sábado, 29 de noviembre de 2008

Palabritas.



Sería mejor callar. Sería mejor no detener el coche, dejar clavada la quinta y que la autopista te coma. Ahora más que nunca, lo mejor es callar y seguir, a máxima velocidad, sólo oír las imágenes que ya se van, sacudirlas. Sa-cu-dir-las.

Ahora más que nunca, lo mejor es que te calles, que cierres el manual de aclaraciones y estudios ya probados. Tu manual de conclusiones.

Lo mejor es callar, porque la gente feliz sigue el patrón, y si eso que tanto te obsesiona, eso sobre lo que no podés dejar de pensar, eso que te arrulla y te despierta, digo, si eso es lo que te tocó, ya no hay forma de frenar. Tenés que dejar que la autopista te coma. Es lo mejor que podés hacer.

Ahora más que nunca, abrí la mano, no seas mediocre.


Over.


viernes, 28 de noviembre de 2008

Esa noche fue los nombres.

Te podés olvidar de todo en este mundo, menos del tamaño del corazón de Tini, tan grande que con frecuencia no puede trabajar bien, se pone lento, y termina estorbando al cuerpo entero.

Esa noche estábamos muertos de sueño, pero yo no dejaba de mirarla, porque no se puede dejar de mirar a Tini y su apremio por no verte triste. ¿Te conté lo de los nombres compuestos?, me dice Tini.

Hicimos una lista: “Mariana, Luciana, Marisol, Marcelo, Raimundo, Renato”, y más que nada, habló Tini. Tini dijo:

“Los casos de Mariana y Luciana son especiales. Primero es el mar y después Ana, pero uno tiende a pensar que el orden sería, primero la luz, y después Ana. Yo me quedo con el primero, porque está bueno eso de pensar que sólo hay mar y ella, Ana. Lo de la luz no está mal, ojo, pero queda sólo eso, la luz, ana y la luz, demasiado solitario o egocéntrico, ¿no?”

“Bueno, no importa, el sol y el mar juntos, parecería la solución, la luz por un lado y el mar por el otro, y sin embargo, el punto es que falta alguien, ¿dónde se fue Ana? Marisol no va, por eso.”

“Con Raimundo sucede algo parecido, porque está el sol y el mundo, es demasiado, un Dios y encima el universo, una locura, al final, ese nombre te termina ahogando.”

“Lo de Renato es un rollo. Nacer y nacer y nacer, una paliza.”

Después, intenté hablar de “Soledad”, pero no correspondía. “Soledad no es para esta lista, lindo”, me dijo Tini. No me gusta cuando me dice “lindo”. No me gusta para nada.

Over.

Hasta el último.








Not over yet.

jueves, 27 de noviembre de 2008


QUE

SÍ!




Over.




miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hipo (la onomatopeya, eh). Grande Wilde.





Corría 1870, cuando Eduardo Wilde (pronúnciese “uilde”) presentaba su tesis para graduarse de doctor (sólo existen “doctores” en medicina). Dejando ver su vena literaria, la mentada tesis versaba sobre el singulto, más conocido como “hipo”.

Al margen de que las hipótesis (valga esta palabra para este caso) o conclusiones no fueran del todo acertadas, el incunable sobrevive aún hoy en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.

Tiempo más tarde, Wilde se convertiría en uno de los más interesantes autores de finales del siglo XIX, parte del “mini boom autóctono” de aquella época, más conocido como la generación del ’80.

Dos obras lo destacan: “Prometeo & Cía” y “La Lluvia y otros relatos” donde se encuentra el famoso cuento “Tini”.

Hoy en día es difícil hallar volúmenes originales de su obra, y casi toda su producción se encuentra dispersa en antologías o recopilaciones. No obstante, siempre aparece algún libro de su autoría tal como fuera publicado. Suelen ser muy económicos. Ya nadie lee a Eduardo Wilde.


Over.


PD: Ah, el hipo. Sigue sin mayor estudio, por obvias razones: en la inmensa mayoría de los casos, aparece y desaparece en cuestión de minutos, salvo contados casos en los que el hipo sobreviene debido a una enfermedad subyacente y de mayor gravedad. Técnicamente, se debe a una irritación del diafragma, el cual sube de manera brusca y provoca un espasmo a la altura de la glotis o de la laringe. Está definida como idiopática o esencial, y está bien que así sea.

martes, 25 de noviembre de 2008

Pozo negro

Subirá el tono del mar cerrado,
mar de noche, mar igual.

Y ahí estará pétrea tu sombra, iluminándome.

Iluminándome.

No pulses luz, faro del insomnio,
no ocultes el secreto:
la noche de mar anida en tu guiño

Y de la noche pende tu sombra. Iluminándome

Iluminándome.


Over.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Se cerró el cadáver





Sin querer, aquella noche armamos nuestro cadáver exquisito, sin tener la remota idea de un tal Breton, Buñuel o Eluard. Cierro los ojos y veo la libretita de espirales, tinta negra y azul, y creímos darle una vuelta de tuerca al teléfono descompuesto. Habíamos descubierto la pólvora, otro gesto más de la predestinación (y menos aún de Calvino, ¿o sí?)

Ahora nos mira el puente, que a su vez es vigilado por el barco, quien no puede olvidarse del faro, y así vuelve el giro. No fuimos los muertos, ni los despojados ni los heridos. No estábamos fingiendo esta magnolia, apenas si confiamos en el viento de luna.

