jueves, 27 de diciembre de 2012

Pozo negro





                                                        Abro y abres: así no.

Pienso en la muerte, piensas en mí,
pienso en tus ojos que piensan la muerte
de tus padres derribados, juntos.
Ahora son todas las alarmas, los vidrios rotos,
las ambulancias y las pastillas, todos los demonios,
en este azul de fuego que se derrite entre tu manos.
Te pido, te pido, te pido, tres veces te pido, un poco más,
un día, unas horas, no apures la morfina, ya está, es mejor
Qué es mejor, qué plan, acaso, me ofreces con esa sábana,
Quita esa sábana de ahí, creo que quiere decir algo. Se mueve.

Pienso en ti, pienso en la muerte, pienso en la muerte de tus ojos
pensando en la muerte y este ridículo día de sol, tan fuera de escala.

Qué dulce es tu sombra, hoy, pájaro rubí, en este agosto de gatos y frío,
en este auge de tu cara en el recuerdo, en algún inútil cumpleaños feliz.

Me ves pensar sobre los restos, lo abandonado sobre la mesa.
Es infinita esta mirada que se estrella contra tus ojos que piensan la muerte,
como una risa en medio del calvario, rápidamente apagada.

Ya pasó, ya pasa, es como ponerse de pie dentro del agua, un poco afuera
El cuerpo dividido en dos tiempos y casi sin entender.
Sin entender por qué tanto silencio en este agosto de gatos y frío.
Sin poder responderte, mientras tu ojos piensan en la muerte,
Si se instalará por siempre esta incómoda sensación de felicidad.


Over.
 

sábado, 22 de diciembre de 2012

Los muros.






Con poco esfuerzo vuelvo a la tarde de calor imposible y cuando ella dijo “reloj”, sólo imaginé la punta de su lengua cayendo, libre, y la parte posterior apretando el paladar, obligando al aire que viene desde atrás, a empujar y empujar, y entonces la letra se raspa con la saliva y la “j” golpea en mi mente para que yo, diez años después, la recuerde. Recuerde que la empecé a amar a esa hora de la tarde de calor imposible, tan lejos de todo esto.

Tini ya no escribe cartas. Tini envía e-mails. Tini dice que Aristimuño ya lo escribió: Quise volver, dar un paseo en febrero / Pero las máquinas crearon una torre / De cemento y piel.


Los muros y los días. 



Over.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Tini.





Tomatoe (to my toe)

La Alondra (A Londra)

Tanat Tanato (Tan ático)

Low slow snow

Le paso a Lina las primeras palabras de mi cadáver.
- No son al azar, eh!- aviso
- Ningún cadáver es al azar, querido - sentencia Lina

Tini abre su cuaderno de espirales y lee:  
“Amor es el deseo real de haberte conocido antes de conocerte. Es, en su visceral eternidad, la búsqueda de un solo tiempo detenido, donde no tenga que contarte nada que haya hecho ni nada de lo que vendrá. Es adulterar la memoria y ubicarte en mi infancia, no como testigo sino como parte indivisa. Porque es, en definitiva, ser yo misma aunque jure verte frente a mí, con otra cara y otros ojos”.

Silencio.

Lina enciende un cigarrillo (aún fumaba): “Visceral eternidad, no sé si me gusta. El resto es así.”

Tini cierra el cuaderno. Toma un poco de agua. El agua en el vaso llega a sus labios, retrocede un poco al chocar contra los dientes y finalmente se escurre dentro de su boca. Después hace un movimiento con el labio inferior, lo saca hacia fuera y lo trae contra al superior, para secarlo. Le pide un cigarrillo a Lina.

Creo que tosí o no hice nada. Estoy seguro de que no dije que en algún momento seríamos más grandes y diríamos que el amor no es eso. Tampoco dije que lo diríamos porque éramos grandes, o porque no lo habíamos sentido jamás.

Tini.


Over.


Subir.


Tini bien podría haber dicho:


"Hoy tu cuerpo ya no es mi rincón"



Over.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Hace Plop.





Punzante y sobria, Plop, la novela del argentino Rafael Pinedo, puede ser la aglomeración de muchas otras historias. Por ejemplo, no estaría en desacuerdo con quien observara que usando casi el mismo texto, se podrían agregar dibujos y que todo se transforme en una historieta. Tampoco opondría demasiada resistencia a quien apuntara que estamos ante una historia de ciencia ficción, y que los nombres de los personajes, o las cuadrillas, o los lugares, son, digamos, poco originales.Más aún, me animaría a no polemizar si dijeran que hay una exacerbación escatológica y sexual que provoca asombro más que repulsión.

Dicho todo lo anterior, la novela de Pinedo no deja de conmover, y se lee en dos días a lo sumo. Situada en algún momento posterior a una especie de Apocalipsis humano, en un futuro donde está casi todo destruido, el relato se centra en uno de los tantos grupos que sobreviven. Todo está basado en la supervivencia, y como casi nada sale de ese objetivo, se dan por sentados inaceptables hechos de brutalidad y violencia, sin límites en lo concerniente al sexo, la tolerancia, la solidaridad o la compasión. Hasta sobrevuela una condición nazi con respecto a los niveles de personas y su utilidad en el grupo.

Los tabúes y prohibiciones están claramente estipuladas, y el no respetarlas se paga con la vida. Aquella prohibición prostibularia del beso que citaba Onetti, ejemplifica en este caso, que casi todo lo que se hace, debe prescindir del placer. De hecho, las estructuras de poder son tremendamente verticalistas y no dejan lugar a cuestionamiento alguno.

En definitiva, la novela, vacía y asombra, provoca y se aleja. No sé si la doble lectura posible que pueden promover el prólogo y el epílogo, la enaltecen. Que haya ganado el premio Casa de las Américas, no agrega nada. Decir que Pinedo es un autor de culto, tampoco. Habrá que ver qué sucede con sus otras dos obras que próximamente se editarán juntas. Habrá que ver.


Over.

 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Nace.




