sábado, 30 de enero de 2010

Látigazo.

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No conozco nada de Jorge Leónidas Escudero. Pero leí esto. Me salvó la semana. Y más.


"Si usted toma la punta de un conocimiento/ y empieza a tirar el hilo / va a sacar una sombra"



Over.

miércoles, 27 de enero de 2010

lunes, 25 de enero de 2010

Desde Chile, despacito y con fuerza.




Es curioso el caso de este escritor. Nacido en Chile hace más de cincuenta años, dejó de ser inédito hace muy poco, gracias a dos libros de cuentos que se valen por sí mismos más allá de la historia personal del escritor.

Sobre esto último abundan las entrevistas donde siempre le preguntan lo mismo. En resumen, era un profesor de bachillerato con un buen sueldo, casa y coche, y un buen día decide vender todo para irse a vivir con su esposa a un pueblo perdido en el sur de Chile. Y no sólo eso: dice que se prometió no hacer nada más que escribir, y que si el dinero se le agotaba, se pegaba un tiro y a otra cosa.

Por poco, el tiro no llegó, y como si fuera otro de sus cuentos, fue editado por Mondadori con gran éxito, más aún si consideramos que se trata de dos pequeños libros de cuentos. Hasta acá la historia personal, sin mayor importancia para la literatura.

El primer libro de Lillo, “El Fumador y otros relatos”, está compuesto por diez cuentos, aparentemente de distinto argumento. El adverbio hace referencia al contenido: más que escribir sobre lo mismo en cada cuento, yo diría que el mismo cuento se abre en diez posibilidades, no ya como una repetición antojadiza sino como una reafirmación del mismo tópico.
Tenemos al hijo, a la madre, a la esposa, la indiferencia, la muerte, la sordidez, el desasosiego, la triste costumbre de vivir, los matrimonios falsos, los perdedores. Todo lo anterior, barajado con eficacia, desde el primer cuento hasta el último, animado en una atmósfera gris, sin escape, y atolondrada de laconismo.

Lo primero que dijo la crítica es que Lillo recuerda a Carver. Sí, es verdad. Pero no dijo que también sobrevuela la pena de Onetti, o ese peso existencialista que Sartre tan bien describió en La Náusea.
No dijo tampoco que la rutina vuelve intrascendente a la tragedia, y más bien la reduce a una contingencia ineludible por el sólo hecho de estar vivo. Cuentos en los que el protagonista se pregunta por qué está vivo, y al mismo tiempo se cuestione si tiene sentido preguntárselo.





Marcelo Lillo no es nada nuevo, no aporta ninguna singularidad a la literatura ni hace gala de un estilo que lo desmarque. Y por eso, que sus cuentos sean tan interesantes e ineludibles, lo hace más especial todavía. A los gritos, cualquier perosna es escuchada. Si en voz baja, llama la atención, hay que tomarlo en cuenta. Por eso mismo, sin dudarlo, Lillo se ganará un lugar indiscutible en nuestras lecturas.



PD: En cuanto a la informada pedantería de Lillo, yo creo que, a juzgar por las entrevistas, en realidad se ríe irónicamente de los entrevistadores, quienes, cual chismosos, buscan que diga algo "picante". Y el tipo lo dice. Ahora, la polémica parece más fabricada como comidilla de prensa que otra cosa.



Over.



viernes, 22 de enero de 2010

Báez nació póstumo.


A las 7.30 de la mañana, la gorda Figueroa pretendía que entendiéramos a Husserl. En realidad, mi problema era con Figueroa; la odiaba, la despreciaba, sus tumultuosas caderas me sacaban de quicio. Pero no era su cuerpo, era su voz inerte y monocorde, insistente y fatal. Y porque nunca me puso más de un 4. Y porque yo tenía 20 años, claro.

Pero quiero contar algo de Báez, el flaco que venía de San Fernando y que tenía todos los rasgos de esos loquitos de Estados Unidos que un día empuñan la Uzi y le disparan a todo lo que se mueva. Callado, serio, pelo corto, siempre bien vestido, su presencia se corroboraba sólo al verlo. Su voz era grave y rápida. Decía lo menos posible y en la menor cantidad de tiempo. Era unos años más grande que yo, tendría unos 25 o 26.

