lunes, 18 de octubre de 2010

Casas y Forn andan.



La cadena. Como la peli esa del dólar que pasa de mano en mano y es forzosamente reconstruida. Rearmar la cadena. En este caso fue un poco así:




En el año 2002, leo “Buenos Aires - Una Antología de Narrativa Argentina”. Una compilación que no incluye a los números puestos, léase Cortázar, Borges, Denevi o Mujica Lainez. Por el contrario, se agrupan Laiseca, Fogwill, Fresán y Blaisten, entre otros. Me pregunto si esta antología funciona mejor para extranjeros, más que nada por la ausencia de “famosos”, y enseguida me doy cuenta de que la misma fama corre en nuestra vernácula patria. Cosas del mercado, o vaya a saber uno qué.

Lo cierto es que el anteúltimo cuento es Nadar de Noche, del mismísimo Forn, quien se dio el gusto de incluirse. El relato es hermoso, cubierto de una melancólica y falsa ciencia ficción. De todos los autores, era justamente a Forn a quien desconocía, y me fui directo a algún libro suyo. Así encontré el volumen de cuentos Nadar de Noche, el cual, según dicen, tuvo singular éxito allá por 1991, año de su publicación.





Rápido y sin miedo a equivocarme. Forn es a la década de los ochenta, lo que Fabián Casas es a este comienzo de siglo. Ese libro de cuentos es la historia de seres que deambulan por el mundo y que van a terminar mal, porque es así, porque a todos los que perdimos el rumbo, nos condena la edad, no el sistema. Pero ese “terminar mal”, tiene un sentido estricto, una sentencia en el aquí y ahora con relación a lo que queda en pie para alguien que no sigue al rebaño. Es decir, es una angustia no peyorativa, de batalla, de quien insiste en su postura y hace de su tosudez una forma de la felicidad. Peor (mucho peor) es continuar subido al tren que sigue dando vueltas por la misma vía, desde el comienzo de los tiempos, con las mismas falsas terminales.

Un cuento tras otro, todos unidos por el mismo laconismo, el mismo derroche infinito de horas inútiles y sagradas, de tabaco y sexo, de soledad que nace: la década del 80. Aquel decenio permeable a la libertad recién recobrada, al impulso de una madrugada que amagaba a terminar.

Poco más, las novelas Frivolidad y Puras mentiras, que navegan en un arrabal de su cuentística, algo que también le sucede al gran Millás.

Así fue, así lo recuerdo, como también se me hizo claro eso de “Nadar de Noche” con el obvio “Andar de Noche”, y que después se espejó semánticamente en la peli de Acuña, “Nadar solo”.


Andar.


Over.

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