Cuando comenzó a romperse la noche, pudimos adivinar la isla desde la playa. Tini abrió los ojos y yo le seguí la mirada. El vino estaba un poco caliente pero brindamos lo mismo. 

Lina había desaparecido unas horas antes, de la mano de un brasilero rubio y poco amigable. En algún momento, Tini me dijo: “Viste que París, también, para nosotros, es el verbo, de parir, ¿entendés?” Mirando la isla, le contesté: “Una ciudad que también significa nacer”, pero Tini me ganó: “Dar a luz, corazón, de ahí a la Ciudad Luz, ¡todo un hallazgo!”

Tini se había hecho un corte de pelo un tanto extraño. Delante usaba flequillo, pero después, detrás, el pelo era demasiado largo. Se lo dije. Le ofrecí cortarlo. “¿Estás loco?”, me ladró.

Al otro día, volvió Lina. Habló del rubio como si fuera un Adonis versión portuguesa, y encima que cantaba parecido a Djavan. Después de unos días, Tini me diría que era todo mentira, que el tal blondo djavan era un fiasco, y que todo se lo había inventado por mí.
“¿Por mí?, ¿por qué?”, le pregunté. “Yo qué sé, viste como es Lina, si le llegás a decir que estuvo con un imbécil, se muere”.

Una noche, mientras Tini se cambiaba, le dije a Lina que yo había salido con chicas un poco tontas, que no les interesan los libros, ni la música, ni nada de lo que nos gusta a nosotros. “No me extraña, los hombres suelen perder el filtro”, me contestó y yo callé. Después le conté lo de París. “Uy, nene, eso es obvio, seguro que son cosas de Tini. Ustedes dos juntos sí que hacen dúo, eh!” 


Over.


viernes, 30 de noviembre de 2012

Palabritas (¿palavritas? ¿pequenas palavras?)



Ya había vuelto (digamos). Digamos, por ejemplo, que al mirarse, el espejo es una fusta que doma soberbias.
Entonces dije que había vuelto, pero digamos también que salí a ver si todo seguía en su lugar, si todo es sombra en la ciudad, si todos miran a los ojos pero se arrepienten. (Vamos, si yo ya había aprendido el frío que vive dentro de las estrellas).

Porque cuando llegaste y me dijiste, qué tal esto que escribe Ramil: A tua pele de lua. O meu olhar de neblina, yo te contesté tontamente.

Traduje en mi mente: Tu piel de luna. Mi mirar de neblina.

Pero eso fue después. Yo ya había vuelto (digamos), y en mi zona arrastraba diques y puentes. Los puentes me soltaron sobre Marisa Monte, y compré los dos discos como nunca antes compré dos discos, qué caros son los discos.

No mucho más, porque ella canta: Você me livrou do preconceito de partir /Agora me sinto feliz aquí. Y cuando me hablaste de Ramil, yo callé. Tontamente.


Over.

 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Rebuscando.



Releyendo este post, recordé haber escrito algo más acerca del moderno mago. Sí, sí, era esto. Desde aquí hacia el ciberespacio (¿se usa aún esa palabra?)



HARRY POTTER EN VERSIÓN LATINOAMERICANA


Harry Potter no es argentino, pero en la versión que desde esta madrugada se vende en todo el país, aparece dibujado por una argentina y —de a ratos— hablará como un rioplatense.

En respuesta al desconcierto de un importante número de lectores que encontraba diferencias y palabras difíciles de comprender en la traducción de los distintos volúmenes de la saga, editorial Salamandra decidió publicar en español tres versiones: una para España, otra para Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, y la tercera para México y el resto de América latina. Algo que no sucede, nunca, con el resto de los libros.

Así, se buscó que el libro tuviera un lenguaje sencillo que no interrumpiera la lectura, teniendo en cuenta que está dirigido a niños que pueden no entender términos del español.

"Había que eliminar el vosotros y palabras malsonantes como coger, que no se usan igual en España que el América latina", explicó a Clarín Myriam Rudoy, desde México. En su versión los "sumos" son "jugos" y en lugar del clásico "vale" castizo, Harry Potter dice "está bien" o "de acuerdo".

En Argentina, en tanto, la adaptación estuvo a cargo de María José Rodríguez Murguiondo, quién además de homologar las cuatro versiones anteriores trabajó junto a la traductora española para definir la versión local de La orden del Fénix. En ella, "penalti" es penal, "portería" es "arco" y "Quien tú sabes" (forma en que Harry y sus amigos se refieren a un personaje que no pueden nombrar porque trae mala suerte), el "Innombrable".

Este triple trabajo y el hecho de que J. K. Rowlings no permitiera que el operativo de traducción comenzara antes de la publicación del libro en inglés (para que no se filtrara su contenido), hizo que la edición en español demorara ocho meses, impacientando al público hispanoparlante, que hizo circular una traducción apócrifa adjudicada a una barilochense.

La verdadera traducción al español estuvo, en cambio, a cargo de Gemma Rovira, de España. Y según comentó a Clarín, lo más interesante fue la traducción de los términos inventados por la autora. "No hubo pautas concretas, pero siempre que pude busqué que tuvieran un impacto parecido al que producen en inglés", explicó.


Over.

 




sábado, 24 de noviembre de 2012

Sé.





Trae, vacía pero creciendo, amor la muerte cuando se abre. No es la madera y la carne hundiendo en tierra el tiempo anterior. No es el rezo ni tu grito. No es, más que otra cosa en el mundo, un calor sin sombra. Sin sombra para siempre.

Alguien reza su amén ya distante o imposible en mi memoria, previo a la dispersión de voces y caras y el tiempo corroborado en las nubes que se mueven.
Levantar la mirada y aceptar que sigue girando la tarde, desafiada vanamente por el cuerpo detenido.

Ya se habrán ido todas las manos de inútil sosiego, y dormirás la noche, y volverá la mañana, y volverá la noche y te atará el sueño difícil y alguien no llamará. Alguien escuchará tu historia, tú misma, como la de otro, el leve recuerdo de otra vida. Porque el frío filo de las cenizas ya habrá ajado tu mirada, tu mirada que me mira y ancla en la mía tu rabia, la falsa flor de la vida arrancada. 


