“Bentham es más importante, para nuestra sociedad, que Kant
o Hegel”. Fundamentada por el asombro, la exageración de Foucault tiene
asidero. Digo asombro porque la misma concepción del panóptico parece ser
profética con relación a la hipervigilancia que es moneda corriente hoy en día.
Foucault también lo supo ver, y encontró en la propuesta de
Bentham una ruta hacia el futuro, un camino único por donde la sociedad se iba
agolpando y los Estados querían ganarles en velocidad. Y lo hicieron.
Si bien la idea arquitectónica de Bentham podía aplicarse a
diversas instituciones, es la relacionada con las penitenciarias la que la
haría famosa. Y con el objetivo de suavizar su utilidad, se diría que bajaba
considerablemente los costos de vigilancia, en dicho tiempo, representados sólo
por hombres; la corriente utilitarista en su máxima expresión.
Cuando se profundiza en el concepto, es inevitable la
presencia de la religión. ¿No es acaso ese Dios omnipresente, el que todo lo
ve? Todas nuestras acciones estaban vigiladas por ese ojo supremo, sólo que el
castigo era difícil de demostrar en la inmediatez, y de ahí que el miedo podía
atenuarse de algún modo. Si yo estuviera convencido de que al cometer un mal, esa
fuerza divina tendría preparado un castigo ejemplar para mí, entonces debería
abortar de antemano mi intención. Sólo que el castigo vendría después de la
muerte, y quizás, mediante el solícito pedido de perdón, hasta podría evitarlo.
La tensión religiosa entre el acto y el castigo fue perdiendo su fuerza, y casi
nunca fue efectiva a la hora de evitar el mal.
Pero ahí estaba, creyera o no, el ojo que me miraba
continuamente. También crecían otros vigilantes, a saber, los muertos. Mi padre
muerto, por ejemplo, con suerte disfrutando del eterno paraíso, se transformaba
en un espíritu que me acompañaba. Y qué espacio inmenso ocupaban las fuerzas
mágicas frente a una incipiente ciencia que poco podía aportar. Un centinela
insomne que nos observaba (¿juzgaba?) sin descanso.
Pero hacia el siglo XVIII, durante la famosa Ilustración, la
ciencia había ganado un espacio asombroso, empujando a la luz a tanta
definición mágica. Ya quedaba menos lugar para el control imaginario, y de ahí
que fuera oportuno el proyecto de Bentham.
El desarrollo que la vigilancia ha tenido hasta nuestros
días, es pavoroso. En pos de un supuesto cuidado, aprobamos el seguimiento
continuo de nuestros pasos. En nombre de un fin anhelado, desviamos la vista de
los medios que se utilizan. Cuando Saramago escribió en su novela Todos los
Nombres: “No hay mejor guardián, que el miedo a que el guardián venga”, no
hacía más, creo, que citar un adagio popular. Supongo que no era su intención
aclarar que esa ignorancia del riesgo fuera de una utilidad peligrosa con la
que cuenta el vigilante sobre el vigilado, negándole a este último el derecho a
no tener que inferir sin pruebas.
Quizás haya escrito todo lo anterior en virtud de un
recuerdo de la escuela. El profesor de química repartió los exámenes y anticipó
que todos teníamos las mismas preguntas, que no fue necesario hacer temas
distintos para evitar que nos copiáramos. Empezó a dictar las preguntas y al
terminar se sentó sobre el escritorio. Una vez allí, se colocó unos anteojos
espejados, de esos que no permiten ver los ojos de quien los usa y por el contrario,
si uno se acerca, ve su propia cara. Por si fuera necesario, aclaró su
ocurrencia: uso estos anteojos así no pueden ver mis ojos, que es lo que miran
para intentar copiarse. Empiecen, por favor.
Durante muchos años conté la experiencia, siempre resaltando
lo hábil que había sido el profesor. Repetía: no necesitó separar bancos, hacer
temas diferentes, esconderse detrás del aula, nada. Estaba ahí, enfrente de
todos, y nadie podía ver la hoja del compañero. Hasta quizás el tipo cerraba
los ojos. Esta última línea, la repetía y buscaba la risa de quien me
escuchaba.
Hoy, ese recuerdo ha cambiado. Aunque menor, la actitud del
profesor anulaba el derecho a saber. La vigilancia debe ser consentida o por lo
menos anticipada. Todo individuo debe conocer que sus acciones están siendo
registradas con fines de precaución por terceros, y de ahí tomar su decisión.
De acuerdo al ejemplo del examen, no objeto la observación, sino la
imposibilidad de saber qué se está observando. El límite parece extremadamente delgado,
pero esa es la diferencia entre participar de una sociedad o ser un elemento útil
y meramente constitutivo de ella. Y lejos está la justificación que pueda
expresarse por la alternancia. Mientras haya instituciones o personas que
tengan más poder que otras, para bien o para mal, ya sea el Estado o una empresa,
el espejo siempre va a pertenecer al mismo vigilante.
Over.