Qué lentas noches de Borges y el país en los sueños. Escribo lo que ya muchos escribieron mejor. Pero es mi noche en mi lejanía y con los dedos esclavos en sus teclas. Otro texto amonontonado.
Mientras se quitaba la boina, pudo escuchar la
inconfundible voz de Horacio. Las palabras le salían de la boca como pausados
impulsos eléctricos que dejaban un eco tenue y corto. A su lado estaba el
chileno que con ojos impacientes iba siguiendo la explicación.
- El truco es un juego de reglas, como todos, y de reglas
básicas, claras y fáciles. Se puede dividir en dos. Una primera parte donde las
cartas del mismo palo suman sus valores, menos la sota, el caballo y el rey que
valen veinte. Si sacamos los ocho, los nueves y los comodines, que es como se
juega al truco, el número más alto es el 33, o sea, un seis y un siete, ya que
siempre se le suman veinte puntos, a no ser que algún numero esté acompañado de
la sota, el caballo y el rey, en cuyo caso, dichas cartas ya suman veinte de
por sí. Es decir, una sota de oro y un siete de oro, suman veintisiete. Por
último, si tenés una sota y un caballo o un rey y un caballo o un rey y una
sota de un mismo palo, sólo suman veinte. Obviamente, el que suma más puntos
gana. En la segunda parte, la cosa es mucho más fácil. Las cartas tienen un
orden de valor, es decir, está la que vale más y de ahí para abajo. En una
punta está el as de espadas y en la otra, cualquier cuatro. Te anotás esto que
te dije en un papel y yo creo que después de cuatro o cinco partidos,
aprendiste el juego. Pero el truco es otra cosa, algo más misterioso, más
sutil, y que se perfecciona con los años. Te diría que es bastante más probable
que gane el que sabe mentir al que tenga las cartas de mayor valor. Eso es, el
juego de la mentira, de la provocación, de la especulación. Entonces se
convierte en algo sucio, porque como te dije, es lícito ganar mintiendo. Es
más, se celebra esa victoria. Voy más allá. En cierto modo, no importa siquiera
las cartas que tengas en las manos. Es tu mirada, tus palabras, lo que decís,
lo que callás, el miedo que leés en la cara del otro, un dedo que se dobla, una
ceja que tiembla, un cigarrillo que se enciende, la mano pasando por la nariz.
Son todos indicios, claves, posibilidades. Imagínate: con el tiempo descubrís
que cuando un jugador tiene buenas cartas, el ojo izquierdo le parpadea
diferente.
-
Sí, voy entendiendo, la próxima vez que le parpadea...
- Sí, pero cuidado, porque ese jugador puede saber que
vos lo adivinaste, o simplemente repitió un patrón para hacerte creer algo.
Entonces esa certidumbre está envenenada, entendés. Hay intuiciones también,
vos sabés, esas creencias cuya raíz es inexplicable, pero están ahí, te
empujan, te mueven, te hacen decir algo con seguridad. Vos sabés que el otro
tipo parpadea. Vos sabés que el sabe que vos sabés. Vos pensás que entonces no
tiene nada y que quiere hacerte creer que tiene por eso del patrón. Pero en
realidad tiene un buen juego, y vos lo sabés, de alguna manera lo sabés. Es
algo sin fin, creer que el otro sabe lo que vos sabés, pero no saber qué hará
con ese hallazgo.
-
O sea que si juego ahora, lo más probable es que
pierda.
- Puede que sí o puede que no, pero no es tan así. Pensá
esto: vos me acabás de escuchar y deducís que yo voy a pensar tu jugada todo el
tiempo, que te voy a estar mirando, que voy a esperar a que algo te traicione y
me diga lo que vos no querés decir. Pero vos también lo sabés, y lo más
probable es que no sigas ningún patrón, que te ates al valor de las cartas y
evalúes si pueden tener éxito o no. Vos sabés que yo voy a pensar eso, que no
me vas a mentir, porque creés que yo te voy a adivinar. Pero esa presión te va
a hacer mentir, y a mí me puede condenar.
- O no, porque ya sé que pensaste esa posibilidad. Pero
es como si de tanto hablar me quisieras hacer jugar como tú quieres que yo
juegue. Me haces pensar que ya has pensado todo y que no te podré ganar nunca,
¿no?
- Ves, ya empezó el partido. Che, ¿dónde dejaron las cartas?
Over.
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