lunes, 15 de abril de 2013

Perdiendo trenes.




La tarde cesa más rápidamente, se desmorona de repente cuando el reloj no llega ni a las seis y media. Creo que Ceci tarda más de la cuenta cuando en realidad llega a la hora de siempre. Cansada y con una mochila que no abandona aun contra mi insistencia. Se rinde artísticamente  sobre mi cuerpo y suspira o dice que está muerta.

El gato la rodea sin reparos y ella lo levanta con fuerza. Me dice que no es la primera vez que escucha que alguien dice que los gatos y los perros no tienen páncreas, que por eso no hay que darles cosas dulces. Me mira y hace un gesto de abatimiento, de que hay mitos que giran y ganan porque tienen un fundamento interesante. Como debe tener un mito, agrego con cierta displicencia. Sí, dice, pero hay burradas y burradas. Le digo que los caballos no tienen vesícula, y ella, sin asombro, me contesta que no lo sabía, pero que tampoco suena extraño. Por lo que comen, perfectamente pueden prescindir de una vesícula biliar, como de hecho lo hacen los carnívoros cuando se les extirpa.

Me explica la función de la vesícula biliar, cómo trabaja cuando uno ingiere muchas grasas, hace como si uno tuviera un globo lleno de agua en la mano y lo aprieta con fuerza para que salga el líquido. Hace un ruido también, “fffffff”, y se le hinchan los cachetes y yo me río y la quiero.

Hay gente que más que vivir en la ignorancia, se rodea de certezas equivocadas, cosa que no pocas veces es mucho peor.

No sé por qué Ceci se puso tan vehemente con el tema. Supongo que debe escuchar muchas cosas. Y también estoy seguro de que viene a escucharme a mí, para olvidar o perderse.

Me quedo con el mate en la mano y me pierdo yo también. Levanto la mirada y le pregunto si conoce el disco de Chet Baker, Let´s get lost, el de la peli. Conozco la canción, me contesta. No, hay un disco, el soundtrack de la peli, que es hermoso, canta canciones menos conocidas. Está Everything happens to me, cantada con esa voz tan áspera, donde dice I guess I'll go through life, just catching colds and missing trains. Ceci me mira y entrecierra los párpados. Espera que siga. Sigo. Es tan hermosa esa letra, la música no tanto quizás, pero el tipo dice que encima se enamoró una sola vez y justo fue ella, a quien le canta. ¿Te das cuenta Ceci, el tipo dice que todo le pasa él, incluso enamorarse de quien lo deja?

Yo nunca voy a dejarte, va a ser al revés. Esas cosas que se dicen, le contesto, la gente a veces dice cualquier cosa. Idiota, me dice Ceci, ¡largá ese mate de una vez!

Over.

sábado, 13 de abril de 2013

Palabritas




Volvió la pequeña calle que giraba allí al final, casi tímida de entrar en la avenida, de adoquines, creo, sí, y siempre húmeda. Volvió nítida en sueños, dejándome fuera de escena, alto, como mirando un mapa. Los mapas personales que no dejan fotos. Entonces me bajó una tristeza seca, plana, sin la más mínima hondura, y esa angustia tan poco eficaz, imbécil, plástica, me empujó mucho peor que la certeza de saberte fuera de foco para siempre
.
Ahora la eternidad es probable, por eso le huyo, como si los años fueran una letanía de fuegos copiados, ardiendo sin altibajos. Porque se puede mezclar Radiohead con Eduardo Rovira, pero esta sustancia que te invoca es pura y final. Eso es alejarse, vivir en el tumulto y sin dejar huella. Ahí lo encontré, sí señor, antes de despertar.


Over.

martes, 9 de abril de 2013

Ya está.





Qué me importa que se mueran todas las flores, todos lo gatos, todas las tortugas, todos los perros de la calle, y que cambies el color de tus uñas, te cortes el pelo, me quemes todos los libros de la biblioteca y los discos y los diccionarios y las fotos idiotas. Qué me importa que me acuse tu dedo de sucia condena y que se mueran todos los niños de todos los vecinos de esta calle y de este país y de todos los países y que grites y que no grites. El mundo se cierra aquí, ahora, después de apagar la luz y el reloj medita su letanía, así, todo junto. 






