miércoles, 16 de marzo de 2011

Ay!

En esta época en la que el prefijo “post” abunda por falta de definiciones, casi como una muletilla precaria y provisoria, se suele olvidar que muchas veces lo evolutivo no es más que una dialéctica forzada, una imposición semántica a lo que se mantiene inamovible.

Y así, ya los griegos (geniales pero con todo por descubrir, eso sí) evaluaban impresiones sobre el dolor y sus consecuencias. Carentes de casi todos los medios de comprobación actuales, sus inferencias no sólo asombran por tal motivo, sino por lo ajustadas y precisas que terminaron resultando.

Así, recuerdo el afamado comentario sobre el dolor atribuido a Diodoro Sículo, el conocido historiador griego. Reza:

“El dolor es el estado natural, si se quiere, la norma, y se da por su ausencia, el mal llamado bienestar (…) no es más la euforia, que el estado de ausencia de dolor; y todo lo que la exacerba, no es más que su extensión en el tiempo. Todo placer representa una postergación o anulación momentánea del sufrimiento, y por eso debe llamarse euforia (…) ya que es la euforia la que mejor representa el estado, una breve e intensa conmoción de todos los sentidos, adormeciendo, por qué no, a la razón. La relajación de esfínteres, el orgasmo, la sal, el vino, la risa, todos eficaces embaucadores del inevitable sufrimiento en el que vivimos día tras día.”


Más allá de las diversas lecturas e impugnaciones al texto anterior, el cual a primeras luces no ofrece una suerte de ataraxia estoica ni una recompensa ulterior al estado descrito, es interesante como promulgación única de adversidad, abandonando al hombre a una inevitable aquiescencia y resignación.


Over.

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