Over.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Vértigos.





David atiende el teléfono y le dice a Natalia que la llaman del hospital. Natalia dice que no espera ninguna llamada, que debe ser equivocado. David vuelve a preguntar y le dice a Natalia que no, que la buscan a ella, que necesitan hablar con ella. Natalia duda y le pide que corte. David le dice que llamarán de vuelta, que sería mejor que contestara ahora porque ya era tarde. Natalia se levanta del sofá y camina hasta la pequeña mesa. Levanta el aparato y del otro lado se escucha: “Natalia, David ha muerto, tú me pediste que si pasaba algo te avisara enseguida. El doctor dice que sería mejor que estés aquí, que no estés sola. ¿Quieres que pase por tu casa?” “Te dije que era equivocado”, dice Natalia antes de colgar el teléfono.


Over.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Palabritas





Hay una hora esencial, resumen de miles anteriores y dique insuperable de las que están por venir.
Porvenir.
Hay una hora visceral donde tiemblan tu cara y este resto de tiempo que es ahora.
Ahora.
 
Las horas lentas del duelo: no son nada. Nada. Ni siquiera esta emergencia de años turbios. Porque ahora es tiempo de clausura, de lejanías imposibles: yo-allí-pensaba-quería-no-sabía.

Amén. Amen la hora esencial que flota una sola vez, hasta hundirse para siempre en el barro cerebral, atrayendo, inevitablemente, todo lapso similar. Similar.

Amar, amen, amén. 


Over.
 

Tengo dos hijos. Uno murió.



Esta nouvelle de Bellatin es esencial para cualquier aprendiz de escritor. Digo, la facilidad con la que el autor construye el relato, requiere de talento.
Cuando uno comienza a leer la novela, siente una comodidad apasionante (eso es talento) y cuando quiere acordarse, ya ingresó en la pequeña historia que no abunda en personajes sino en pequeñas escenas narradas con precisión (eso es estilo).

Lo bueno de esta obra es que si se quisiera contar, no se podría: ¿Acaso logra interesar al alguien si digo que se trata de un ginecólogo que narra aspectos de su vida, a quien se le muere un hijo, y que recuerda la historia de un niño? No, claro, porque la clave está en la lectura. Si fuera cine, sería un cortometraje, de esos que pocos ven, y que son más complejos que un largo. Mucho más complejos.

En tan breve extensión, participamos de la vida opaca de un hombre que es la vida de tantísimos otros. Versión moderna de la existencia sistemática: nacer, estudiar, tener dinero, una esposa, dos hijos, abuelo, fin. Esa exposición no es mala en sí, claro que no, pero repite la nostalgia imposible de quien ha llegado a los sesenta años y ve que se va terminando la peli. Más aún: cuando algo quiebra ese pacto esencial que se ha hecho con la vida desde muy temprano.

La historia final, la que un niño le cuenta en su consultorio al ginecólogo, no se desprende de la narración central (si es que no funciona al revés). Con esa aquiescencia kafkiana pero sin atarse a esa condición, la historia opera como un resorte de la primera, donde queremos hallar conexiones (que quizás no existan) o jurar que no tienen nada que ver (y quizás estemos equivocados).

Damas Chinas es breve. Sospechosamente breve. Necesariamente breve.  


Over.

Arena en las uñas.



Anthony Burgess se (nos) pregunta si es culpa del frío que haga frío. En ese remanso espiralado que intenta ubicar responsables, podríamos citar entera la novela de Lish.
No es menor saber que este autor fue el editor de Raymond Carver, porque nadie puede desmentir que ambos escritores transitan un mismo estilo. Mejor dicho, Lish intervino varios cuentos del Carver, casi siempre para, de algún modo, podarlos, cuya eficacia es controversial: lo de “mejor” o “peor” es un análisis que en literatura no responde a estructuras fijas. Es un análisis que no pocas veces fracasa, toda vez que no existen lectores fijos. Pero eso es otra cosa.

Perú es una novela que conmueve, que solicita atención constante pero que no exige esfuerzo. Digo, repito, vuelvo: ¿podría Carver haber escrito una novela en la misma clave que sus cuentos? Yo creo que no. Y el ejemplo es esta obra, donde la minuciosidad restringe la extensión. La lúgubre crudeza de ciertos pasajes, opera como capas de algo medio vacío que termina por hacer rebalsar el contenido.

La obra tiene estilo. Dividida en tres partes, me parece fascinante que la primera de ellas, de apenas unas páginas, ponga de manifiesto lo que vendrá, para que uno pueda seguir o no. Si se sigue, se abre un mundo quebrado, como si alguien relatara un sueño minutos después de haber chocado con su coche. Hay precisiones, giros, evocaciones, repeticiones, oraciones cortas, digresiones. Hay todo eso pero también se logra un ambiente inquietante, donde en medio de una simple descripción, se narran hechos conmovedores.

La historia es simple: Un hombre recuerda su infancia, más específicamente un momento de ésta. A los seis años, mientras jugaba con otros niños, asesina con una azada a otro compañero. Este hecho es descripto a lo largo de toda la novela, en pequeños recuerdos que vuelven una y otra vez, sumando precisiones.

Se podría analizar el texto profusamente. Por ejemplo, la razón por la cual el hombre recuerda los hechos. Su propia herida que trae de vuelta lo sucedido. Los distintos personajes, en los que la arena cumple un rol metafórico exacto: ¿qué otra cosa es acaso esa facilidad que tiene la arena para meterse debajo de las uñas y lograr que uno sienta que siempre queda un grano dentro? Las diferencias de clase, el modo en que la mente de un niño procesa todo lo que lo rodea, desde sus padres, sus amigos hasta la escuela y las maestras.

