martes, 17 de noviembre de 2009

Sucedió en serio.









El piso del Registro Civil está lleno de arroz, de flores pisoteadas, de papelitos. El del saxo hace una reverencia para agradecer el aplauso y el de la guitarra se acerca al oído de un hombre de traje. Todo esto veo, y camino hacia la sala donde está entrando un grupo de personas. Me acomodo en una de las sillas del fondo y escucho al juez mientras les dice a los futuros cónyuges sus derechos y obligaciones; me parece oír que dice “están obligados a amarse para siempre” y me río suavemente de eso que no pudo haber sido dicho.

Habla una voz monocorde, cansada de repetir lo mismo toda la mañana, mientras el de la cámara filma todo y después querrá vender la cinta a los emocionados familiares que no repararán en gastos. Estoy en el fondo de la sala y nadie me conoce, alguien quizás se pregunte de quién soy amigo. Soy la entidad en blanco y negro apenas confundida entre la masa colorida que resume a esta gente. Soy el hombre del fondo que en la foto nadie podrá reconocer.

Ese hombre camina por la calle con la esperanza de que algo aparezca de la nada, ansioso mientras observa su lugar en la yuxtaposición del vacío y el todo, ese límite que es látigo y caricia. Ese hombre camina hacia cualquier lado buscando la tierra prometida, pero sabiendo que al llegar, la tierra no existirá, que ese lugar lo llevará a otro porque lo prometido es el deseo, y el deseo es lo que no se alcanza, entonces llegar es una forma de acercarse para que comience nuevamente el placer de seguir caminando.

Su respiración es un puente entre lo que ha sido y lo que será, el fluir del presente lleno de las sombras inexistentes de esos otros tiempos. Todo ha sido dejado, todo ha sido y todo debe olvidarse, para que en el golpe de cada paso haya una corroboración de lo que puede ser. Te ha sido dado todo, menos tu sombra y el azar, y por cada promesa habrá una tierra, y por cada tierra una cara que tú elegirás.

Es momento de seguir aunque hayas aprendido lo del círculo. Pero alguien no está, eso también lo aprendió el hombre que se levanta con premura y sale debajo de la lluvia de arroz que casi no lo toca, como si por un rato él no hubiera sido, existido, y ese alivio imposible lo colmará de ilusión y sorpresa.



Over.



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