No fuimos los puentes que tejen silencios, no fuimos ceniceros ni quietudes. Pero aquella noche se cerró el cadáver y lo leímos hasta las cuatro de la mañana por miedo a olvidar la fórmula. Y declaramos, con amada ignorancia, que el Guernica no era ningún cadáver, menos exquisito. Ah, de Eluard me queda el poema, era éste:

Los sentimientos aparentes.
Ligereza del acercarse.
La cabellera de las caricias.

Sin preocupación, sin sospechas.
Tus ojos se entregan a lo que ven:
Son vistos porque ellos miran.

Confianza de cristal
entre dos espejos.
Tus ojos se pierden en la noche
para añadir el insomnio al deseo.



Over.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Es simple: "El final no termina de terminar"







Muy despacito, en el grito que no se pide, me acuerdo de esa línea de bajo de Walking on the Moon. Sol – Sol – La / Re – Do – Sol. Así de simple, tres notas para un lado, y tres para el otro, un vaivén básico. Y básica genialidad para lograr una canción. No, no es que lo advierta ahora, hace rato que entendí que lo genial es básico, y que lo simple es el camino más arduo. Y el mejor. Yo qué sé, el bajo de “Break on through…”, de los Doors, es un juego precioso entre Do- La- Re. Le tomás la mano y no lo podés creer. Estaba ahí todo el tiempo, cómo no lo encontró nadie antes.

Ni hablar de ese etéreo riff de guitarra en “Not everything’s lost”, la última del primer disco de Coldplay. Hermana lejana, por qué no, del “punteito” (solfeo se dice, che!) en el comienzo de “Empezando a Terminar”, la preciosa canción de Alvy Singer, incluida en el primer disco, ahí por el final, después de tanta belleza musical.

Primero aclara:

No me pidas que te diga que / las cosas que van a pasar / no van a pasar, / no es verdad que todas las cosas que pasan, / pasan para bien.

Después se pone romántico:

Las piezas del rompecabezas no son más que dos

Y finalmente, lo confiesa:

El final no termina de terminar.


Hasta el video es un encanto, vean si no: Empezando a terminar




Over.

Palabritas



Mientras tu infancia intenta traducirte en el espejo, desnudo el tiempo te abandona en esta enhiesta corrupción. Todo deseo que decrece, pertinaz, elige el olvido, y allá voy, para recordártelo. Te admiro desde la cama, a metros apenas del cristal que te refleja, y sueño lo que veo, pronto mío, y yo, ya separado de la razón, sé que flotaremos. Otra vez flotaremos.

De la lista de súper amigos, encerrada en su noche pagana, te nombro y te declaro inconsistente, tanto o más que yo. Es irregular nuestro amor, por eso es real, y por eso es insoportable. Te veo.


Over.


miércoles, 19 de noviembre de 2008

El caso de las hormigas




Por lo tanto, ante tanta insistencia y amimia de parte del chico nuevo de Tini, con Lina le preguntamos si él sabía si las hormigas tenían corazón. El chico nuevo dio por sentado que sí tenían, ya que de otro modo no podrían vivir. “No creo que sea tan complejo o desarrollado como el nuestro, claro”, dijo el chico nuevo. Lina aclaró: “como el tuyo, dirás, porque el mío te aseguro que es muy básico”. A Tini le molestó el comentario, y tenía razón.

“Las hormigas deben tener un corazón, pero qué me dicen de los ácaros”, dije por decir algo. “¿Qué son los ácaros?” preguntó Tini. “Unos bichitos tipo las pulgas, que viven de cualquier cosa y hay un montón y te dan una alergia fenomenal”, dijo el chico nuevo. “Entonces vos sos un ácaro”, me dice Lina. “Soy Icaro, no ácaro, mademoiselle”. “Icaro” repite el chico nuevo. “Y si caigo sobre ti, se queman mis brazos, sería un sésil aferrado a tus piernas”, digo, porque justamente había aprendido el significado de la palabra sésil. “Aferrado a mis piernas, ¡puaj!”, dice Lina.

No pasó nada más. Sigo sin saber si las hormigas tienen corazón, aunque es lo más probable, y sé que yo tengo corazón, y quizás por eso me acuerde tanto, todo el tiempo. Todo el tiempo.



Over.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Esos lados... "Sideways"








El cine, como arte, precisa de más técnica que la literatura. Digo, debe ceñirse a ciertas pautas establecidas porque van más allá de la creación misma y tienen que ver con algo ya estudiado. Para hacer la comparación (la bendita comparación), es como intentar escribir al revés, de arriba hacia abajo, o cualquier tontería que se nos pueda ocurrir al narrar una novela o un cuento. De vanguardista pasa a payasada, y es lo que suele suceder cuando la estética se impone por sobre el contenido.

Otra de las cuestiones centrales en muchos largometrajes, es la idea del héroe y el antihéroe (del malo y el bueno, si fuésemos mucho menos precisos), y es sobre ese punto que me gustaría hacer un comentario con relación a la película “Sideways” (traducida como “Entre Copas”).

Me atengo a lo de héroe/antihéroe, y me pregunto cuál de los dos personajes masculinos representa cada una de los tópicos. A priori no quedan dudas que Thomas Haden, el rubio extrovertido vendría a ser el ganador, mientras que nuestro queridísimo Giamatti se torna el depresivo/perdedor. ¿Pero qué rol juega cada uno? Generalmente, resulta útil buscar la identificación en cada uno. Y aquí creo que viene lo interesante.

A quien le gustó la película, es casi seguro que se identifique con el perdedor, quizás porque el ganador, en este caso, también arrastra cierta vulgaridad y simpleza, y justamente no miraría este tipo de películas. Puesto así, de algún modo todos queremos ser el perdedor, a fuerza de elección, y sinceramente creo que ése es uno de los aciertos del film.

