domingo, 4 de abril de 2010

La pregunta era otra.

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Me dijiste: imaginate que estás en un avión, y la azafata te confirma que se va a pique, que busques el chaleco salvavidas y que reces o que mantengas la calma. Ok. Entonces la tenés al lado y ella te vuelve a preguntar sobre el tema. ¿Le decís la verdad o no?

Te contesté: en qué cambia, diga lo que diga ya es lo mismo, no creo que se vaya morir con menos angustia, ni siquiera sé si es mejor la verdad o la ilusión. Escuchame una cosa, yo no quiero saber la verdad todo el tiempo, para qué me vas a cagar la vida, y además, si me quedan cinco minutos, qué mierda me importa lo que me digas.

Y ahí nomás me miraste con esa sonrisa socarrona que odio más que nada en este mundo, otra vez esa soberbia, insoportable y asquerosa habilidad de engancharme cuando menos me lo espero.


Over.

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