lunes, 22 de junio de 2009

Ay!




Ceci me contó sobre la túnica albugínea, y remató: “el mito no es tal, se te puede quebrar. A que te da un dolorcito ahí, ¡eh!”
Con la boca gesticulé el posible sufrimiento y le pasé otro mate. “¡Otra que cálculos o dolor de muela, mamita!”.

“Che, y el noviecito ese que tenías, ¿nunca más?”, le pregunté con tono de vieja mala. “No hablo, más o menos, desde la última vez que me contaste de esa noviecita tuya que tenías, estudiaba contabilidad, ¿no?”, me contestó guiñándome un ojo, con esa lacónica fiereza que sólo una mujer puede alcanzar.

Después de la carcajada, le repetí la pregunta, cambiando un poco las palabras, en el fondo quería saber otra cosa, pero Ceci entiende todo.

“Vos sabés que en Chos Malal, cuando tenía quince años, me puse de novia con un chico que estudiaba en otra escuela. Un día me dijo que me pasaba a buscar al mediodía. Eran como las dos y no llegaba, y me acuerdo que vino Nina, la señora que atendía en la panadería de la vuelta, llorando y tapándose la cara al mismo tiempo. Cuestión que me abrazó y me dijo: hija, tenés que ser fuerte. Te imaginás que no entendía nada. Resulta que mi noviecito quedó atrapado debajo de un camión con bici y todo.

Fue tremendo, porque te imaginás que el pueblo entero estuvo consternado durante un mes. Lo peor es que todo el mundo venía y me consolaba y yo no sabía qué hacer. Te lo digo ahora aunque suena mal, pero a mí mucho no me importaba, claro que es feo que se muera alguien así, y encima de tu edad, tan chico, pero a nivel sentimental, ni bola, me entendés. Me queda como un gusto amargo de fingir angustia, algo que se repitió varias veces después, con los años. Peor es estar angustiada en serio, ya lo sé, pero fingirla, tampoco es nada lindo, te lo aseguro.”

Chupó la bombilla y me tocó la mano como quien intenta que alguien regrese de algún lugar muy lejano donde fue condenado a no moverse. “Esta yerba está lavada, esperá que la cambio y seguimos.”


Over.


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