Hay, por lo menos, tres escenas que no se me alejan:
1) Cuando van a entrar al restaurant y Haden le dice a Giamatti: “Por favor, tranquilizate, que no te agarre tu fobia, ¿tomaste la pastilla para eso?” Y Giamatti no quiere entrar porque sabe que debe pasarla bien y no puede. Y no quiere.
2) Cuando están en la bodega probando vinos, y Giamatti, tras enterarse de que su novela no ha sido aceptada, le pide al empleado que le sirva un poco de vino. Después le pide más. Y otra vez. Hasta que el empleado le explica que es de degustación y no puede servirle más. En un ataque de ira, Giamatti le saca la botella de la mano y comienza a beber del pico. ¡Si vos no pagás la botella, idiota, servime todo lo que quiero!, le grita al empleado.
3) Cuando está junto a Virgina Madsen y se produce esa tensa atmósfera del que sabe que debe hacer algo y a la vez no quiere, porque su cabeza está a mil kilómetros, y funcionando muy lentamente. Aún así, la empatía es enternecedora, e inolvidable.

Quizás tenga algún reparo con el final. Me han convencido de que en realidad, tras tanta agonía, el film ofrece cierta esperanza para Giamatti, pero no asegura un cambio positivo. No obstante, a veces tengo dudas, y siento que hay olor a final feliz. Del que no es bueno, obviamente.




Over.



PD: Recuerdo el controvertido mensaje que con forma de sticker se veía en muchos coches: “Winners don’t use drugs” (Los ganadores no se drogan). ¿Controvertido? Y sí, porque los perdedores tampoco tienen por qué drogarse, ¿no? ¿Pura semántica? Un poco más, me parece, y no tan fino.

Pozo negro



Al margen de tu doctorado

y la pena
de tu ridícula pose de sabiondo sin desayunar,
amerita este calor recordar tu vulgar humor
otra vez,
insistentemente precario y obsoleto,
el aletargado vaivén de tu lucidez,
la genial puesta en escena de tus desaires.

Amerita, dije,
porque suma estupor tu recuerdo, a la distancia
con todo lo que has perdido, aquí en mi mente
sobre la mesa y detrás del televisor.

Si acaso hubieses aprendido a silenciar tu amor
mientras bebías a la fuerza ese café negro,
demasiado adulto* y a escondidas de tu realidad.

Si acaso unieras a tus llaves la cifra del abandono.
Pobre diablo sin más fortuna que la heredada
A traspié del prestigio de la fama interesada

Nunca entendiste lo que es no deberle nada a nadie.
Nada a nadie.



*Adulto, el café, aclaro.


Over.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Post larguísimo. Necesario. No digas que no sabías.




Como solemos decir estupideces, lo mejor es decir las menos posibles. Una de las posibilidades para lograr tal empresa, es analizar lo que pensamos, contrastarlo con la realidad, y después verter opinión. No siempre funciona, pero el intento ya vale.

Por caso, y en “pocas” palabras, voy a opinar sobre un tema muy en boga hoy en día en Argentina, y que es el traspaso del manejo de los fondos previsionales de las empresas privadas al Estado. Y para dejarlo bien clarito, quien se oponga a tal acción es un imbécil, un ignorante o le han contado muy mal la película (la mayoría pertenece a este último grupo, pero como en el Derecho, no pueden alegar torpeza o ignorancia, por lo que tampoco los exime demasiado de los primeros dos calificativos).

A ver, y como en los cuentitos que me gustan. Las jubilaciones o sistemas previsionales tienen como fundamento dos razones:

1) Apoyar el retiro de un trabajador del mercado laboral, a una cierta edad, a través de un pago mensual que le alcance para vivir desde su retiro hasta que se le termina le peli.
2) Fomentar el ingreso al mercado laboral, de las nuevas generaciones.

Se cumplan o no, esos son los objetivos. Ahora bien, cómo se logra tal cosa: del siguiente modo: El trabajador aporta una cantidad dinero al sistema previsional, y el empleador hace lo suyo en otra proporción, razón por la cual, el ente recaudador supuestamente junta ese dinero aportado para “devolvérselo” al trabajador una vez que éste alcanza la edad de retiro. El “supuestamente” no está inocentemente encomillado, y lo que hace en realidad ese ente recaudador es tomar el dinero de los sujetos aportantes (los activos) para dárselo a los sujetos retirados (pasivos). Sí, ya sé lo que piensa, para lograr tal cosa, debe haber un equilibrio entre aportantes y beneficiarios, y aquí viene el meollo de la cuestión.

Las edades de retiro, obviamente, están atadas a la esperanza de vida de los hombres y mujeres, y tienen como objetivo estipular “duraciones” que puedan ser atendidas por los entes previsionales. Cruel o no, la cuenta es simple: si una persona vive unos ochenta años como máximo, se entiende que se puede jubilar a los 65 años, y será beneficiada por quince años aproximadamente. Si un sujeto activo debe aportar mínimamente treinta años, la ecuación, de algún modo, cierra.
Ahora bien, cuando una persona vive tranquilamente ochenta y cinco o noventa años, y a su vez, el desempleo provoca la falta de aportes al sistema, este último colapsa de manera obvia, y es ahí donde hay que tomar medidas. Usted dirá, ¿Subimos la edad de retiro, buscamos que más gente aporte al sistema o les subimos el porcentaje de retención a los pocos que aportan? Como responder esa pregunta excede este post, me voy directo al grano, como diría la gallina.

