domingo, 28 de octubre de 2012

David o Ariel, no recuerdo bien.



Siempre era invierno, al bar no iba nadie pero nosotros no faltábamos nunca, porque estaban los chicos de la calle, mi novia y unas amigas. Y estaba el muchacho ese de anteojos, feo, tan mal vestido, y esa cara entre aburrida y resignada. Alguien estudiaba letras. Me dijo: ese pibe nos va a hablar de Kafka, de La Metamorfosis, es un capo.

Para mi Kafka era un nombre que daba miedo, algo de una secta o diabólico, no sé por qué. Y La Metamorfosis se me hacía algo sólo legible para elegidos (con cacofonía y todo). Un manual para iniciados que jamás entendería. Un texto cuyo significado me sería impenetrable pero que a la vez no me dejaría dormir por las noches.

Me acerqué a la mesa y escuché algo sobre la incomodidad del ser, “el desgaste del yo que finalmente, aplastado, muta para no morir, aunque muera”. Eso me lo acuerdo porque la chica que estudiaba letras lo escribió y después me lo dio, y ese papel quedó conmigo y cada tanto lo leo.

“¿Vos leés, flaco?”, me preguntó, frío y seco. “Sí, pero ficción, y sólo cuentos”, le contesté con tonta altanería. Se sonrió y movió con la cucharita el sobre de azúcar aplastado.

“Mirá, yo me tengo que ir para Israel antes de fin de año. Tengo una causa por un robo en la fábrica de mi tío y me van a condenar. Hace mucho que leo, y me di cuenta que robé por imbécil, para emular algún personaje de esos, perdedores que de buenas a primeras se mandan una que nadie espera. Me quedé con veinte mil dólares y sabés lo que pensé: ahora entro a una librería de viejo y me la compro toda, enterita. Mirá que pocas luces, ¿no? Me comí una semana en cana y aunque mis viejos hicieron todo lo posible, mi tío me la juró. Te doy un consejo, si te gusta leer, largá ya, si ves que te atrapa, alejate, ya mismo. Dedicate a hacer una familia, andar con putas, hacé guita, cualquier cosa, pero ni se te ocurra armarte una biblioteca. Cada vez es peor, te vas a hundir. Yo conozco a muchos que se quedaron en ruinas, no pueden hablar con nadie, pierden.”

Supongo que estará en Israel, que tendrá una familia o anda a los tiros en la franja de Gaza. O no se fue y está en cana. Mi novia no es más mi novia, el bar cambió tres veces de dueño y ahora es una heladería. Ya leí La metamorfosis, y El Castillo y América. Y los cuentos. Y voy entendiendo todo. Y creo que no largué a tiempo.



Over.

sábado, 27 de octubre de 2012

Pozo negro



Baja el tiempo por la hoja,
limpio de promesas y territorios.
Baja el tiempo por todo el sueño:
el sueño que me devuelve tu cara,
tu hora de luz, tu hora ignorante.
Ungida de mugre, alerta y mendaz
el alma que te sobrevive, me vive,
aquí, todavía, miles de años después.



Over.

Palabritas.





Las gotas, de este lado del vidrio, salpicaban sombras sobre el papel. Intentaba leer la página en movimiento.
(Los taxis, como putas, se apuran tras su presa conmovida por la lluvia.)

Yo tenía un libro.
Yo tengo este libro y la certeza de que todo es símbolo. A partir de cierta altura, todo es representación de algo más. Tu cara, una ausencia. Tu ausencia, una repetición de libros. La música. La música es mía.

Yo tengo un libro y una pausa de años. Abro la página e intento leer. Es oscuro este llanto de sombras, gotas secas desde este lado del vidrio. Sobre el papel, los puntos oscuros se van deslizando. El taxista me pregunta si ya llegamos, si cruza o en la esquina está bien. 


Over.