martes, 12 de julio de 2011

Es hermoso ver.

Bajé de la montaña de cemento por callecitas de miedo y oscuridad. Bajé pensando que se me iba la vida antes de empezar; la soberanía sobre mis días se rebelaba ante mi profundo cambio. Ahora todo se empastaba, tu cuerpo imposible y las palabras, la cara de una mujer frenada años atrás, frenada para siempre.
Eso pensé, que ciertas personas vuelven ancladas, y giran como fantasmas porque las detuvimos, y siempre tienen veinte años, en casa o lejos de casa, de viaje o en el trabajo. Ya perdimos la cuenta de las veces en que permitimos que, joven eternamente, esa mujer nos acompañe en silencio, a los gritos.

Hay un preciso instante en el que comprendes lo que estás viviendo con arreglo a lo que sucederá mucho tiempo después. Llamémosle consciencia, aunque no me guste. Uno es consciente del amor en tiempo presente, de la felicidad detenida, de que esto que hacemos será irrepetible y genial.
Annete, eras genial, yo me di cuenta, tanto como que me fui a la madrugada para bajar la montaña y pensar todo esto. Entendía el error, y continuaba. Como nos está deparado: repetir, repetir y repetir.


Over.


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