Las cajas de jubilaciones autónomas y más pequeñas, son un ejemplo interesante para entender la cuestión.
Por ejemplo, pensemos en la caja de jubilaciones de un banco. El sistema funciona cuando hay más activos que pasivos, en una relación mínima de tres (activos) a uno (pasivo). El sistema es dinámico y todos están felices. Es más, cuando “sobra” dinero de los aportes de activos, esa Caja tiene la facultad de invertirlos para mejorar futuros pagos, contrarrestar algún déficit, o bien utilizarlos para mejorar el sistema de salud, viajes, y lo que sea en función del bienestar de sus jubilados.
Ahora bien, cuando la relación activo/pasivo comienza a desvirtuarse, la Caja en cuestión se ve en serios problemas, y debe tomar alguna medida para solucionar el problema. Esto último que digo, es lo que sucede en el mundo entero, y el deficitario sistema previsional es una complicación muy grave en muchos países. Qué hacemos. Bueno, generalmente los Estados destinan fondos de otras recaudaciones para atender al pago de sus jubilados. En el caso de cajas autónomas, por ejemplo las bancarias, muchas veces deben intervenir en las ganancias del Banco para solventar el sistema.

¿Leyeron bien? Dije, el Estado debe acudir a otros ingresos para apoyar el sistema. Yo les pregunto, ¿alguien se interesaría por montar una empresa que maneje los fondos de los activos para después pagarles a los pasivos? Y, la verdad que es algo bastante improbable, a no ser que exista algún tipo de “incentivo” que haga interesante la propuesta. Esto último es lo que provocó la aparición de las famosas AFJP`s en la Argentina, una extraña solución a la inoperancia del Estado elefantiásico y en quiebra.

¿Qué ofrecían estas empresas? Algo que a todo el mundo le gusta: el dinero de sus aportes sería manejado por expertos inversores, los cuales con sus magistrales conocimientos, lograrían que los mismos crecieran como crecen las cuentas de los ricos y famosos que salen en la revista Forbes. Anunciaban operaciones bursátiles, compra de títulos, inversiones en obras hiper redituables, plazos fijos, fondos de inversión, y así.

La mayoría de la gente, ávida de su asegurado futuro, se congraciaba con su asociación a tal o cual empresa, viendo todo lo que el futuro les deparaba. Muy bonito, ¿no? Y ya no era un régimen de reparto (puaj, qué es esa palabra tan socialista), sino un sistema de capitalización, y como estamos en un sistema capitalista, qué mejor palabra para definir el derroche de dinero que nos aseguraban las empresas. Cambiaba todo, ya no importaba la relación de activos/pasivos, porque el dinero se iba juntando (como el imaginario colectivo lo indica), iba creciendo, se multiplicaba, y aunque el mundo se viniera abajo y ya nadie trabajara, yo, El señor jubilado de la AFJP, cobraría mi dinero mensualmente.

Parece increíble, pero millones de personas creyeron en esa fábula, amén de los muchos que gritaban en contra de ese sistema inviable y a toda vista peligroso. Las mayorías mandan, y allá fueron millones y millones de dólares, pesos, oro o lo que sea. Eso sí, por tomar tal riesgo, se entiende, las AFJP pusieron como condición, cobrar las comisiones por sus trabajos de recaudadores por adelantado, ya que se hablaba de un “negocio” a muy largo plazo. Y qué comisiones, nada de andar con chiquitas. En otras palabras, se forraron. Y qué pasó con el cuentito, se vino abajo como se esperaba, porque bueno, los negocios no salieron tan bien, las inversiones sufrieron algunos inconvenientes, la bolsa se vino a pique como el Titanic, y más que capitalizar los fondos, se transformaron en una caja de zapatos vacía. El dinero se esfumó, las cuentas no cerraron, y nada de broncas ni reproches, eh, que como bien se sabe, todo negocio puede ir bien o mal, son las reglas de la vida, viejo, qué tanto.

A quién se le puede ocurrir que los fondos de una futura jubilación sean manejados por empresas privadas, que a su vez dicen que “invierte” el dinero de uno durante treinta años. Cómo puede ser concebible que haya gente que grite a los cuatro vientos que no quiere que “su” dinero pase al Estado. Ningún aportante de AFJP puede retirar su dinero de las cuentas, todo lo contrario, simplemente se le muestra lo que aporta al sistema, pero que le será reintegrado en forma de cuotas partes, es decir, la tan mentada jubilación mensual, sí, leyó bien, la misma que ofrecía el Estado. Si no me cree, llame a su AFJP y dígale que quiere “retirar” su dinero tal cual indica ese resumen tan hermoso que le envían todos los meses.

Conclusión, en horas tan inestables de la economía mundial, ¿a alguien sano mentalmente se le ocurre que su dinero debe quedar en manos de empresas privadas cuyos gerentes ganan en un mes lo que el aportante gana en diez años? Ese dinero DEBE ir al Estado imperativamente, porque sólo el Estado es el que está obligado a atender las necesidades del pueblo sin interesar el lucro. La salud, la educación y la seguridad no dan “ganancias” en el sentido estricto, pero es el Estado el que las debe garantizar. ¿Cómo puede ser que por una ceguera ideológica, tanta gente “luche” para que su dinero quede en empresas que ya han demostrado su ineficacia? Me imagino a los gerentes de esas AFJP no creyendo lo que sus ojos ven: que sus propios clientes a quienes han defraudado, luchan para que sigan en el negocio. Insólito.

