Según reza en todas partes, es ésta la primera novela
(editada) de Jesús Carrasco. Lo que no dice, claro está, es que debe escribir
desde hace muchos años, y sólo basta leer Intemperie para darse cuenta de que
no estamos ante una típica novela de iniciación.
El estilo es muy particular, y no es difícil relacionarlo
con Delibes. Al menos, lo encuentro en Los Santos Inocentes, novela que no he
terminado aún, que me cuesta terminar, una “cortazariana novela macho”, pero
eso es otra cosa, estoy aquí, con Carrasco, con Intemperie, con esta enorme
historia.
La novela tiene un argumento muy sencillo, y por eso la hace
desesperante. Todo comienza con un niño escondido en una especie de agujero,
observando y escuchando a quienes se supone lo buscan o lo acechan. Ahí está
Anna Frank, ahí está Tooru Okada, de Murakami, ahí está, por qué no, el muerto
que habla de Walsh. Ya en esa escena, uno recibe el estilo de Carrasco, sabe
que todo será narrado de tal modo que hasta uno tendrá la sensación de
estereograma, que los olores y los miedos y la agonía trascienden el texto y
promueven una respuesta casi física: el dolor que leemos, nos duele.
Todo es sordidez y desamparo. Los fantasmas van apareciendo
de a poco, asustan y se van, hasta que en algún momento acorralan y provocan la
reacción. Por caso, uno puede intuir la razón de la huida del niño, pero no
creo que se pueda acertar lo que en realidad la fundamenta, explicado casi al
final de la obra, de manera bestial y conmovedora.
Se podría analizar la novela en clave de símbolos, no
obstante, estoy seguro de que el autor lejos está de haberla pensado de tal
modo. Más bien, la intención es evitar los rodeos, y mientras la descripción
del paisaje y el clima son sosegados, a la hora de describir hechos críticos,
se enardece la brutalidad con una precisión asombrosa.
Por otra parte, me arriesgo a afirmar que habrá al menos dos
palabras por página cuyo significado será desconocido. La altivez de la
aseveración no me describe, estoy seguro, porque la realidad es que hay una
cantidad de vocablos que no se relacionan con una actividad o técnica, cosa que
haría obvia la proliferación de los mismos. Más bien tiene que ver con una
agrupación de palabras pertenecientes a lo rural, y quizás, lejos del registro
moderno. No llego a decidirme si esto último se transforma en un obstáculo, toda
vez que guarda un equilibrio a lo largo de la narración. Yo, al menos, lo conecto con
la lectura en otro idioma. Cuando, por ejemplo, leo a Henry James en su idioma
original, no son pocas las palabras que desconozco. Aún así, jamás ha opacado,
esta ignorancia, la belleza de sus obras.
Por último, me preocupa el porvenir de la narrativa de
Carrasco. Comenzar así, digo, lo posiciona en una altura casi desmedida. ¿Qué
hará con este fuego que no permitirá algo inferior? Esa duda me solicita el próximo
libro. Atentamente, su próximo libro.
Over.
2 comentarios:
Magnífica crítica, porteño. Sabía que te gustaría (¡pero acaba Los santos inocentes, por el amor de Dios!!!).
Yo también pensé lo mismo cuando la acabé (es un decir, tú ya sabes...): qué difícil, pero qué difícil empezar una carrera literaria con Intemperie.
Un besito.
Pues si,
estoy de acuerdo contigo en tu crítica,
joder, no sabía que hacías críticas de libros,
que más cosas no sé de ti?
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