Se podría analizar profusamente. Para eso, debería borrar todo lo que escribí arriba y empezar de vuelta. No quiero. Simplemente quería decir que Perú es una novela que no permite la indiferencia, que algo moverá dentro de cada alma. Lo que se dice arte. Arte del bueno.


Over.

domingo, 28 de octubre de 2012

David o Ariel, no recuerdo bien.



Siempre era invierno, al bar no iba nadie pero nosotros no faltábamos nunca, porque estaban los chicos de la calle, mi novia y unas amigas. Y estaba el muchacho ese de anteojos, feo, tan mal vestido, y esa cara entre aburrida y resignada. Alguien estudiaba letras. Me dijo: ese pibe nos va a hablar de Kafka, de La Metamorfosis, es un capo.

Para mi Kafka era un nombre que daba miedo, algo de una secta o diabólico, no sé por qué. Y La Metamorfosis se me hacía algo sólo legible para elegidos (con cacofonía y todo). Un manual para iniciados que jamás entendería. Un texto cuyo significado me sería impenetrable pero que a la vez no me dejaría dormir por las noches.

Me acerqué a la mesa y escuché algo sobre la incomodidad del ser, “el desgaste del yo que finalmente, aplastado, muta para no morir, aunque muera”. Eso me lo acuerdo porque la chica que estudiaba letras lo escribió y después me lo dio, y ese papel quedó conmigo y cada tanto lo leo.

“¿Vos leés, flaco?”, me preguntó, frío y seco. “Sí, pero ficción, y sólo cuentos”, le contesté con tonta altanería. Se sonrió y movió con la cucharita el sobre de azúcar aplastado.

“Mirá, yo me tengo que ir para Israel antes de fin de año. Tengo una causa por un robo en la fábrica de mi tío y me van a condenar. Hace mucho que leo, y me di cuenta que robé por imbécil, para emular algún personaje de esos, perdedores que de buenas a primeras se mandan una que nadie espera. Me quedé con veinte mil dólares y sabés lo que pensé: ahora entro a una librería de viejo y me la compro toda, enterita. Mirá que pocas luces, ¿no? Me comí una semana en cana y aunque mis viejos hicieron todo lo posible, mi tío me la juró. Te doy un consejo, si te gusta leer, largá ya, si ves que te atrapa, alejate, ya mismo. Dedicate a hacer una familia, andar con putas, hacé guita, cualquier cosa, pero ni se te ocurra armarte una biblioteca. Cada vez es peor, te vas a hundir. Yo conozco a muchos que se quedaron en ruinas, no pueden hablar con nadie, pierden.”

Supongo que estará en Israel, que tendrá una familia o anda a los tiros en la franja de Gaza. O no se fue y está en cana. Mi novia no es más mi novia, el bar cambió tres veces de dueño y ahora es una heladería. Ya leí La metamorfosis, y El Castillo y América. Y los cuentos. Y voy entendiendo todo. Y creo que no largué a tiempo.



Over.

sábado, 27 de octubre de 2012

Pozo negro



Baja el tiempo por la hoja,
limpio de promesas y territorios.
Baja el tiempo por todo el sueño:
el sueño que me devuelve tu cara,
tu hora de luz, tu hora ignorante.
Ungida de mugre, alerta y mendaz
el alma que te sobrevive, me vive,
aquí, todavía, miles de años después.



Over.

Palabritas.





Las gotas, de este lado del vidrio, salpicaban sombras sobre el papel. Intentaba leer la página en movimiento.
(Los taxis, como putas, se apuran tras su presa conmovida por la lluvia.)

Yo tenía un libro.
Yo tengo este libro y la certeza de que todo es símbolo. A partir de cierta altura, todo es representación de algo más. Tu cara, una ausencia. Tu ausencia, una repetición de libros. La música. La música es mía.

Yo tengo un libro y una pausa de años. Abro la página e intento leer. Es oscuro este llanto de sombras, gotas secas desde este lado del vidrio. Sobre el papel, los puntos oscuros se van deslizando. El taxista me pregunta si ya llegamos, si cruza o en la esquina está bien. 


Over.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Pozo negro




Un amor, aquí y ahora,
sería como una amenaza,
la línea negra de nubes al sur,
cerca del río, agazapada.
Sería una estocada, un salto,
el filo de tu mente en mi mente  .

Un amor real, aquí y ahora,
digo, es como un resumen imposible
de muertos y olvidados,
de niños dormidos, naciendo.
Sería alarmas y sobresaltos;
el goteante insomnio del verano.

Un amor real como una película
velada por la luz del mediodía,
ansioso por roer la sangre,
sin freno, a miles de kilómetros
Un amor, aquí y ahora,
mecido por tus manos, asusta.


Over.


martes, 18 de septiembre de 2012

Protesto.





Qué disenso interior, acaso, nos habrá untado de alarmas tan profundas desde tan temprano. Qué empatía nos balancea hacia el mismo sitio todo el tiempo. Por qué, mi dios, la justicia y la libertad nos duelen del modo que lo hacen.
Alambramos, ingenuos, nuestro territorio contra la oscuridad. Soplan los tiempos por todas partes y aprendimos demasiado pronto que las cosas han sido más o menos lo mismo siempre.

Allí estaban los romanos del Derecho y la arquitectura, cuyo sol histórico ha logrado oscurecer al látigo que adoctrinaba la carne humana. Pero también entonces estaba el amo bueno (curioso oxímoron), quien, resquebrajado, moderaba su rigor. Esa grieta, pues, es un nacimiento, un salirse una y otra vez de la piel para luchar contra el inevitable encierro de nuestro cuerpo, instinto y genética.

Ser humano. El odio es una fusta que primero nos azota por dentro, para después extender el daño con la fuerza que le quede. Generalmente se agota antes de salir. Pero cuando sale es porque ya ha hecho estragos en el cuerpo, en la mente, en cada una de nuestras venas. Es ciego y desbocado.

No hay solución ni planes. No hay posibilidad de cambiar ciertamente desde un lugar a otro. Por alguna razón nos duelen, como digo más arriba, la libertad y la justicia del modo que lo hacen. Es intransferible.