Ok, la cosa es que Figueroa tenía la puta costumbre de comentar los parciales antes de entregarlos, con nombre y apellido. A mí me daba con todo, desde que me había equivocado de carrera hasta que quizás me convendría pensar en algún oficio. Pero Báez siempre fue un relojito, un gran estudiante, y sabía de Sartre más que la misma Beauvoir.

Ese día empezó a entregar los exámenes. A mí me dijo que me planteara repasar algunas materias del colegio secundario. Yo, mientras, le miraba las piernas de elefante y lo hacía con tal pérfida fruición que yo sé que la hacía sufrir. Cuando llegó el turno de Báez, le dijo: “Báez, usted es muy bueno, se nota que ya sentó cabeza, pero hace rato que está escribiendo cualquier cosa. Todo el examen está lleno de digresiones. No se entiende nada, es todo muy confuso. Mire, hasta le diría que quiso engañarme pensando que no lo iba a leer. Pero yo leo todo, Báez, y le repito, esto no se entiende.”

Ahí nomás, Báez se paró y le espetó: “Hay quien nace póstumo” “¿Cómo dice, Báez?” ladró la gorda. “Que usted no reúne los requisitos para entenderme. No me puedo mezclar con ciertos autores actuales. Menos aún, con lectores actuales”. La Figueroa se puso roja como un pimentón, y Báez agarró sus cosas y no lo volvimos a ver. ¿Qué dijo este insolente? preguntó la lengua de la gorda sin pasar por su cerebro. “Dijo lo que dice Nietzsche, gorda desubicada.” Conclusión, Báez desapareció, Nietzsche es un grande y yo recursé la materia.


PD1: Báez, si de puta casualidad me estás leyendo, estuviste diez puntos. Ojalá no mates a nadie ni te dediques a atender jubilados en un banco de barrio.

PD2: El Anticristo es una llamarada de fuego. Igual, siempre creí que se tomó demasiado trabajo para refutar el tema en cuestión. En el fondo, no sé si al gran Federico le dolía entender que no podía creer. Pero qué libro, les da a todos sin excepción. Una buena idea sería regalarlo a los chicos de escuelas católicas. O extorsionar a los curas para no regalarlo. A ver...


Over.



Una pregunta súper tonta



Una pregunta súper tonta: Si la población de Sudamérica, digo, sumando todos los países de esa región, alcanza a 185 millones aprox., y si a esa cantidad le adicionamos la población de Centroamérica y de México, tenemos otros 200 millones al menos, entonces habría, si no me equivoco, casi 400 millones de hispanohablantes en esta región.

Ahora viene la pregunta: ¿Dónde están las casas editoriales más importantes del mundo hispanohablante? No. Están en España. Y en dónde. En Catalunya, comunidad donde son oficiales dos idiomas pero que en la práctica, el catalán es el idioma elegido para los catalanes, obviamente.

Entonces, podemos decir que las decisiones sobre la publicación de libros escritos en lengua castellana, son tomadas en las casas centrales de las editoriales que a su vez están en un lugar donde ni siquiera el español es la lengua más hablada.

Si su sobrino le pregunta qué es una paradoja, use este ejemplo, compañero!


Over.





Suele pasar.



Para Lina (aunque debería ser para Tini)




Doce años y miles de kilómetros. Encontrarse en el medio no era mala idea, más cuando el punto de encuentro sería el medio del océano, probablemente en una de esas islitas con dos palmeras que los humoristas dibujan paras sus chistes.
Pero no había medio ni isla ni océano, y por eso mientras viajaba iba imaginándome tu casa, tu ropa, tu corte de pelo, la sonrisa tonta al vernos, tu cara. Tu cara.

Manejé horas de dudas, me daba la sensación de estar repitiendo lo que repiten todos, otra historia para el anecdotario mundial de la humanidad, en todos los idiomas, con o sin agregados. Pensé en algo que te tomara por sorpresa, recordarte cuando perdí el número de teléfono del hotel y la noche nos dejó en la plaza, o la muerte de tu abuelo antes de tiempo.

Fue diferente. Demasiado cordial, o amable, como dos personas que vencieron su querer. Hubo momentos, claro, pero en la danza de los años se deslizó el olvido, el código roto, la atracción.
Sí, todo eso, pero de repente, dijiste: “quizás el amor real sólo se dé en escenas, como la felicidad, si lo estirás, es costumbre, y la costumbre nunca es buena compañera. El refrán debería cambiarse, y dejar en paz a la soledad.”

