jueves, 7 de mayo de 2009

Después, la historia.



Esta noche ya no voy a dormir. Apenas cierro los ojos ya puedo sentir la fiebre en la sangre, como si los motores no pudieran apagarse y me acusaran por no hacer nada al respecto. Los párpados caen y la pesadilla comienza. La pesadilla me abre los ojos y el cansancio me obliga a cerrarlos otra vez. Así unas cuantas veces. A veces gano yo. A veces, los motores.

Esta vez, ya lo sé, no hace falta ni que me lo ponga a pensar, no pegaré un ojo hasta bien entrada la madrugada. En estos casos, lo mejor es mantenerse despierto a toda costa, mirando la tele, leyendo un libro, haciendo algo, pero cuidado, nada de quedarse pensando, eso es lo peor, es empujar en el aire, la nada. Ahí está, hay que pensar en nada, idea que nunca entendí, por cierto, y que en realidad quiere decir: no pensar. ¡Uf!

Algunos se apagan con pastillas. Otros, se ponen a pintar, a leer, a armar avioncitos en miniatura, a ver partidos de tenis. A mí no se me da por nada, y por primera vez voy a intentar usar este tiempo para escribir una historia. Una historia ajena, claro, que me contaron, en la que mi imaginación no tenga la mínima participación.

Así llego al sábado pasado, en la fiesta de casamiento de un amigo. En mi mesa, aparte de dos mujeres solteras que miraban con desdén el vestido de la novia, había una pareja que trabajaba en radio Nacional. Él, digamos Néstor, hablaba todo el tiempo. Ella, digamos Lilian, callaba todo el tiempo. En un momento, Néstor se levantó y se fue a fumar al jardín de la recepción. Lilian me miró y sonrió. Le sonreí. Era hermosa.

Así que trabajan en Radio Nacional, le dije. Sí, pero yo empecé hace dos meses, antes trabajaba en la tele, en la producción de varios talk-shows. ¿Es verdad que están arreglados?, le pregunté y me arrepentí, al instante, todo junto, apenas terminé la pregunta. “Bueno, del mismo modo que uno se arregla para estas fiestas, o se perfuma a la mañana para ir al trabajo”. Con esa respuesta creció su belleza. De ciertas preguntas, conocemos las respuestas, sólo esperamos escucharlas de boca del otro, ver cuál elige, cómo dice las palabras.

Lilian se sirvió un poco de agua, tosió brevemente, y me empezó a contar la historia. Casi sin mirarme. Casi como si no se dirigiese a mí.



Over.


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