Terminando, y haciendo referencia al cotorreo de la masa más cerda, oligarca y explotadora, dicen que el gobierno se robará ese dinero. Primero, se cambia de sistema, ahora es de reparto, por lo que todo lo que se junta, se reintegra en jubilaciones, y si sobra, es el Estado el que debe decidir qué hacer con ese improbable sobrante, porque si alguien me dice en qué obra de solidaridad invirtieron el dinero las AFJP, juro que me hago sacerdote.
Por otra parte, si quisieran robarse el dinero, ya lo harían con las actuales recaudaciones, las del IVA, impuesto al cheque, retenciones, ganancias, las cuales sumadas, dan un número hasta superior al que supuestamente se van a robar.
Razón esta última, que indicaría que el problema es el administrador, y qué mejor idea que quitarles todo y voltear al gobierno. Eso se llama golpe de Estado, y los que lo hacen o lo propician, son mierdas que deberían ser ajusticiadas por instigadores al hambre del pueblo. Golpistas, nazis y fascistas, cagones de laboratorio, con tal de no ver que al obrero se le dé una casa en créditos blandos y hasta pueda tener el mismo coche que el patrón, son capaces de llevarse puesto un sistema. Es la hora de definirse y salir a defender los principios que cada uno tiene, para ver de qué lado, de una vez y para siempre, queda la asquerosa moral y ética que tanto se enarbola.

Basta de ratas explotadoras que subyugan al pueblo, al obrero y al trabajador, explotándolo con tareas interminables a cambio de míseras retribuciones. Si el pueblo se une, debe ir tras estos cerdos, amos del robo de la plusvalía más básica. Al mundo lo voltean las empresas, no los Estados. La puta madre que los parió.
Ya está.


Over.



sábado, 15 de noviembre de 2008

Ella sueña con peces







Tendría que escribir sobre aquel día en que se conocieron Lina y Tini. Tendría que escribir sobre aquella esquina de lluvia donde el bar estaba cerrado porque era domingo y de repente nos encontramos y yo: Tini, ella es Lina, Lina ella es Tini, ahora se saludan, vamos, y Tini: te imaginaba tal cual sos, y Lina, ojalá yo me imaginara igual.

Tendría, dije, que escribir sobre toda aquella tarde, y no puedo, y quizás tenga razón Lina cuando dice que las ausencias se resisten a ser narradas por miedo a quedar unidas al olvido o la imaginación, las ausencias suelen callarse, a ellas les encanta el silencio.

Entonces voy a escribir sobre el sueño de Tini, o mejor dicho, cuando se lo conté a Lina un poco así:

Ella sueña con peces, y si eso no es lo asombroso, hay que tener en cuenta que los sueña flotando. Sí, ella me dijo que sueña con peces flotando, ¿muertos?, no, para nada, son como pececitos cansados, vencidos por el agua, y se dejan ser por la marea, a la espera de que por alguna razón, algo o alguien los haga reaccionar.
Festín para psicoanalistas. No, porque no son símbolos, no quiero rebajarlos o subirlos a esa condición, qué importa si el pez soy yo, o mi madre o mi hermana, qué importa acaso si la marea es este tiempo demasiado tenue que me arrincona. Bueno, la marea, marea. Ves, eso es lo que no quiero, no me pienses como un caso, no trates de sacarle la cara oculta a las cosas, si escribís, vas por mal camino, corazón.
Ella sueña con peces que flotan vivos a la espera de un cambio. Ese debería ser el título, y justamente por eso, no lo uso. Simplemente: “Ella sueña con peces”. Ahí está, qué tanto.


Over.


jueves, 13 de noviembre de 2008

Crónico anochecer.





Contrariamente (o no) a aquella pesadilla que escribiera Franz Kafka, llamada “En la colonia penitenciaria”, la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” (un aplauso para el traductor) se encarga de contarnos una historia de olvidos a medidas y erosiones de esta maldita pena de amor. En aquel cuento, Kafka imaginaba la inscripción de los delitos en la piel de los delincuentes, todo gracias a una terrible máquina que tatuaba calificativos y acciones: “Ladrón”, “Asesino”, “Violó a una mujer”.

De modo inverso, en esta peli que vimos todos, ella pide que lo borren a él, y él, desesperado, pide la misma intervención. Quién cree en el mecanismo, se aleja de la ficción, y ya no importa si el casco ese lleno de lucecitas pueda o no existir. Lo importante es ese descenso a la desnuda soledad que sobreviene tras perder la guía. El poderoso arsenal que la angustia de saberte tan lejos y sin mí, mina en todo el cuerpo. Todo el cuerpo.

Las escenas que de algún modo intentan vislumbrar el inconsciente están tan bien logradas que se sitúan bien lejos de cualquier pretensión de surrealismo o ciencia ficción. Quién sabe si hace cien años, se hubiera visto así. Es el tiempo que ha mezclado a un Dalí y un Buñel en la publicidad
de teléfonos celulares. Ya lo dije: la vanguardia muere siempre al otro día.

No puedo decir mucho de la película. No puedo ensuciarla. Ni siquiera puedo, amén de mi devoción, enaltecerla. Sólo sé que es una comedia perfecta, desoladoramente perfecta, que termina mejor aún: los cuerpos y tus palabras tienden a asociarse con uñas y deseos. Podré lograr que no hayas sido, pero jamás podré lograr que no seas, que dejes de ser. Siempre te cansarás de amores suburbanos, de eso no te olvides nunca.