Palabras como ésas, en otro tiempo, me hubieran dictado otra respuesta, amarte o sonreír, pensar que nos hacíamos grandes en el buen sentido. ¿Alguien se hace grande en el buen sentido? No importa, ya fuimos cruzados por el deseo, y quizás tengas razón en sugerir que fue una osadía quebrar el pacto.

No prefiguramos a dios ni incendiamos iglesias, ni siquiera pintamos la paredes con el ardor de lo que pensábamos. Yo me voy a ir por donde vine, vos nunca terminarás la novela y yo siempre te preguntaré por qué no la escribís de una buena vez. Me abrazó la normalidad, y me siento bien, me respondés con más criterio. Yo no tengo criterio.

Al fin y al cabo, nos podremos encontrar cientos de veces más, pero habremos dejado de ser. Para eso sirvió el viaje. Si es que los viajes deben servir para algo, o tu cara a la distancia calló algo que no entendí. Bailarina del deseo, este cuento perdió el hilo.


Over.


domingo, 17 de enero de 2010

No, no se cierra a voluntad.




Quizás estuvo bien: el Mediterráneo silbando la marea con frío de diciembre. O el otro Mediterráneo, tantos días después, casi familiar y a la orilla del latido. Late aquí y allá, bruscamente se acarician los dos tiempos, un cruce fantástico de horas y lo que me olvido nunca se ata a lo que te olvidás. ¿te acordás que hablamos de eso? Un cerebro ubicuo que adoctrina mi memoria, como un jugador elige su silla, pero con actuado azar.

Y quizás estuvo bien, repito, porque el mundo, hoy, que ha rebotado de nuevo sobre mí, me durmió el rencor. Todo lo que fuimos es verdad, tinta y palabra. Ahora termino mi novela o tengo un hijo, pero el cerebro ubicuo se encarga de barajar, mañana, la cita de nuestro cuerpos, inscripta para siempre, en las telas del tiempo.


Over.

jueves, 14 de enero de 2010

No puede fallar.







Quizás a muchos les suene el nombre Robert Cray del mismo modo que me suena a mí: Un guitarrista negro con cara de simpático que toca muy bien la guitarra. Que fue "descubierto" por Clapton y desde allí no paró de vender discos.

Por lo poco que escuché, Cray es un versátil guitarrista que se basa en el blues y el soul para condimentar de buen pop una canción (definición no necesariamente peyorativa, de Clapton podemos decir lo mismo y no mentimos). Un guitarrista impecable pero no excesivamente prolijo, casi exclusivo de la stratocaster, y sin abusar de los efectos, reducidos casi al chorus, el reverb y el overdrive bien equilibrados.

Acaba de sacar un disco hermoso. Se llama This Time y no hay ni una canción fuera de lugar o de relleno. Para los que alguna vez estuvieron en una sala de ensayo, diría que es casi conmovedor el sonido de guitarra tan cercano, pudiéndose escuchar el vibrato como si nuestro oído estuviera ahí, pegado al traste, rozando la madera del diapasón.

El segundo track, I can't fail, una solapada mezcla de hitos de Clapton, es enorme, trascendente. Sólo por esa canción vale la pena dedicarle una buena tarde al disco.






Acá está para bajar el disco entero. This Time.


Que se aproveche.


Over.

Pozo negro

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No cambia en nada, créeme,
esta penumbra de tintas y lenguas
Al oído llega la conclusión,
tu voz de palabras y olvido.

Como algo que trabaja en espejo
Esclavo de sus actos repetidos
Así me despierto y avanzo, sueño:
en algún lugar estará grabado mi deseo

Será el mismo pero lo entenderé

No te creas que quiero evitarte,
Simplemente estoy alejado.
Alejado. Simplemente.



Over.

miércoles, 13 de enero de 2010

Una de familia, hijas, nietas, madres, malos y peores.









Jonathan Coe está en el actual tándem literario británico, junto a Amis, Roth, McEwan o Barnes. En realidad, yo lo llamaría rejunte de prensa, porque más allá de publicar al mismo tiempo y tener más que interesantes niveles de venta, su literatura, sus temas y sus obras difieren y mucho.

Por caso, Coe es un autor, cómo puedo decirlo, más básico que McEwan, muy propenso a las obras que abarcan familias o grupos. Pero vamos al punto, Jonathan Coe y su última novela, The Rain before it falls (La lluvia antes de caer).