Over.

lunes, 8 de abril de 2013

Pozo negro



Esta lluvia horizontal, tan fría,
ancla, imposible, la clave final.

Hemos creado un mundo que
ahora nos crea a nosotros.
Hemos fijado el idioma que nos narra.
Hemos ampliado el miedo.
Estamos domados por nuestro látigo.

Van a pasar los años como los días
pasan como los años y no nacemos.

Hemos profanado nuestra cautela,
y así seguimos,
como espías
que no quieren encontrarse.  


Over.

Cosas que van y vienen.


Cuando Brown escribe: “Little time eternity by your eyes / Nightmare a day without them”, no hace más que confirmar la idea que todos ya aprendimos: la espesura del tiempo es una vaguedad para el amor. Nadie ama por haber amado ni deja de hacerlo por el poco tiempo ejercido. Es ley que de nada sirve interponer una suma de días para evitar la extinción de de una pasión.

Pasión, that’s the question, my friend. Las relaciones humanas sólo se sostienen por el ardor que las aviva, y sí, de una forma u otra, el tándem thanatos/eros siempre encuentra su lugar después de toda reducción.
Hay una profusión del hoy que echa por tierra todo tipo de lealtad entendida de antemano. Que sea bueno contigo porque lo has sido conmigo, es una contingencia que no se basa en un equilibrio preexistente. Invocar esa figura es restarle valor o fuerza al acto. Soy bueno contigo porque soy bueno. Por caso, tampoco me redime la generosa entrega de cualquier avaricia pretérita. El pecado y el perdón son dosis que las religiones occidentales han aprendido a suministrar. No existe tal cosa. No hay redención ni castigo eterno. Ser libre es mucho más costoso de lo que parece, eso se sabe.

Cuando en la obra de Esquilo, Perneas le dice a su amado: “Oh, Skenea, no han visto mis ojos otras mañanas que las que tu cuerpo prometía / No ha tocado este corazón ninguna intriga, ninguna duda / doce años cegados a tus manos, inspirada por tus palabras / viva para ti / y tú para mí / me lo has dicho / yo lo escuché de tus labios / nada de lo que digas puede ser así”, hace lo que todos hacemos, anular el presente por el resabio de lo dicho. Claro que nunca recordamos la velocidad que nos llevó de la ignorancia a la adoración del ser amado. Como el mito del golem, ese soplar el barro para darle ánima al cuerpo. De la nada y de repente, somos otra cosa. Y de la nada y de repente, nos alejamos de ese faro que alguna vez iluminaba y hoy es sólo una torre de cristal, sin sentido, en la costa.

A riesgo de vulgarizar el texto, sólo sé que hay que ser bueno todo el tiempo con todo el mundo, por el simple hecho de ser bueno, por el simple hecho de que tal acción nos reditúa placer. El mismo placer de ser malo con quien se lo merece. No hay que desmerecer al odio y sus armas. Sea bueno o sea malo, a nadie le importa más que a usted.

Over.

Pozo negro




Repto el error, mido la fuerza, prefijo el tono.
El tono de la palabra y la palabra y tu gesto.
Mutación o transplante. Giro en U.

(Me encanta el cartel que dice: Giro en U)

Giro en U. I manage other keys too. Sigh and see.
You'd Be So Nice To Come Home To, as the song goes.
Tib tub tab, and the mirror keeps mute for the whole night.
Chet, always Chet, freezing slippery time, slippery rhymes.
U turn.

Que la noche se apoye simple y lea nuestros ojos cansados.
Solamente tus uñas mal cortadas y mi espalda rendida.
Solamente una cápsula entre los dientes con tu olor a miedo.
A dormir que es tarde y el hechizo no está roto. Sueña.
Sueña tomando mi mano en estas calles del destierro.


Over.

jueves, 4 de abril de 2013

Hoy





Hay hilos. Células atadas por hilos. Si las bañamos en alcohol, los primeros que aflojan son los hilos. Después se afloja todo y se pierde el sentido. Hay un momento en medio. Ahí Lina me dice que cuando era chica vivía en una casa en el norte. Una casa cuadrada, bien italiana, y en el fondo había un cuartito donde el padre guardaba herramientas oxidadas y tarros de pintura. Hacia un costado, había una tapa de metal que al abrirla dejaba ver la escalera que te llevaba al sótano. Le tenía terror a esa escalera. No sé, decía, si el miedo es anterior a tantas películas, pero yo era chica, no puede ser, más vale que las películas se basan en mi terror, en nuestro terror.