Over.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Palabritas

Quizás en la vida real, las cosas difieran un poco. Aquí, todo es más lento, para empezar, y cualquiera recuerda Aura, esa nouvelle de Carlos Fuentes, escrita en segunda persona del singular. Después de leerla, quiero escribir toda mi vida en segunda persona, te estoy hablando a ti, que tienes ante tus ojos esta cadena de palabras, a ti, estío de miel, para ti.

Te decía, Crónica de una Muerte Anunciada, otra posibilidad del talento. ¡Hay que empezar una novela contando el final, eh! Qué caso raro el de García Márquez, aceptado y tolerado por la elite, amado por el lector, bien recibido por la crítica. Se lo merece, viejo, está bien. Y Rulfo también. Y me olvidaba de todo el resto, de esta lentitud hipnótica, desde este otro lado, casi tan cerca de ti, que vives en la vida real. De paso te pregunto, ¿ya entendiste a los gatos o sigues con lo del perro y la sumisión? En la vida real, los gatos se entienden menos, ¿no?



Over.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Pozo negro



Todo el día, despensándote,

hasta que abras vuelo, puertos.

Cuando estás abrigándote de dudas,
cuando estoy aplazado por mi caparazón,
me hundo en tu gelatina.

Me paso el día, despensándote.
pesando las horas en el televisor.


Over.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Lo básico.


(Para N, que me lo pidió así a los bifes)



Pero vos no estabas, así que empecé sólo, y al darme cuenta de que no iba a terminar, bajé a comprar cigarrillos y un chocolate amargo, y nada, justo estaban pasando un recital de genesis y el pibe del kiosco me dice algo así como que digan lo que digan, a él le gusta más la formación con Phil Collins, y le digo que es uno de los casos en los que se habla de dos bandas diferentes, nada más, y el pibe me dice que no, que Peter Gabriel es un “muerto”, “muerto” me dijo, y le dije que se le iba un poco la mano o no había escuchado a genesis, y el pibe me dice, “bué, siempre queda bien decir eso, que con Gabriel era mejor”, cualquiera.

Ahí me encendí el cigarrillo y le dije que estaba bien, pero que Phil Collins es mejor como solista, y el pibe me dice: “Como solista es un baladista de cuarta”, y le digo, pero flaco, me estás jodiendo, y me mira serio, y lo miro serio, y me dice: ya fue, andá yendo, y le digo, flaco, hacete ver, y el pibe me dice; querés verme vos, y le digo, no, que te hagas ver por una puta, y el pibe me dice, ¿tenés el teléfono de tu hermana?, y ahí nomás le agarro los chocolates y unos paquetes de papas fritas y se los revoleo por la cabeza, y le tiro con unos caramelos al televisor y le digo, porque no te hacés coger por Phil Collins, y el flaco me dice: estás loco, qué mierda te pasa, y le digo, vos sos un pelotudo y te voy a romper el kiosco a patadas, y le revoleo unas mentitas con chocolate que había sobre la bandeja.

El pibe me tira con unos encendedores y el muy hijo de puta me pega en el ojo y me empieza a doler, y lo veo salir de atrás del mostrador y le tiro una patada al grito de hijo de puta, me pegaste en el ojo, y ahí me tira una piña que golpea seco sobre mi oreja y me hace trastabillar. Mientras voy cayendo, no sé cómo, le tiro otra patada que le da directo al estómago y lo dejo sin aire, situación que me da un poco de tiempo para recuperarme.

Hasta ahí pasó todo, porque al toque no sé de dónde vino un policía y un flaco en bicicleta que se ve que venía de algún lado, a las diez de la noche, en bicicleta, lo podés creer. Y nada, el policía nos separó y yo le dije que le había dicho puta a mi hermana, y el pibe dijo que yo le había revoleado la mercadería porque era un loquito de mierda. La cosa es que todo terminó en la comisaría porque el muy cagón me hizo una denuncia y yo le hice otra y listo, pero te imaginás que toda esa joda duró como tres horas más o menos, la mayor parte del tiempo en la comisaría, obvio. Y eso es todo.

- Lo que no entiendo es por qué te calentaste tanto si vos no tenés hermana.
- Bueno, da lo mismo, vos preguntás cada estupidez, nena.


Over.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Palabritas



Estaba leyendo la propaganda de un taller literario donde dice que una novela es como un telaraña, porque las buenas obras ofrecen una seguridad que invita a recorrer todo el entramado y que la prolijidad permite que uno no se caiga en ningún lado, mientras que las malas novelas dan la sensación de desequilibrio que lo dejan a uno quieto en un lugar, con miedo a caerse en el próximo paso, haciendo todo lento y tedioso, y uno finalmente opta por saltar hacia fuera.

La comparación está bien, pero es justamente al revés, y sí, justamente al revés de los criterios de mercado. La gente se acostumbró a decirle al vendedor: “mire, quiero apretar un botón y que funcione”, entonces el vendedor lo pensó un poco y se dio cuenta de que cuanto más fácil mejor, y ese peligroso pragmatismo se convirtió en un enorme derrame de tinta que termina manchándolo todo. Maravilloso drive que anotó la modernidad, con su dudoso panteón unisex en el que todo da lo mismo.

Los fusiles de la información están cargados hasta los dientes, online las veinticuatro horas, y las pantallas de una internet cada vez más parecida a un precioso abismo en el que nunca nadie puede caerse. Se echa el anzuelo en una pecera de palabras, y después la telaraña se abre sobre una alfombra de rosas, todo es tan hermoso.


Over.

Pozo negro



No cierras tus ojos,

cierras mi vida



Over.

¿La media res?