Caminamos juntos pero no te doy la mano, y te elijo para no elegirte, y me abruma y me ofende que uses mis mismas palabras para nombrar las mismas cosas. Me consuelo quizás con esa posibilidad, que no tengamos más remedio que usar, por ejemplo, la palabra libertad, para nombrar dos cosas distintas. Porque si no es así, no lo entiendo. No entiendo nada. Eso me decís, que yo no entiendo nada. Y debés de tener razón, porque no hablamos de lo mismo. Eso sí que no. 


Over.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Pozo negro




Pactamos una luna general
como unión exclusiva.
(Mira hacia ese punto corrompido,
acusado de amor y sospechas.)
Pactamos, sin cumplir, una hora
como arena del tiempo. Fallamos.
Ahora el hueco resplandece, prolijo,
rodeado de oscuridad. Prolija.

A ver, la nada es incolora, pero es negra.
Aclarado ese punto, duermo.

Tu cara, detenida, se recorta entre los muertos.
Los muertos, detenidos, no vuelven.
Pero vuelve tu  rostro posible y frenado,
inquieto y con boca y con palabras.
¿Dirás otra vez lo de la luna exclusiva?
¿Cuánto has claudicado al escaparte?
¿Cómo el olvido disimuló el miedo?
¿Qué habrás perdido al ganarlo todo?


Over.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Como un segundo corazón.



"The past beats inside me like a second heart"

Recuerdo no sin detalles, el último día de cada uno de nuestros veraneos. Llevalo a ver el mar, le decía mi madre a mi padre. Entonces, plateado por el brillo del primer sol de la mañana, el mar se hinchaba en olas que se desinflaban al llegar a la orilla. Así cada vez. Hasta que no fuimos más.

El mar bien pude ser un montón de agua junta que se mueve. Y sin embargo no lo es. Ni siquiera cuando parpadea la noche limpia, se apaga su rumor tembloroso: el miedo a todo ese indomable espacio oscuro que se rompe y vuelve a nacer.

El mar también es el personaje de esta novela de Banville, omnipresente como un escenario eterno. Una obra que, por sobre todas las cosas, carece del argumento típico, ese que enseñan en la escuela, donde hay una introducción, un desarrollo y un desenlace. Y donde el maestro otorga un uno como puntaje ante la alteración.

La literatura inglesa no abunda en estas cuestiones. Quizás ninguna literatura lo haga, pero el siglo veinte (y antes también) encuentra en Latinoamérica, un espacio donde se desarrollan estas elecciones. Desde Cortázar a Saer, pasando por Carpentier y Lezama Lima, y por qué no a Rulfo. Esa especie de predilección por el uso de las estructuras y el lenguaje como centro de la narración, restándole protagonismos a los argumentos o hechos. En otras palabras (era tan simple), la exacerbación de la poética en la prosa.

Banville nos cuenta la historia de un hombre que ha enviudado recientemente, y vuelve al pueblo donde veraneaba de niño, con la intención de espantar ciertos recuerdos. Allí conocemos la historia de una primera novia (de un primer amor, mejor dicho), la muerte, el desprecio, la ternura, y esos cinceles que los años de la infancia esculpen irrevocablemente en nuestras mentes.

No hay mucho más que decir, porque el secreto es la lectura. No es improbable que esta novela no guste, que se torne pesada por momentos, que luzca monótona e inconducente, que se engorde de reflexiones y descripciones de la noche y el mar. Es más, eso es lo que es. Una novela de escritores para escritores, que afortunadamente saltó ese dudoso cerco y llegó al público más amplio. (¿Qué será un “público más amplio"?)

Un público más amplio. A quien le golpee esto:

Una cosa que siempre me llamó la atención fue el contraste entre el nido y el huevo, me refiero a la contingencia del primero, por muy bien construido o hermosa que fuera, y la entereza del último, su prístina plenitud. Ante de ser un principio, un huevo es un absoluto final. Es la propia definición de lo que es autosuficiente. Odiaba ver un huevo roto, es ínfima tragedia.”

O esto:

Quizás estoy aprendiendo a vivir otra vez entre los vivos. Practicando, quiero decir. Pero no, no es eso. Estar aquí no es más que una manera de no estar en otra parte.

 O esto:


No quiero estar solo así. ¿Por qué no te me has aparecido como un fantasma? Es como una niebla este silencio tuyo. (…) Mándame tu fantasma. Atorméntame, si quieres.
 
The Sea. John Banville.


Over.


Chico.




Ya llegó Chico, el último disco de Chico Buarque. Llegó después de tantos años, intacto y soberbio. Después de Carioca, otro disco ineludible. Aquí está el gran escritor de Budapest (libro de lectura obligatoria). Chico canta otra vez.

Apenas comienza, en la primera canción, Chico Buarque nos dice: “Hoje a cidade acordou toda em contramão” (Hoy la ciudad se despertó a contramano) y ahí nomás uno se pregunta si no es que la Ciudad vive siempre así, en otra dirección, aullando vacía la rabia de no ser más que un montón de gente que viene y va y después, algún día, muere.

Después, canta esto:”Amar uma mulher sem orifício” (amar una mujer sin orificio), y aunque tamizados por un vendaval psicoanalítico, todavía podemos interpretar la pureza del amor añejado, quizás tan real como el originario, el primero, el que nos sembró su arquetipo en cada una de nuestras vidas.

Y una canción tras otra. Hasta llegar a “Sem Você II”, y nos golpea la belleza de la letra acompasando la música. Simple definición de la intraducible saudade: “Passo o domingo olhando o mar / Ondas que vêm / Ondas que vão”. Está todo en la canción, “el fin del show”, “el tiempo todo mío”, y la falsa ventaja de no tenerte, responsable del silencio, tú, que me deja escuchar la lágrima caer en el suelo (impresionante), y no tener nada.

Chico Buarque.



