casi intacta en la bolsa de la basura.

“Mientras pensás en que se te va la vida, se te va la vida.”

El taxista habrá cambiado de tono, más grave quizás, buscando mi huida interna. Perdón, le digo, como disculpa, para que reitere. “Que mientras pensás en que se te va la vida, se te va la vida, te das cuenta” Sí, claro, es así. Me detuve un instante en si se debía decir “pensar en” o “pensar que”. Volví. El taxista me interrogó con la mirada, esperaba algo de mí, algo mejor quizás, una rendición ante lo oído. 

Pensé en Lennon, en Charing Cross, en los libros usados, en todo lo que leí y vi: las arañas de la memoria.
Bajé la vista y tosí. Llegué a destino. Pagué y bajé. Antes de cerrar la puerta, verifiqué que no me olvidara nada en el asiento. Hacía frío. La noche de lluvia me empujó rápido a casa. El ascensor subía, cerrado. Inferí que si escribía lo que había escuchado, el final debía ser el siguiente: “Mientras escribes que mientras pensás que se te va la vida, se te va la vida, la vida se te va.” 


Over.