Entonces hay que destruir la cosa amada, sustituirla por la insignificancia de la ausencia. Rebajarla al olvido. ¡Pero nada de completar agujeritos!; menos aun dejar que se imponga una posibilidad de ese objeto del deseo. Porque detrás del espacio rellenado siempre subyace el molde primigenio, y esa nada que se cubre termina siempre mostrando los bordes, algo sobresale y molesta.

La cosa amada va más allá de los cuerpos, trasciende esa necesidad física, se transforma en un bálsamo que nos va llevando de las narices hacia donde quiere. Volvemos siempre al mismo sitio y exigimos el mismo discurso, un discurso que se apaga apenas termina. ¿Me querés? Qué importa tu “sí” o tu “no”, volveré a preguntar, porque estoy perdido y no me sirve lo que me decís, no te estoy preguntando nada, estoy confirmando mi insatisfacción.

Hay que soltarse de la cosa amada para poder reconocerla de nuevo, quemarse y salir corriendo. A veces se necesita un poco de voluntad y suerte, pero a decir verdad, lo más probable es que lleve toda la vida. Mientras, vamos a negar el agujero, lo vamos a disimular con telarañas y sexo, con la esperanza de que algo cambie sin nuestra intervención. Juraremos que la ceguera es falta de luz, una densa tiniebla que ya se abrirá.

La res amada. La res cogitan. La res extensa. La no res. La sustancia del amor, traficada por los cuerpos, y encima explicamos mil veces lo inexplicable. Abro la mano, sí, pero me aferro con la otra. Siempre.


Over.


lunes, 3 de noviembre de 2008

Una de Bolaño.








Se me ocurre empezar así: Imaginemos que un autor escribe “El Libro de Manuel”, y con su inédito pasea por las editoriales para que le publiquen el libro. Lo más probable es que no le lleven el apunte, y estaríamos todos de acuerdo.

Claro, en la realidad se trata de “un Cortázar” y a partir de allí se edita y se vende. Pero todos sabemos que no correría suerte alguna si se tratara de un autor desconocido.

Dicho lo anterior, Nocturno de Chile podría encajar perfectamente en la comparación. No es que se trate una novela intrascendente ni mal escrita, todo lo contrario, a lo mejor el comentario tenga que ver con esta novela y su relación con la obra de Bolaños.

Dentro de un corpus, es casi seguro que se encuentren altibajos, y queda a consideración del talento del escritor, la formación de esa suma de obras, a qué le otorgará su firma y a qué no. La lucidez de apartar y eliminar, también fundamenta la agudeza del ingenio.

Tengo la sensación de que se trata de ese tipo de novelas que casi cualquier escritor jamás termina, que abandona a mitad de camino y se da por vencido. Vayamos al grano: hablamos de una novela sobre un hombre quien, convaleciente y con fiebre, con la certeza de que va a morir pronto, comienza a recordar ciertos pasajes de su vida como sacerdote. Debo admitir que en cuanto un tema empieza a aflojar, enseguida comienza uno nuevo.

No está ausente el estilo de Bolaño, digamos, su nivel literario. Hay que escribir 150 páginas casi sin diálogos directos. Digo, escribirla, que no sea un stream of consciousness y encima que se deje leer. Eso ya es un acierto. En cuanto al resto, repito lo que dije antes, hablamos de una obra dentro de un corpus.



Over.


PD: Hacia la mitad de la novela, aparecen dos personajes cuyos nombres son: "Odeim" y "Oido". Este último, como se ve, no lleva tilde y no rompe el diptongo. El español es claro en eso, y si la tilde no está, no se pronuncia. En un momento, el personaje lo aclara: "Soy Oido, no Oído, Oido". Creo que se trata del miedo a que no se entienda la pronunciación, o bien, se pensaba en la posible traducción del nombre. No lo sé. No era necesario y punto.





domingo, 2 de noviembre de 2008

Está bien!









Over.

Pozo negro



No me hundió la luz ni la memoria,

Ni tu silencio ha revocado mi insistencia
Obstinados, impedimos que la suerte
Nos ampare sin esfuerzo.

¿Habrá tierra, cielo o mar todavía?

¿Acaso no te has hastiado de sospechar?

Sigamos jugando, torrencialmente,
Como si no existiera la hora de sentir.


Over.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Epílogo






Terminas de beber y miras el fondo de la copa. El cóncavo reflejo no te falla. Fiel, te deforma y te repite. Baja el día y sabes que la luz se llevará la imagen. Subirá la oscuridad, la noche, y entre tus ojos y el cristal se levantará una tela invisible que lo detendrá todo. Pero lo sientes, sí, no dudas que tu rostro te mira, agazapado, desde el fondo. En esa recíproca ausencia, dejas que giren, libres, todas las imágenes que te buscan.

Piensas en letras, palabras, oraciones, párrafos. En Ana Bloom que envía correspondencia desde ese lugar donde las cosas un día están y al otro día desaparecen. Ella ha viajado lejos, (deseas que sea lejos), en ubicuo tiempo y espacio que igual se evapora en el mapa. También llega Demetrio Rota, que entre puzzles y basura, entre viajes que no cesan, busca una tregua que redima su agonía. Más lejos se aproxima Duncan, que en manos de su fiel guerrero, no sabe que viaja hacia la muerte infiel. Y más cerca, Otálora, traicionado con forzada simetría, que viaja al Uruguay a cerrar su destino, sin darse cuenta hasta el final de que nunca se ha movido, que su hora ya lo había alcanzado antes de partir. O esa inmensa K, que supone un hombre y esconde una raza, alzando la mirada a ese tantálico castillo que lo ve viajar y que lo viaja al mismo tiempo.