-         En nuestro terror - repite Tini, todo es un emergente, toda obra artística.
-         ¿Vos decís que ninguna obra de arte puede ser arquetipo de lo que vendrá? – pregunto sin demasiada convicción
-         No, porque entonces el arquetipo somos nosotros mismos, y así emergería de uno como parte de la obra – responde Tini.

Muchos años después, yo tuve una conversación con Ceci, pero entonces debería ser anterior, visto del modo que hablábamos. El arte moldea la materia, pero no la crea. El arte no descubre, demuestra. Expone.

-         Para mí, las conversaciones sobre arte son una idiotez, como las del amor – define Lina
-         Las conversaciones que buscan definirlos, no los temas en sí – susurra Tini.
-         No sé.

Y sigue el no sé, de Lina, tan racional y tan verosímil. Pero hoy qué, Lina, desde tu lugar y con los años quemados, qué pasa hoy, decime, por dios decime, qué es todo esto.


Over.

martes, 2 de abril de 2013

Opendoor, de Iosi Havilio.



Afuera quizás llueve. 
Siempre, afuera, quizás llueve, o es domingo o algo no termina de cerrar. 
Pongamos que afuera llueve y te da por leer Opendoor. Al principio no es nada, pensás que es una novela extranjera, por el nombre del autor, por el título, esa cosas. Entonces te acordás de la colonia neuropsiquiátrica, y si tenés edad y memoria, de la Dra. Giubileo. Mirás bien y no, la novela está escrita por un autor argentino que apenas había pasado los 30 años al publicarla. Todo eso lo aprendés rápido porque está escrito en la solapa. Y enseguida te preguntás (una vez más), ¿con todo lo que me falta leer, elijo la primera novela de un autor contemporáneo? Sigo.

Empezás a leerla a la tarde de un día y para la noche del siguiente está liquidada. Esto está bien, te decís, y lo sabe todo el mundo, pero te lo repetís igual. Pensás que estás leyendo un cuento de Forn, del volumen Nadar de noche, esos cuentos que disparaban la década del 90 en la Argentina. Sí, es eso, pero hay algo más, y te llega Piglia, muy lejano, hasta que das en la tecla y aparece Salinger. Es la misma emoción, la de haber leído la novela más parecida a un cuento, y que quede claro que no hablás de una nouvelle, ese híbrido que casi nunca cierra.

Estás seguro de que hay una palabra que acierta a la descripción: lacónico. Y te reís cuando recordás que hay quien cree que lacónico es breve, como minimalista es vacío. Pero te olvidás y volvés a la historia de esta chica (¿25 ó 30 años?) que azarosamente (¿azarosamente?) va a ver un caballo enfermo en Luján, ahí cerca de Opendoor. Después todo es vértigo y se acaba pronto. Cuando pensás en esa chica sin nombre, y te preguntás todo sobre ella, su edad, su pasado, su familia, y todo es un gran hueco, te sobreviene ese poema de Goethe, y concluís que es así, que es como cuando a un tallo lo transplantan y vuelve a vivir y todo lo que lleva dentro se queda ahí, una especie de borrón y cuenta nueva natural.

Cerrás la última hoja y regresás. Regresás al espacio de tierra que atrapa tus pies y te deja dormir por las noches a cambio de la sospechosa calma. No sabés por qué pensás que pareciera como que todo acto de locura, rechazo o subversión se limita a ese territorio, y vos que creés que das el gran salto día a día. Qué importa, hablamos de Opendoor, la mejor novela que has leído en años, que nada pretende ni nada reclama. Una novela justa, casi sin deslices, sin errores, sin prepotencia. Podés analizarla mucho tiempo, concluir si se ubica en la década del 90 o la del 2000, porque un walkman es de la primera, pero la keta, no. Podés preguntarte si todo lo que sucede es demasiado. Podés dudar. No tiene sentido, no va por ahí la cosa. Y para colmo, en las últimas dos páginas, el final te saca una sonrisa de satisfacción, un: "qué bien que la hizo el autor", un sobresalto para que no te olvides de que has leído una obra de ficción, donde todo es realidad, obviamente. 


Over.