El perro ha muerto y la casa fue derribada. Ahora es un
frente de madera y pasto creciendo entre piedras. “Es como una bola de fuego, a
la que le echas agua y no se apaga”, dijo él, mirándolo de cerca. “La bola está
en tu mente, donde se da la lucha entre el ardor y el ahogo. Nunca se muere ese
fuego, y vuelve en silencio, para quemar durante años y años y años.”, dijo él
con más vehemencia, grave, inculcando experiencia. “O un día, simplemente se
desvanece. Deja una senda marchita que se nubla con el tiempo. Es otra bola de fuego
que nace, inofensiva, hasta que un día volverás con el agua inútil a intentar reprimirla,
tontamente.”
El perro ha muerto y la casa fue derribada. Ahora el pasto crece entre las piedras y la madera, y allí arriba sobre alguna pared, resiste algún azulejo, un pedazo de papel, el ángulo ínfimo de algún espejo que te guarda. Y él que habló sobre la bola fuego, el agua, luces que vuelven, lo que no duerme jamás. Todo esto hay sostener. Todo esto.
Over.
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