Va a ceder la noche pero antes, también, te muerde ese “fusilado que vive”, el que viaja en el camión, a quien el azar le permite seguir abriendo los ojos al otro día, a todos los días que siguen para contar lo que vivió. Hasta que giran las horas y ves que tu reflejo te ha acompañado todo el tiempo. El horror gana tu rostro cuando descubres que has unido viaje, literatura y muerte. Un grave pensamiento alivia tu hallazgo: un cierre general que enlaza todas las vidas y las reduce al mismo abandono, un Apocalipsis personal que puedas manejar a tu antojo.

Te encantaría ese poder. Pero ahora mueves la copa y levantas la mirada. Se te viene otra vez la palabra viaje y te parece mentira que no te hayas movido de tu sitio. En ese instante, buscas tu cara con los dedos y empiezas a dudar.



Over.

Su pueblo.

Le pedí que me contara algo de su pueblo. Le insistí hasta molestarla. Me contó algo así:





En mi pueblo no había nada. Bueno, a parte del pueblo en sí. Casitas bajas con calles adoquinadas en las que mi madre siempre se pillaba los tacones. Ahora las casas ya no son tan bajas y el ayuntamiento está vendiendo los adoquines para pagar deudas. Precisamente cuando mi madre ya se había acostumbrado a llevar zapatos planos. Y es que lo más emocionante que podías hacer en mi pueblo era cruzar la calle, averiguar si se te quedaba el pie metido en una hendidura justo cuando pasaba el autobús. Siempre pasaba de largo, como parecían hacerlo todas las cosas buenas.

Ahí se quedaban sólo los abuelos con reuma que venían para las curas de agua caliente en uno de los tres balnearios. En verano, los viejos se sentaban en las terrazas de los bares y miraban cómo se trasparentaban nuestros pezones a través de las camisetas, aún demasiado pequeños para meterlos dentro de sujetadores. Tampoco había ninguna tienda de sujetadores, pero sabíamos que Marta, la chica más guapa de clase, tenía unos blancos con puntitas rosadas. Se los habíamos visto en el vestuario, antes de la clase de gimnasio. A escondidas, el martes, día de mercado en la plaza, cogía la lista de la compra que mi madre colgaba de la nevera con un imán y me lanzaba a la compra de naranjas para exprimir y, a la vez, a la búsqueda de esos pequeños sujetadores. Pero en todos los puestos sólo habían prendas enormes de un horrendo color beige, como fabricadas para las glándulas mamarias de una vaca lechera.

De todas formas, mientras me tomaba el zumo de naranja diario que, según la versión oficial de mi madre, me ayudaría a crecer y a ahorrarme unos cuantos resfriados, me asustaba la idea de hacerme mayor en el pueblo. Veía a diario la mujer de la librería, con su gruesa verruga como una bolsita de sangre violeta, colgando del labio, sacando el polvo de las novelas amarillentas del escaparate, las tres chicas de la peluquería con el cabello de un idéntico rojo chillón que salían simultáneamente con el mismo chico en sábados alternos, la farmacéutica con ese marido como de juguete que tenía que subirse a un taburete para alcanzar los medicamentos, las dos gemelas siempre vestidas idénticas sentadas en el banco del parque mientras su matriz se iba resecando al mismo tiempo que su piel, esa chica sin dedos en las manos que se dedicaba a cuidar niños, la cartera que se mató el mismo día que estrenaba coche a trescientos metros de la salida del pueblo, y las monjas.

Mientras en mi cajón no hubiese ese pequeño sujetador, aún podía seguir saltando la valla del jardín de uno de los balnearios y colarme en la piscina, donde los viejos no se bañaban, por fría o por profunda. Aún podía ser aceptada en el equipo de fútbol del cole. O bajar sentada en mi monopatín de plástico naranja toda la cuesta de la calle Escoles Pies con Avenida Pi i Margall. Llevaba el pelo corto y las rodillas magulladas. Aprovechaba la ropa de mi primo. Salía a buscar espárragos con mi padre los fines de semana de otoño. Les contaba historias de terror a mis hermanas y me escondía a medianoche bajo sus camas para asustarlas. Pensaba que eso duraría para siempre, como el agua caliente de las fuentes, que salía a 70 grados de temperatura aunque nevase.

Pero algo estaba pasando con los sábados a la tarde. Ya no era el Nos llamamos, vamos al parque a columpiarnos y a comprarnos unas chuches al quiosco. Ahora, mis amigas escondían botes de maquillaje en los bolsillos de sus vaqueros y se pasaban la tarde apoyadas en un banco de la plaza comiendo pipas. Y ya no era un simple comer pipas, y chupar la piel salada hasta que lloraban los ojos, y hacerlas crujir. Era un gesto ensayado, una coreografía de labios y crema de cacao y miradas despreocupadas hacia los chicos de las motos a los que sólo unos meses antes metíamos plátanos dentro del tubo de escape puramente por joder. Yo nunca aprendí a comer las pipas con un mínimo de elegancia. El resultado siempre era una indigestión de cáscaras y las uñas rotas.

Mientras miraba cómo alguna de mis amigas había conseguido cruzar la calle y subirse a una de esas motos. Alejarse luego, rápido, sin decirnos adiós. Los suspiros. El pensar, otro día me tocará a mí. Regresar a casa y a los pijamas de ositos. A las muñecas barbie apoyadas en los estantes. A soñar que éramos rubias y mayores y que vivíamos no importa dónde, mientras no fuese en ese pueblo.



Over.