Yo no sé si el británico habrá venido por estas pampas, o bien su vuelo haya hecho escala en el Caribe y se quedó un buen tiempo. Lo cierto es que la novela tiene todos los ingredientes de una saga venezolana, de esas que inundaron nuestro país en los 80’s y siguen hasta hoy, con más sexo pero con igual nivel dramático.

Utilizando un registro bastante más elevado que el de Auster, esta historia no es más que una típica novela centrocaribeña, con todas las maldades y desgracias que uno se puede imaginar, con madres malvadas y padres ausentes. Todo condimentado por la revelación de una orientación lésbica por parte del personaje principal, quien narra todo el relato a través de cintas de cassete que deja como legado tras su suicidio.

Por momentos uno siente que algo va a tomar un rumbo diferente, pero no, la cascada de adversidades y desamores no cesa, hasta el punto de que uno dice: ¿puede sucederle tanto a una familia? Siempre desde la mirada femenina y haciendo hincapié en las mujeres de una familia, el relato tiene una sola forma de terminar, y así termina.

Quizás, quién sabe, el punto flojo de la novela es, paradójicamente, su exceso de imágenes, haciéndola más probable de ser el guión para una película. Quién sabe, dije, quién puede acaso saber si uno puede vivir sin leer esta obra. Yo creo que sí.

PD1: Alguna vez estaría bueno hacer una recopilación de las críticas que los libros en inglés suelen llevar en sus solapas y contratapas. Por lo que ellas dicen, por caso, esta novela está a la altura de lo mejor de la literatura británica actual. Sin comentarios.

PD2: A mí me gusta más la perífrasis: “La lluvia antes de que caiga”. He dicho.




Over.



domingo, 10 de enero de 2010

otro Touchè!

(...)

Es nomás que me fui. Sí, ya sé,
la foto qu' estoy mirando
no quiere que me haya ido,
eso es todo.

"Esa foto", Jorge Leonidas.



Over.

domingo, 3 de enero de 2010

quel tempo lontano!

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En los 60’s, en la mal llamada época de oro del cine argentino (oro escaso en una inmensa nube de películas), se repetían filmes costumbristas, de amores livianos y tragedias de manual. Europa está desperezándose en la posguerra, y de allí, de la desolación, surgieron títulos antológicos, mezclados, eso sí, con películas digeribles, ancladas en las historias simples de familias simples, como tanta gente deseaba para su propio futuro.

Treinta años más tarde, Norteamérica mezcló la universalidad de las relaciones con la opaca sensiblería sajona. Ahí encajan los actores y actrices tan bellamente jóvenes, bronceados y seductores, que sólo pueden nadar en la pantalla grande, sin jamás tener oportunidades si acaso de cayeran de allí y aterrizaran en la realidad.






Y sin embargo, desde la Italia de Berlusconi, llega una comedia liviana y entrañable, de manual, sí, pero refinada, plena de humor italiano, actuaciones ajustadas y la cálida entrega de nostalgia que nos llega a todos vivamos en la parte del mundo donde vivamos.

Más allá de algunas pelis de Woody Allen, o ciertos pasajes dentro de una obra, no me gustan las comedias, no las entiendo, siento que buscan hacerme reír, ya no como sorpresa sino como objetivo. El quid del humor es la sorpresa, creo, o estoy equivocado. No importa. Pero Esta peli es digna de verse, con un helado de frutas o una manzana verde, o un café. En casa. El café con unas gotas de leche.




Over.

sábado, 2 de enero de 2010

Sobran

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No está la habitación de recortes de diarios tarjetitas. No están las fotos de ajenos muertos, amigos, abuelos, tus abuelos, los libros. No están los libros, la ropa en el placard, los juegos de mesa, las cenizas imparables de los cigarrillos que compartimos. No está tu inocencia, lealtad, coherencia. No están los discos, las entradas, los corazones mal dibujados, la cama que hacía ruido. La cama de uno, que hacía ruido. Las almohadas, el perchero, los apuntes, la soledad. Ya no está tu soledad, tu costumbre de perder sin merecerlo, tu ilusión. Tu ilusión vagamente revolucionaria, mi número, las cartas, la alfombra raída. La verdad, estuvo bien haberse muerto antes de entenderlo todo. Que el fuerte signo de los tiempos nos callara juntos, eso hubiese sido peor. Mucho peor.



Over.

viernes, 1 de enero de 2010