Sem você
É o fim do show
Tudo está claro, é tudo tão real
As suas músicas você levou
Mas não faz mal
Sem você
Dei para falar a sós
Se me pergunto onde ela está, com quem
Respondo trêmulo, levanto a voz
Mas tudo bem
Pois sem você
O tempo é todo meu
Posso até ver o futebol
Ir ao museu, ou não
Passo o domingo olhando o mar
Ondas que vêm
Ondas que vão
Sem você
É um silêncio tal
Que ouço uma nuvem
A vagar no céu
Ou uma lágrima cair no chão
Mas não tem nada, não



Over.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Baja el sol




Ahora, el sol suburbano es una tímida línea que no alcanza tu rostro. Ves ahí, detrás de la ventana, la bruma que sube en forma de gotitas que se pegan al vidrio. Hace tiempo que sospechás que la oscuridad tiene dientes torpes. La tristeza llegó a tus ojos y el día se desarma en horas vencidas. No querés oír lo que pensás porque te da miedo entender, porque sabés que siempre te respondés lo mismo y que ese túnel te devuelve a la pregunta y de ahí a la respuesta y al mareo otra vez. Escuchar tangos es otra forma de esa repetición, una línea paralela que pone en duda todo límite. Va sonando: “...con el gesto de quien se ha muerto mucho”. Lo escuchás y ya no pensás que detrás de tanta muerte viene cierta resurrección, es como si al volver dejaras una parte para siempre. “No deberías haber vuelto”, te dicen y vos entendés que están equivocados, que en realidad nunca volviste y que por ahí pasa todo. Y ahora, mientras tus ojos no ven en la penumbra, mientras te alcanza la telaraña de lo que fuiste, mientras la cicatriz de una herida incierta te propone un pacto, justo en ese momento recibís la carta. Te gustaría tanto no entenderla, que hubiese cierta aproximación a una esperanza vedada. No te llega nada de eso. Es claro.
   
        Estoy sólo y hoy a la noche me van a matar. Me siento sólo aunque miles de hombres y mujeres encuentren en mi nombre el mismo significado que en coraje, valentía, honestidad. Me siento sólo porque llueve y escucho los golpes de las gotas sobre las hojas de esta selva inmemorial. Sé que hoy a la noche terminarán mis días. Sé que habrá una emboscada, y no puedo evitarla, no puedo salvarme hoy. Mi lucha cobra sentido con mi muerte a manos del tirano. Me río cuando pienso en eso. He peleado tanto por mi pellejo, tanto desde aquel día en que nos reunimos por primera vez. Ahora creo que a esos hombres los movía el hambre y no la justicia. Yo hablaba de derechos, de reivindicaciones, de tierras robadas, pero sólo a unos pocos se le encendían los ojos. Yo venía de la universidad, de viajes ridículos, agobiado por una sociedad que hablaba de igualdad en las mesas de los restaurantes más refinados. Eso era todo una mierda de la que yo también me alimentaba. Y hoy, así nomás, me van a matar. Espero que todo siga, que se demuestre que el perro muere pero la rabia sigue bien viva.
 Me tienen miedo, lo sé, saben que organizo la furia, y por fin se deciden a borrarme. Yo también tengo miedo, pero no por estos rufianes chapuceros que sólo les divierte mostrarle su poder a las esposas gordas y feas que tienen. Envalentonarse frente a prostitutas que sólo quieren el dinero. Tengo miedo porque la desesperación es una tensión que hay que saberla controlar. Sé que muchos serán comprados. Que antes no lo hicieron porque creían. Hoy me van a matar y debo dejar que lo hagan. Podría quedarme en casa, en esta húmeda habitación que huele a lluvia y coraje. Podría desaparecer un tiempo y no me encontrarían. Pero no, debo encontrarme con el tirano para hablar sobre el pacto. Debo sumarme al show para que después me disparen. Bueno, supongo que serán tiros. En estas últimas horas te escribo a ti, amigo, que te has vuelto, (¿De veras has podido volver?). No te juzgo, ya lo hemos hablado antes, y quizás dudes de lo que escriba ahora, pero hay veces que me surca cierta envidia por las venas. No voy a negarte que al verte ir con la misma sucia ropa con la que llegaste, entre el inmenso odio que acercabas hasta mí, parte del desdén se desteñía en ganas de acompañarte. Pero no. Yo había empezado esto y no podía hacerlo. Sé que dejo organizado todo el sur, como habíamos planeado, y que el norte parece a punto de ceder. Eso me tiene preocupado. Es lo único que me hace dudar. Hoy hablaremos de las tierras altas, de los impuestos y la desmilitarización. Está todo eso de la presión internacional, del mundo que pone los ojos en todo esto y que no pueden dejar de cumplir. Amigo, debo decirte que no creo en nada. Sí, ya sé que fui yo el que te convenció de que no era así, pero a nadie le importa nada, me van a matar y yo muero así, seco, triste y abatido. No porque la lucha no haya servido de nada, no es eso. Siento que llegamos hasta donde quieren que lleguemos. Quizás borrarnos a todos con una bomba signifique menos dinero, simplemente eso. La gente está bien anestesiada con el comfort, las cuotas para todo, esa inservible clase media que gobierna porque es dócil y fácilmente gobernable, entiendes, les ponen la zanahoria cada vez más cerca y ahí van, tan idiotas parecen. Por otro lado están los intelectuales que tienen profundos fundamentos para todo. Es que estudian para eso, para que la culpa no los levante a la noche y les exprima el cuello. Su “lucha” es desde la palabra, y hablan de mí, de mi ideología, pero qué ideología, hace más de quince años que no pienso en nada, que voy cuidándome el culo cada dos pasos. Estoy pensando en el mundo, en todas esas hojas llenas de sangre falsa. Yo vi morir, aquí, en medio de mis brazos, hombres y mujeres que peleaban por un pan menos duro, eso sólo. Amigo, me van a matar esta noche, y como te dije antes, siento que es la única manera de saber si esto sigue. ¿Me preguntas en qué pienso? Bien, te lo diré. Estoy solo y eso me descompone. Me gustaría despedir a alguien. Siento sus manos aún, calientes sobre mi rostro mientras se apagaba. Cuando la conocí pensábamos en comprar una casa barata en el campo. Ella escribía bien, ¿no? Tú la recuerdas bien, te gustaban los poemas. Eso de: “dejar que el sol descanse y no asustarlo”, decía algo así, creo, que en el campo uno no asusta al sol, qué hermoso. Me va a matar la misma mano que la mató a ella. No siento que nos haya ganado. Es lo que te dije, es la única manera de saber qué será de todo esto. A mí me llegan otras imágenes. El día que la conocí en la playa, mientras hablaba del fuego, tiritando, yo ya la quería, te lo juro. Sigue lloviendo y no para, me voy con esta agua eterna, y te dejo estas palabras que ojalá lleguen a tus ojos. Adiós amigo, espero que no me duela, que sea rápido, ¿y a ti?, ¿A ti te duele algo?”

       En el campo no se asusta al sol”. Estás en la ciudad, llena de letreros que indican todo. Quién se puede perder en tu ciudad. Vas hasta la ventana y te parece escuchar la descarga. Tenés la parca sensación de que nunca dejarás de escucharla. Todos los días, y el sol no tendrá descanso. ¿A ti te duele algo?    


Over.


viernes, 17 de agosto de 2012

Ampliando para enfocar.



 Contrariamente a las críticas generales, no encuentro en el personaje de esta novela de Houellebecq, la descripción de un típico treintañero deprimido; más bien, la enfermedad protege la narración, nos engaña, logra tolerar su personalidad inquisidora y brutalmente enfática.

También suele describirse a esta obra como un reflejo de época, el nuevo vacío existencial que talla el consumo y las tecnologías. Y tampoco termino de coincidir.

Estamos ante una novela que sigue los conocidos tópicos de El Extranjero, de Camus, con un personaje que flota (eso es El Extranjero, un hombre que flota en la marea que lo sostiene) y en el vaivén, siente el ahogo del destino gregario. Para este tipo de personas, la sociedad es un muestrario de fracasos y sombras, atenazada por un deber ser impuesto y consensuado.

El ancla adolescente, la perenne felicidad, la belleza como antídoto circunstancial pero determinante. (Cómo iba esa canción: “Buenas y malas / noticias para vos / la belleza es / lo que te da felicidad”) Ahí va nuestro personaje a la deriva de un trabajo vacío, un amigo que se hunde en su fealdad, las mujeres que trepan en el aire, los jefes, los jefes de los jefes, las escalas en la vana escalera social.

En algún momento llegan los médicos, porque los médicos siempre llegan, tarde o temprano: los eternos gurués de la tribu. Hay oxígeno para un alma oscurecida. El odio se acomoda siempre entre las negruras. Hay amor como antídoto que siempre se acaba antes, y nunca parece volver a tiempo.

Lo entendemos en una frase: “No es que me sienta muy bajo; es más bien que el mundo a mi alrededor me parece alto.”

Después están los manotazos en la tempestad: fábulas de animales, ensayos sociológicos, pensamientos-tela-de-araña.

Yo conozco personas así. Yo conocí personas así. Yo soy uno de ellos. 


Over.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Este, decía usted...



Es, por qué no, una humorada anacrónica, hay que tomarla así, como una nostálgica necesidad de reanimar viejas discusiones, cuando no existían pruebas ni certezas, y el campo era amplio, y todo el mundo podía tener razón, según el tono de su voz o la paciente persuasión que ostenta un buen discurso.

De no ser así, que en las postrimerías del siglo XX (porque el siglo XXI apenas empezó), sigamos con estas diatribas que tienden a fundamentar lo errado, digo, que después de tantas pruebas, certezas y hallazgos, todavía haya individuos dispuestos a dar cruentas batallas en lo concerniente a la salud mental, es, por lo menos, descabellado. O intolerable. O triste.

Una vez más, ahora en la Revista Ñ, se publica un artículo sobre la endeble contraposición entre el psicoanálisis (sí, leyó bien) y la medicación psiquiátrica. El aterrador mundo de los ansiolíticos y demás psicotrópicos y el magistral comando del psicoterapeuta, enfrentados con fiereza, anudados en una lucha sin sentido.

Dije: lucha sin sentido. No dije: pelea que daña a todos menos a los contendientes. Vamos al barro.

Es fama la historia que habla de una mujer esquizofrénica, “habitué” de guardias psiquiátricas. La mujer refería su continuo oír de voces que la aturdían dentro de su cabeza, que le hablaban, le daban órdenes, la sometían. Hasta que un médico, ya cansado de su relato, decide aplicarle una buena dosis de halopidol, conciente de que las voces se borrarían por un buen tiempo.

Dicho y hecho, la mujer mejoró su condición. Por eso, cuando el psiquiatra la vio en la guardia, supuso que la mujer venía por otra dosis. Contrariamente, la mujer refirió otro problema: “Doctor, ahora que las voces no están, me siento terriblemente sola. Las quiero de vuelta, por favor”.

Ahora bien, ¿lo descripto habilita a cualquier persona a suponer que una terapia psicológica es más efectiva, prudente o recomendable que la inyección de Halopidol? ¿Acaso es aceptable que se intente a través de la palabra, el alivio a un síntoma “eliminable”?

En este texto, la innecesariamente rebuscada María Moreno, quiere decir algo que no termina de decir, exponiendo su experiencia, pero enredada en un complejo desarrollo discursivo, cuando en realidad, lo que no debería haber en dicho texto, es complejidad.
Esta bien, aplausos para la escritora/paciente. Listo, silencio.

Ahora quiero hacer hincapié en esta declaración tan, pero tan “psi”:

Si me apuran podría decir, si no que soy más feliz, que puedo tomar la porción de felicidad que me permite el síntoma
” .

No, por dios, qué triste máscara para la mediocridad. Cuando la autora dice “felicidad”, ¿no está acaso utilizando un errado sinónimo de goce? ¿No es, por cierto, una apología de la vulgar posibilidad de “hacerse amigo de la enfermedad”?

Concluyo obviedades:

Que nunca nadie debe hacerse amigo de ninguna enfermedad. Es matar o morir. O que te maten, lo cual es bastante más penoso.

Que no hay dos veces de nada, que sólo hoy importa, y que nunca, pero nunca debe ser trocado por un anunciado mañana mejor.

Que se termina, pero antes hay demasiado tiempo.

Que hay pastillas que te ayudan a dormir, a sentirte mejor, a no tener alucinaciones, a no querer meterte el tiro. Nada más, el resto es vida, y es ahí dónde debería entrar la terapia.

Pero bueno, no soy nadie para hablar de estos temas, mejor pongo un disco de Ana Cañas, y mientras canto me hago el idiota.



Over.


martes, 7 de agosto de 2012

La otra arena.




-         Es como que todo se me mezcla
-         Como arena en la memoria.
-         Gente y caras y nombres, es difícil.

Claro que es difícil, puedo ver la palabra difusa en tus ojos, buscándome y conociéndome por momentos, ¿quién soy cuando dudás de mí? Me hablás y enseguida ya te perdiste, y yo te miro la frente y mi cerebro imagina tu cerebro, señales que se apagan. Te hablo un poco en inglés porque te gusta, y vos impostás el acento sureño de los Estados Unidos, pero en realidad hablás bien, conjugás a la perfección, se te nota que te das cuenta. Pero te irás, ahora o en diez minutos, y yo no habré sido más que una secuencia perdida, un eslabón que te impide volver porque ya no se encadena a nada. Saltos en el tiempo.

-         Sabés, es un peligro no acordarse de la cosas. Estás preso. A veces me pregunto quién se acordará de cosas que yo sólo viví.

Me quedo boquiabierto mientras te perdés en las palabras. ¿te das un idea de lo que acabaste de decir? Te pregunto:

-         ¿Te das una idea de lo que acabaste de decir?

Y me guiñás un ojo. Pienso en tantas cosas. Quien ve lo que queda perdido con la muerte del que observa. Yo sólo en mi habitación y una sombra que se confunde. Nadie lo habrá visto ni lo verá, y al morirme me iré con todo eso. Berkley hablaba del último observador, de Dios, claro. Sí, pero en medio. Quién guarda todo. Quis custodiet ipsos custodes. Quiénes ven a los que ven.


Over.
 

viernes, 3 de agosto de 2012

Pozo negro



How long, jaulón, how long?
Plásticas plantas plegables.
Los balcones que lloran la ciudad,
La ciudad que se agota en los balcones,
Estas manos que la escriben. Tus ojos.
How long, jaulón, how long?
Este goteo de humo entre los ojos.
Tus muros y mis lobos,
nuestro diques.
Esta lícita muerte anónima,
pactada al filo del olvido. 


Over.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Qué, cómo!


Antes de leer El frasquito, no sabemos nada. Un libro pequeño, con cierta fama, cada tanto reeditado. Cuando empezamos a leer, no pasa demasiado tiempo para que nos golpee. Pero hablo de un golpe que no se sabe de dónde viene, hasta el punto de dudar del mismo.

Uno espera un hilo, una baranda en la oscuridad, que por dios nos digan, es por aquí, ya pasa. Nos desenfrena. La desesperación por el qué, el cómo, el dónde. La primera luz llega para el segundo adverbio: terminamos por aquiescer su forma, alguien no está diciendo algo de este modo, no hay otra. Pero el qué. Dice Goss: “Que nos cuenten un sueño, no es lo mismo que soñarlo, aún cuando se trate del mismo sueño, parte por parte”. Ahí está, la materia informe del qué: alucinaciones, sueños y cambios de narradores (¿acaso hay un narrador?). El desafío de contar algo desde un lugar inexistente, contado por nadie, hundido en un qué sucio. Entonces llegamos al dónde, buscamos el fondo de la piscina, antes de agotarnos. Y no hay fondo, ni agua ni piscina, pero ahí estamos.

Si al terminarla, alguien nos dice: esto es una porquería, tendrá razón. Tendrá la misma razón del que diga que es un asco, del que diga que es urgente y movilizadora, del que diga que quiere leerle otra vez, y otra vez más.

Quizás, lo mejor de la novela de Gusmán, es que no podemos decir nada, que compartiremos el rito de haberla leído, sin más que hablar. Citaremos, quién sabe, esos lagos de normalidad que destellan por momentos. Y nada más.

El Frasquito.    


Over.

lunes, 23 de julio de 2012

Arena.



 Decir que Juan Sasturain es nuestro Chandler vernáculo, es una estupidez.

Juan Sasturain es nuestro Chandler vernáculo, y sin embargo, lo que pareciera disminuir el valor de su pluma, más bien lo enaltece. Porque Chandler no leyó a Borges (o no se le nota), ni a Soriano ni a Arlt. Sasturain, sí. Y se nota hermosamente.
Ah, y porque nadie escribe como el creador de Etchenike, y eso ya es suficiente.

Arena en los zapatos nos lleva de vuelta a las aventuras policiales del veterano, quien otra vez hará de su perspicacia, nuestro deleite. Creo ya haber dicho bastante sobre Sasturain en otra ocasión. Y no me cansaré de repetirlo más adelante. Ahora es este párrafo, hacia el final de la novela.

Por ejemplo – prosiguió -: existe alguien que es la persona más gorda del mundo en este momento: otro, la más alta…Pero también hay alguien, en quién sabe qué lugar, que es el hombre que más veces ha abierto una puerta o ha comido polenta o ha visto jugar más veces a José Manuel Moreno en River. Ése es su sentido en la vida y no lo sabe… Los filatelistas se creen que su vida es juntar estampillas y yo me puedo llegar a creer que seré el tipo que verá más veces Sed de Vivir, de Vincent Minelli, pero no sé realmente cuál es mi récord, el que me está esperando.”

Simple.


Over.